lunes, 28 de febrero de 2011

Universitas Christiana

Todo pensamiento está condicionado, por lo tanto cualquier intento de escribir historia desde una pretendida objetividad, sólo será una pretensión. Nosotros no somos pretenciosos y por eso, porque sabemos que no podemos ser objetivos ya que amamos con auténtica pasión a nuestra  historia, escribimos desde nuestro punto de vista, puramente subjetivo, porque para nosotros, España y Europa no las vemos como algo del pasado, sino como algo vivo, tan vivo como nosotros.

Decía Hernán Cortés: “Más vale morir con honra que vivir deshonrado,” por eso desde este blog honraremos a nuestros héroes para que no caigan en el olvido, que nuestro mundo actual está tan dado a ello.

Este blog no es simplemente de historia, sino de ideas, de lucha, de combate, porque como dijo el poeta: “Ser español es una de las pocas cosas serias que se puede ser en este mundo” y desde aquí no queremos ser simplemente émulos de grandes hombres como Don Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado El Gran Capitán, Hernán Cortés, el conquistador de Méjico, cuando los dioses nacían en Extremadura o del caudillo Don Juan de Austria, hijo del más grande Emperador, Carlos V, o hermanastro del rey prudente, Felipe II, sino dignos herederos de su honor y su gloria.

Vivimos en una sociedad que desprecia la historia, su propio pasado como épocas oscuras que el conocerlas no le aportaría nada, no porque no es interesante, sino porque es aburrida y el mundo moderno es incompatible con la culta lectura de un buen libro. Este blog es un pequeño aporte a la considerable cantidad de blogs parecidos, editoriales, programas de radio, etc, concienciados con nuestra historia y su plena actualidad para que no se pierda.

Queremos que los lectores no sean sólo lectores del blog, sino activos protagonistas de nuestra historia a través de sus escritos para conseguir crear una comunidad alrededor de la cálida luz de nuestra historia.

En el frontispicio está marcada la frase a seguir: “los cielos marcan la gloria de lo eterno”. El camino que lleva a Santiago de Compostela; compo-campo, stela- estrella, las estrellas son las que marcan el camino. Sólo tenemos que saber ver, interpretar y sentir de la manera correcta para ver más allá de lo que simplemente está delante de nuestros ojos. 

En nuestra historia ha habido héroes y villanos y de todos hay que aprender, pero nosotros siempre nos inclinaremos por seguir el camino marcado por los grandes, por las auténticas estrellas de nuestro firmamento y en él hay tres que brillan con luz propia, recordémosles:

El Gran Capitán, Hernán Cortés y Don Juan de Austria. 

El Gran Capitán:

Entre los militares más prestigiosos del reinado de los Reyes Católicos destaca don Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido como el Gran Capitán. Miembro de la casa de Aguilar, entró con doce años al servicio del príncipe don Alfonso. Tras el fallecimiento del príncipe, don Gonzalo es llamado por la reina Isabel para incorporarse a su servicio. Casado con su prima Isabel de Montemayor, pronto quedará viudo y sin descendencia, dedicándose al oficio militar desde ese momento. Concretamente fueron las guerras de Granada donde se produjo su incorporación en el ejército, destacando en la toma de Illara y en el sitio de Tájara. Gracias a su amistad con Boabdil el Chico, los Reyes Católicos le encargaron las negociaciones que finalizaron con la toma de Granada el 2 de enero de 1492. El señorío de Orvija, determinadas rentas sobre la seda y la encomienda de la orden de Santiago fueron las recompensas obtenidas por los excelentes servicios prestados a la Corona. Italia sería el nuevo frente abierto tras Granada. La invasión francesa de Nápoles motivó la participación española en el conflicto en ayuda del rey napolitano, siendo don Gonzalo el militar elegido para encabezar los ejércitos. Tras dos años de lucha, Córdoba consigue una exitosa victoria, obteniendo el merecido sobrenombre de Gran Capitán así como el título de duque de Santángelo. La firma del Tratado de Granada en 1500 ponía aparentemente fin a las disputas entre España y Francia por el territorio napolitano. Ambos países se repartían el reino meridional italiano: la zona norte correspondía a los franceses mientras la sur a los españoles. Pronto se rompió el inestable equilibrio al conquistar Francia algunas plazas. El fantasma de la guerra se cernía sobre Nápoles de nuevo y don Gonzalo era enviado al frente de batalla tras resistir algunos sitios en diferentes plazas, las tropas españolas conseguían vencer a los soldados franceses en dos míticas batallas: Ceriñola y Garellano, falleciendo en la primera de ellas el jefe de los ejércitos galos, el duque de Nemours. Nápoles quedaba definitivamente bajo influencia española gracias a la hábil estrategia de don Gonzalo quien acabó con la medieval guerra de choque al dotar de mayor responsabilidad a la infantería y emplear la táctica de defensa-ataque. Tras el fallecimiento de Isabel en 1504, don Fernando y Gonzalo inician un distanciamiento que provocó la retirada de Córdoba del gobierno napolitano. Posiblemente los ligeros deseos independentistas del territorio que podían ser encabezados por el Gran Capitán llevaron al rey católico a tomar la decisión. Don Gonzalo regresó a España donde falleció en 1515, a pesar de intentar obtener en numerosas ocasiones el necesario permiso real para trasladarse al lugar donde consiguió todos sus triunfos.


                                                Epitafio

                                    Flor de Andalucía
                                    Gonzalo Fernández De Córdoba
                                    Gran Capitán
                                    Que no fue condottiero
                                    Y sirvió
                                    A un solo señor
                                    Porque este señor
                                    Fue para é
                                    Viva o muerta
                                    Una reina
                                    Una dama.
                                                                                                            (Eugenio D´Ors)


Hernán Cortés:

De origen humilde, Hernán Cortés nació en 1485 en la ciudad española de Medellín, en la región de Extremadura. Cuando tenía catorce años, sus padres, dueños de un molino de trigo, un colmenar y una viña, lo enviaron a estudiar a la Universidad de Salamanca. En esa ciudad radicó en casa de un Francisco Núñez de Valera, quien enseñaba latín –y de quien seguramente lo aprendió Cortés-, y estaba casado con una media hermana de su padre. Años después, contrario a la voluntad de sus progenitores, que hubieran querido verlo licenciado, el joven Cortés dejó inconclusos sus estudios y decidió probar suerte en las recién descubiertas Indias, a donde se embarcó en 1504, llegando a la isla de La Española, lugar en el que, según Bernal Díaz del Castillo, vivió “adeudado y pobre”, hasta que por la ayuda que había brindado en la pacificación de algunas partes de la isla, el gobernador Ovando le otorgó algunos indios de encomienda y la escribanía del naciente ayuntamiento de Azua.

Tiempo más tarde, hacia 1511, Cortés participó en la conquista de Cuba, en donde viviría “haciéndose amigo de las armas”, hasta 1519, cuando el gobernador de la isla, Diego Velázquez, decide enviarlo en auxilio de Juan de Grijalva, quien varios meses antes había sido despachado por el mismo Velázquez a las costas de Yucatán con el objetivo de explorar y, de ser posible, poblar las tierras que descubriese.

Así pues, Cortés, ya de 34 años de edad, se hizo a la mar con seis pequeñas embarcaciones, haciendo escala en el puerto de Trinidad, donde se ganó para su partido –que había comenzado a organizar– a Francisco Verdugo (alcalde del puerto), a Diego de Ordaz y a otros comisionados por el mismo Velázquez para aprehenderlo, arrepentido ya de haberle encomendado la empresa de descubrimiento y conquista de aquellas tierras reconocidas por Grijalva. En franca rebeldía, Cortés desobedeció a Diego Velázquez y avanzó hacia el puerto de Carenas, actual ciudad de La Habana, capital de Cuba, donde reclutó más gente, alcanzando a sumar 934 hombres, además de dieciséis caballos, diez cañones y cuatro falconetas, todo lo cual embarcó en once naves al mando del conocido hombre de mar Antón de Alaminos, dando así inicio formal a su empresa de conquista.

La expedición, que zarpó de La Habana el 10 de febrero de 1519, hizo su primera escala en la isla de Cozumel, donde se le incorporó el náufrago Jerónimo de Aguilar; otro náufrago, Gonzalo Guerrero, rehusó volver a lado de los europeos.

El 4 de marzo las fuerzas de Cortés reanudaron la navegación, pasando por Cabo Catoche, en el extremo noreste de la península de Yucatán, continuando al oeste tocaron Campeche, penetrando el día 12 del mismo mes por el río Tabasco, llamado después de Grijalva, hasta Centla o Zintla, donde tuvieron los primeros choques con los indígenas. Habiendo salido triunfantes los españoles, fundaron el 25 de marzo la Villa de Santa María de la Victoria, en esa fecha, en señal de sumisión, se presentaron los caciques locales con varios regalos, entre los cuales había veinte mujeres, una de ellas Malintzin o doña Marina, quien pronto sería segunda intérprete y primer amor indígena del capitán Cortés.

Los navíos reanudaron su marcha y bordearon las costas del Golfo de México hasta el puerto de San Juan de Ulúa la tarde del Jueves Santo, 21 de abril de 1519; al poco tiempo hicieron su aparición los primeros enviados del señor Moctezuma. Al día siguiente Cortés hizo desembarcar a sus hombres, mandó plantar los primeros reales y encalló algunos de los navíos que llevaba para imposibilitar el regreso de los soldados que intentaban desertar.

Después de fundar la famosa Villa Rica de la Vera Cruz (en dos ocasiones y en dos lugares distintos) Cortés y sus soldados avanzaron hacia Zempoala, donde fueron bien recibidos. Pasaron por Xalapa, el Cofre de Perote y los señoríos tlaxcaltecas, donde después de enfrentarse a los habitantes de este reino los hizo sus aliados, para así, finalmente, encaminarse hacia la gran ciudad lacustre, cuya primera imagen obtuvo al alcanzar el punto más alto entre los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl.

Cortés y sus huestes entraron en México-Tenochtitlan el 8 de noviembre de 1519. La historia consecuente es ya bien conocida por todos: la capital del reino de Moctezuma fue conquistada a sangre y fuego, y tras 75 días de sitio cayó el 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito para los españoles. Posteriormente, sobre sus ruinas se asentaron los cimientos de una nueva ciudad colonial. Poco tiempo después, Cortés fue nombrado gobernador y capitán general de la Nueva España.

En 1524 Cortés organiza su famosa expedición a Las Hibueras en busca de Cristóbal de Olid; en el trayecto, en algún lugar cercano a la provincia de Acalan, dio muerte al último soberano tenochca, Cuauhtémoc. A su regreso reasume el gobierno que le quitara un juez, quien había llegado para hacerle un juicio de residencia, que para entonces no prospera. En estas circunstancias, Cortés decide viajar a España en 1528 y logra ver al emperador Carlos V, de quien recibe todos los honores pero no el poder total de la naciente Nueva España.

Cortés también fue procesado por la misteriosa muerte de su primera mujer, doña Catalina Juárez, siendo el principal sospechoso en un juicio que tampoco vería fin.

Para 1536, ya con el título de Marqués del Valle de Oaxaca, aunque con un poder y una autoridad muy disminuidos, el conquistador se aventura en una nueva expedición, esta vez a las Californias, donde descubre el mar que hoy lleva su nombre.

Viejo y ya con 55 años de edad, el otrora hombre “de buena estatura, rehecho y de gran pecho” regresa a España en 1540 para tratar de arreglar su situación. Ahí se entera de que no puede regresar más a la Nueva España hasta que se resuelvan sus problemas de residencia. Así que anda de allá para acá siguiendo a las Cortés itinerantes, hasta que ya casi abrumado por su situación económica empeña sus bienes más valiosos y se refugia en casa de un amigo en Castilleja de la Cuesta, en las cercanías de la ciudad de Sevilla, donde muere el 2 de diciembre de 1547, ya muy enfermo y extenuado por la fatal disentería.

Como ya lo dijimos, el conquistador extremeño no volvió a ver las tierras que con valor y coraje ganó para su rey; sin embargo, sus restos sí volvieron a México, en 1566, para ser depositados en una discreta cripta que actualmente permanece empotrada en una pared de la Iglesia de Jesús, a unos pasos de la actual estación Pino Suárez del Metro, en el Centro Histórico de la ciudad que él mismo conquistó.


                                                Soneto de la Conquista

                                    Quinientos locos, con Cortés al frente,
                                    Lanzados a la mística aventura
                                    a la tremenda y sin igual locura
                                    de domeñar entero un continente.

                                    Playa, selva, volcán, tierra caliente
                                    en el espejo azul de la armadura;
                                    quince siglos de fe, cien de cultura,
                                    con la espada y la cruz en Occidente.

                                    ¡Qué sublime y sencilla sementera
                                    En la carne de virgen desvelada!
                                    De la costa caribe al altiplano.

                                    ¡Qué tibia resistencia enamorada,
                                    Vencida con ardor de primavera
                                    por los dioses venidos del océano!
                                                                                                José Antonio Vaca de Osma.


                                    Cortés soy el que venciera
                                    por tierra y por mar profundo
                                    con esta espada otro mundo,
                                    si otro mundo entonces viera.

                                    Di a España triunfos y palmas
                                    con felicísimas guerras
                                    al rey infinitas tierras
                                    y a Dios infinitas almas.
                                                                                                Lope de Vega.

Un hombre espera
Sabe que la vida es un capricho
De Dios, o de los dioses.
Conoce a Cristo en la intimidad del acero
Y mantiene su humor, que a menudo es negro.

Busca una ruta que sabe incierta
Mas bien aguarda, con una sonrisa
Ser el único emperador de sí mismo.
Desprecia la muerte y ama a las mujeres
Pero acaso amó a una, más que a las demás.

El destino y la sangre le dieron un imperio
Que sabía le sería arrebatado.
Tuvo hijos, que por algún motivo
Ya no fueron como él.

Supo que su nombre sería odiado
Y también se rió de eso.
Intuyó posiblemente
Que un hombre como yo le escribiría
Y que muy pocos, conservarían su memoria
Con honor y con gloria, como ejemplo.

Fue herido muchas veces
Y otras tantas traicionado.
Fue olvidado y marginado
Porque la raza envejecida
Tuvo miedo del poder
De sus propios hombres
Cuando retornaron
Con rostro de tigre
Y estrellas sangrantes
Al antiguo continente.

Quisieron usar el acero
Para obtener el oro
Pero luego
Tuvieron miedo de él
Porque olía a sangre
A cuero y a excrementos
Y tuvieron miedo de los hombres
Que no necesitaban el oro
Para vivir.

Algo distinto, desconocido
Surgió del encuentro
Del océano, y la otra tierra.
Esos hidalgos, no eran los hombres
Requeridos del comercio y del imperio.
Algo se desató, que se tornó incontrolable
Se necesitaría, la refinada crueldad del inglés
Y todo el odio de un nuevo pensamiento
Para maniatarlos de nuevo.

Quemar las naves, es una orden
Demencial y sagrada.
Una pesada orden que nos lleva
A Ser, o a perecer, en este territorio
Moribundo, mágico y cruel
De Nuestramérica.
                                                                                                            Juan Pablo Vitali.


Juan de Austria:

Juan de Austria (1545-1578), general español, hijo natural del emperador Carlos V y Bárbara Blomberg. Nacido un 24 de febrero de 1545 en Ratisbona, fue educado en España bajo la tutela del mayordomo del emperador, Luis Méndez de Quijada. De carácter decidido y emprendedor, Juan de Austria quiso desde muy joven dedicarse al ejercicio de las armas. Nombrado capitán general del Mar en 1568, colaboró en la política militar de su hermano Felipe II, quien siempre le negó el título de alteza y los honores de infante.
Juan de Austria combatió a los berberiscos y sometió a los moriscos sublevados en las Alpujarras en 1568. La victoria de Lepanto, en 1571, al frente de la flota organizada por la Liga Santa, lo consagró como gran estratega y general. En 1575 fue enviado a Italia con título de lugarteniente del rey, logrando pacificar Génova. En 1576 fue proclamado gobernador de Flandes y hubo de hacer frente al saqueo de Amberes perpetrado por sus propias tropas, descontentas por el retraso en la paga. El 12 de febrero de 1577 Juan de Austria firmó con los Estados Generales el Edicto Perpetuo, con el que se comprometía a retirar su ejército de Holanda, a entregar las ciudades ocupadas y a salir del país. Sin embargo, Juan de Austria derrotó de nuevo en enero de 1578 en Gembloux al ejército holandés y en octubre de 1578, estando acampado en Namur, fallecía de fiebre tifoidea. Un mal final para un gran general, orgullo de la historia de España; una lástima.


            Don Juan era amado hasta de los enemigos y de los que no le conocían. A mí no me cabe la menor duda cuando medito en las dotes de su alma y la belleza de sus virtudes, que si hubiera llegado al poder, y a conseguir el trono, disfrutando de más larga vida, hubiera dejado atrás la gloria de su padre, de Germánico y de Alejandro. Siguió sus pasos en las virtudes pero no en los vicios. Jamás hubo nadie más aventajado que él en la disciplina militar, nadie más cuidadoso de sus soldados, nadie más querido de todos. Fácil de expresión, asequible en el trato, liberal como el primero, sin afición a lo ajeno. A manos llenas también la naturaleza derramó sobre él sus dones, estatura, andares, elegancia de porte, hermosura de rostro. Armonía de costumbre, que pasmaba verlas en un hombre dedicado siempre a la profesión de las armas.

                                                                        P. Antonio Osorio, cronista del siglo XVII

D.O.M.S- Serenísimo Príncipe Juan Austriaco, hijo de Carlos V, subyugador de los últimos moros rebeldes de la Bética. Debelador y Capitán vencedor de los Turcos, que luchó en Bélgica por su Rey y que murió en el campamento de Bouges. Alejandro Farnesio, Príncipe de Parma y Plasencia, sucesor del Príncipe en el mando por orden de Don Felipe, Rey potentísimo de España y de las Indias, coloca en el altar en el cenotafio esta inscripción. I.C.MDLXXVIII

Lápida colocada en la Catedral de Namur.