lunes, 31 de octubre de 2011

Réplica de Pío Moa a César Vidal.


Uno de mis primeros pensamientos después de leer el artículo de César Vidal ha sido cuanto tiempo tardaría Pío Moa en contestar, y la respuesta ha sido rápida y la réplica de Moa, ha sido bastante contundente. Tengo que reconocer que me inclino mucho más a su lado que al de Vidal, y aunque he leído libros de los dos, La Nueva Historia de España de Moa, es bastante superior a los ensayos de César Vidal. Como en la entrada anterior, voy a dejar que cada uno saque sus propias conclusiones.

Los debates, si son llevados con rigor, constituyen un signo de salud intelectual, y nada muestra mejor la anemia  cultural española que la ausencia de ellos. La extendida aversión al debate en España revela también aversión a la verdad, o a su búsqueda.  Dado que este es un periódico liberal, uno de los poquísimos, por no decir el único, que en España admite debates de algún calado, tendré mucho gusto en comentar los artículos de César Vidal planteados bajo el título “Las razones de una diferencia”. En realidad ya están comentados en mi Nueva historia de España, pero no sobra volver sobre ello.
    
La tesis de Vidal es que la diferencia de España afecta igualmente a las naciones católicas con respecto a las protestantes, las cuales él ve como más o menos modélicas; y  consiste en la actitud ante el trabajo: “Esa mentalidad deriva de un hecho tan esencial como la opción religiosa que cristaliza en España de manera innegable en un período que va de la Expulsión de los judíos en1492 a los primeros autos de fe con quemas de protestantes ya en el siglo siguiente (…) Intentaré mostrar cómo el hecho de que España –como Italia, como Portugal, como Irlanda, como Grecia...– quedara fuera del cambio de mentalidad que significó la Reforma protestante tuvo enormes consecuencias que trascendieron del fenómeno religioso y modelaron la sociedad, la economía y la política.

(…) La Reforma del siglo XVI significó un deseo decidido, ferviente y entusiasta de regresar a la cosmovisión de la Biblia, una cosmovisión diferente de la que presentaba el catolicismo romano que, al menos desde el siglo IV, había ido sumando otros elementos procedentes del derecho romano, la filosofía griega y las culturas germánicas. La Reforma –como el Renacimiento– intentó pasar por alto la Edad Media y regresar a lo que consideraba una pureza primigenia corrompida desde hacía siglos. Como en el caso del Renacimiento, lo que logró no fue un regreso imposible a la Edad Antigua sino algo distinto, pero con un enorme poder de atracción y de sugestión. De entrada, su visión del trabajo, a la que me referiré en esta entrega, no pudo verse más alterada”.
  
 En dos palabras, el catolicismo suponía el desdén hacia el trabajo, y el protestantismo (o el judaísmo) lo contrario. Para mantener su teoría, César Vidal debería empezar explicando cómo España se mantuvo durante un siglo y cuarto como primera potencia europea. ¿Pudo hacerlo un país donde no se trabajaba y que había expulsado a las únicas minorías laboriosas, judíos y moriscos según la disparatada teoría de Américo Castro, y cortado la infiltración protestante? Tenemos estampas, y buenos restos, de las muy bellas, a menudo espléndidas ciudades españolas de la época: ¿se construyeron solas, sin trabajo? Y las flotas que descubrieron el mundo y por primera vez en la historia comunicaron y establecieron lazos comerciales entre todos los continentes, ¿fueron creadas y dirigidas  por enemigos del trabajo, por vagos? Las universidades, tan pobladas para la época, ¿no fueron el producto de un trabajo ímprobo? Los hidalgos que conquistaron América, que construían barcos en plena selva, proyectaban y alzaban fuertes y ciudades  y vías de comunicación, llevaban imprentas y fundaban centros de enseñanza, o los misioneros que cristianizaban a los indígenas, ¿sólo eran aficionados al dolce far niente? Etc. etc. El más elemental sentido común indica que  España alcanzó su supremacía mediante un inmenso trabajo físico, técnico e intelectual, como no pudo ser de otro modo, y en contra de tópicos tan arraigados como falsos. Creo que el señor Vidal incurre a veces en un vicio muy frecuente en cierta historiografía: exponer aspectos particulares, anecdóticos e incluso excepcionales, como pruebas de una tesis general; así cuando compara a Velázquez y a Rembrandt o cuando otros creen que el hidalgo del Lazarillo describe a toda una capa social. El historiador debe huir de tópicos y generalizaciones abusivas.  Y en cuanto a los prejuicios de las clases altas contra el trabajo físico, fueron comunes en toda Europa, católica y protestante. En todas partes ha habido minorías reacias al trabajo físico.

 Después vino la decadencia española (que también llegó a Holanda, a Francia, Alemania o Inglaterra, dicho sea de paso); pero aun en el siglo XVIII España prosiguió su expansión ultramarina, racionalizó gran parte de su aparato estatal, construyó flotas muy respetables, etc. Contra un tópico habitual, en España siempre se ha trabajado mucho, con más o menos acierto o rendimiento, esa es otra cuestión. Todavía suele considerarse que a principios del siglo XIX la renta per capita española equivalía a la francesa, pues fue a lo largo del XIX cuando España quedó casi estancada mientras Inglaterra, Francia, Alemania o Italia (del norte)  prosperaban con rapidez.

   El espejismo del desprecio español por el trabajo viene de una idea errónea sobre la Revolución industrial, que introduce nuevas formas de producción en gran escala y de la que España, como es sabido, quedó al margen y muy retrasada. ¿Se debió ello a ser católica? No parece fundada tal idea, porque dicha revolución no surgió en “los países protestantes”, sino en uno,  Inglaterra, que era casualmente el menos protestante, el más semejante en religión al catolicismo. Y aquella revolución fue imitada en primer lugar por la católica Bélgica, mientras que la calvinista Holanda quedó retrasada mucho tiempo. Por no hablar de los países escandinavos, tan típicamente protestantes  y que no empezaron a levantar cabeza hasta bien avanzado el siglo XIX. También la católica Francia se incorporó bastante a la revolución industrial, y lo mismo el norte de Italia bajo el suave yugo, también católico, de Austria. En cuanto a Alemania, desarrolló una gran industria en Renania, mayoritariamente católica, mientras que la protestante Prusia se mantuvo largo tiempo agraria y con formas feudales. Si  César Vidal prestara atención a estos hechos se percataría de que el catolicismo tuvo muy poco que ver con el asunto y que, por lo que respecta a España, conviene buscar las causas de su decadencia por distintas vías.

   Creo que comete otro error el señor Vidal al incluir a Grecia entre los países no afectos al ideal protestante del trabajo porque, de religión ortodoxa  e históricamente sometida al dominio turco, nada tuvo que ver en ello. Tampoco tiene mucha razón, creo yo, al incluir a Irlanda o Portugal. Este último país ha estado siempre muy cerca de Inglaterra, casi una semicolonia, lo que no parece haberle contagiado especial prosperidad. En cuanto a Irlanda, ha soportado siglos de férreo (y sangriento) dominio de los “trabajadores” ingleses y protestantes escoceses, que tras robar literalmente la tierra la convirtieron en un país de pobres y la llevaron al auténtico genocidio de la Gran Hambruna, como he explicado en este blog. Echar la culpa de todo ello a un catolicismo poco amigo del trabajo suena algo sarcástico.

   Parece que el señor Vidal señala a los citados países católicos (PIIGS) en función de la actualidad y no de la historia, lo que tampoco me parece acertado. Las alternativas económicas de países católicos y protestantes en la época reciente son muy variables y con grandes altibajos. España creció económicamente, durante quince años, con mayor rapidez que cualquier país protestante (¿sería entonces más aficionada al trabajo?), Italia superó en renta per cápita a Inglaterra durante un tiempo, y Francia durante más tiempo. Hoy, los países señalados por el señor Vidal están en crisis, pero también lo están, aunque más atenuadamente, Inglaterra, Francia o Alemania. Y, ya que de trabajo se trata, cabría preguntar si Alemania  ha trabajado bien al prestar dinero un tanto a tontas y a locas. El negocio bancario, como cualquier otro, puede quebrar si se hace de forma inadecuada. Y no olvidemos que la matriz de la crisis actual se encuentra en un país mayoritariamente protestante, es decir, Usa.

  En fin, el tema real creo que es el de la decadencia de España. Si esta obedeció al catolicismo, ¿a qué se debió su extraordinario auge previo? Por lo demás, la línea histórica española  es muy distinta de la de Italia o Portugal, y totalmente de la de Grecia o Irlanda.  Por tanto, me parece fuera de lugar esa generalización. Sin ir más allá ahora, he apuntado en Nueva historia de España  que la clave de la decadencia se encuentra en el declive y acartonamiento de la enseñanza, en particular la superior, desde principios del siglo XVII, cuando en el XVI España descollaba en ella. La civilización exige y se apoya en una enseñanza cada vez más extendida y compleja, cosa que no han entendido muchos tratadistas, que atribuyen el éxito español a una especie de acometividad militar ciega, y su declive a la pérdida de los valores militares, a que los reyes no reinasen sino que descansasen en validos corruptos (tales reyes eran, entonces, más ineptos que los validos), o a mitos sobre las virtudes salvíficas de los comuneros, etc. Ahora se publica en LD la serie de las mejores universidades del mundo: la prevalencia de las useñas explica el poderío de Usa mucho mejor que las disquisiciones habituales sobre el poder militar, económico, etc. ; ninguno de esos poderes se sostendría con una enseñanza mediocre. También se percibe la enorme ventaja cultural de Inglaterra sobre España, a la cual puede permitirse ultrajar y burlarse de ella con una colonia, pese a la tendencia hispana a la bravuconería de salón. 

   Una observación incidental: sostiene el señor Vidal que la Reforma del siglo XVI significó un deseo decidido, ferviente y entusiasta de regresar a la cosmovisión de la Biblia. Esto parece contradictorio con el libre examen, es decir, con la idea de que cada cual podía interpretar la Biblia a su modo, hacerse una cosmovisión propia, como llegó a lamentar el propio Lutero: de pronto cualquier pelanas se erigía en intérprete privilegiado de las Escrituras, por encima de él mismo y de San Pablo… Consecuencia lógica, por otra parte.  Pero hay algo de verdad en el retorno a la cosmovisión bíblica. El protestantismo supone que Dios ha elegido desde el principio de los tiempos a quienes pensaba salvar, otorgándoles la gracia al margen de sus obras: ello tiene relación, a mi juicio, con la noción del “pueblo elegido”.  Obsérvese la larga marcha de esa idea: de los elegidos por Dios mediante la gracia se pasó, bajo el nacionalsocialismo,  a los elegidos por  la “selección natural” presuntamente científica. Hace unos días expuse en mi blog  --como hipótesis-- una posible conexión entre esas ideas, al notar cómo fue en las regiones protestantes alemanas donde el nacionalsocialismo alcanzó mayor influencia, y mucha menos en las católicas.

   Por lo que respecta al origen de la cuestión -- una pregunta de Carlos Alberto Montaner  sobre la causa del éxito de la democracia y el capitalismo en Usa y su reiterado fracaso en Latinoamérica--, creo que Tocqueville lo expuso con claridad, aunque sin desarrollarlo, al referirse a México. Este país quiso copiar el sistema useño, pero fue incapaz de importar su espíritu. De hecho, la independencia de los países hispanoamericanos se hizo en gran medida bajo influencia británica y useña, tratando de destruir las raíces hispánicas en un esfuerzo agónico. Esos países se encuentran así flotando en el vacío, no quieren ser lo que son y quieren ser lo que nunca serán. Usa ha construido sobre sus propias raíces y experiencias, Hispanoamérica ha querido romper las suyas (lo de Latinoamérica no puede ser más indicativo); y tampoco podía tomar ejemplo de una España en plena y vergonzosa decadencia. Creo que este puede ser un enfoque productivo de la cuestión.

   Basten estas observaciones, tan expuestas a la crítica como las de César Vidal, para entrar en harina.

Las razones de una diferencia por César Vidal


Esta mañana mientras tomaba mi café matutino, he leído el articulo de  César Vidal que se puede leer a continuación. Tengo que decir que no me ha gustado para nada. Es un articulo tremendamente tendencioso e influido de una manera brutal por sus concepciones religiosas. No quiero hacer una critica de ello y prefiero que cada uno lo lea y saque sus propias conclusiones.
Unas semanas antes del final de la pasada temporada, Carlos Alberto Montaner se preguntaba por las razones que explican el arraigo de determinados sistemas políticos y económicos en determinadas naciones (Estados Unidos, por ejemplo) y su fracaso en otras (Iberoamérica). Con muy buen criterio, Montaner rechazaba la explicación racista; no terminaba de ver que Weber tuviera razón en su tesis sobre el protestantismo y el espíritu del capitalismo y, finalmente, formulaba una serie de aspectos esenciales para el progreso de una sociedad. Este artículo es el primero de una serie en la que pretendo abordar el tema planteado por Carlos Alberto Montaner y darle una respuesta basada en criterios históricos.
La diferencia de España con otras naciones constituye uno de los temas más manidos de la Historia y la ensayística. Por razones generalmente interesadas, se ha insistido en que España es diferente –para lo bueno como "reserva espiritual de Occidente", para lo malo como nación especialmente atrasada– o, por el contrario, en que la diferencia no existe para subrayar que no somos peores que ingleses o franceses o para indicar que, en el fondo, todos somos iguales. Que España es diferente constituye una perogrullada. Lo es como lo son Italia, Francia o Alemania. Que esa diferencia es, en ocasiones, para bien y, en otras, para mal, no creo tampoco que pueda discutirse. Es obvio que su trayectoria es mejor que la de, pongamos, Uganda, pero no ha sido especialmente feliz durante siglos y en estos momentos no vive sus mejores momentos. Negar la diferencia atribuyéndola a una supuesta "hispanofobia" no pasa de ser una majadería colosal fruto de una ceguera propia de la ignorancia y el prejuicio. A lo largo de este artículo y de los siguientes intentaré mostrar que España es diferente fundamentalmente por su mentalidad; que no es única en esa mentalidad ya que comparte muchos aspectos de la misma con otras naciones que han tenido desarrollos históricos con interesantes –y previsibles– paralelos y que, en tercer lugar, esa mentalidad deriva de un hecho tan esencial como la opción religiosa que cristaliza en España de manera innegable en un período que va de la Expulsión de los judíos en 1492 a los primeros autos de fe con quemas de protestantes ya en el siglo siguiente. En ese período, los gobernantes españoles optaron por una posición clara y definida y eso influiría enormemente no sólo en el terreno religioso – como cabría esperar – sino en la conformación de una mentalidad concreta que ha llegado hasta el día de hoy y que ha ido modelando incluso el pensamiento de la izquierda.
En relación con la Reforma protestante del siglo XVI, no voy a entrar en cuestiones históricas que ya he tratado, por ejemplo, en El Caso Lutero, una obra que ganó el Premio de ensayo Finis Terrae. Tampoco me voy a adentrar en la descripción de posiciones doctrinales que –en mi opinión– son ajenas a este tema. Pero sí intentaré mostrar cómo el hecho de que España –como Italia, como Portugal, como Irlanda, como Grecia...– quedara fuera del cambio de mentalidad que significó la Reforma protestante tuvo enormes consecuencias que trascendieron del fenómeno religioso y modelaron la sociedad, la economía y la política.
«Esa diferenciación entre trabajos más o menos santos se fue fortaleciendo a lo largo de la Edad Media con aportes como pudo ser la visión de una sociedad esclavista como la romana o la caballeresca y militar de los pueblos germánicos.»
En términos meramente históricos y religiosos, la Reforma del siglo XVI significó un deseo decidido, ferviente y entusiasta de regresar a la cosmovisión de la Biblia, una cosmovisión diferente de la que presentaba el catolicismo romano que, al menos desde el siglo IV, había ido sumando otros elementos procedentes del derecho romano, la filosofía griega y las culturas germánicas. La Reforma –como el Renacimiento– intentó pasar por alto la Edad Media y regresar a lo que consideraba una pureza primigenia corrompida desde hacía siglos. Como en el caso del Renacimiento, lo que logró no fue un regreso imposible a la Edad Antigua sino algo distinto, pero con un enorme poder de atracción y de sugestión. De entrada, su visión del trabajo, a la que me referiré en esta entrega, no pudo verse más alterada.
Ya Eusebio, en el siglo IV, escribía: "Dos formas de vida fueron dadas por la ley de Cristo a su iglesia. Una es sobrenatural y sobrepasa la forma de vida común... Completa y permanentemente se separa de la vida común y ordinaria de la humanidad, y se dedica al servicio de Dios solo... Esa es la forma perfecta de vida cristiana. Y la otra, más humilde, más humana, permite a los hombres... dedicarse a la agricultura, al comercio, y a otros intereses más seculares al igual que a la religión... Y una especie de piedad de segunda clase se les atribuye". Esa diferenciación entre trabajos más o menos santos se fue fortaleciendo a lo largo de la Edad Media con aportes como pudo ser la visión de una sociedad esclavista como la romana o la caballeresca y militar de los pueblos germánicos. Desde luego, a inicios del siglo XVI, nadie habría discutido que había trabajos más dignos y menos dignos; que ciertas ocupaciones no eran propias de los señores o simplemente de gente que se preciara e incluso que el trabajo era, a fin de cuentas, un castigo impuesto por Dios a nuestros primeros padres por su caída en el huerto del Edén. La Reforma presentó una visión radicalmente distinta del trabajo.
De entrada, el regreso a la Biblia permitió descubrir –¡más de un milenio para darse cuenta!– que Adán ya había recibido de Dios la misión de trabajar antes de la Caída y que esa labor consistía en algo tan teóricamente servil como labrar la tierra y guardarla (Génesis 2: 15). Aquel sencillo descubrimiento cambiaría la Historia de Occidente –y con ella la de la Humanidad– de manera radical. Lutero, por ejemplo, pudo escribir: "Cuando un ama de casa cocina y limpia y realiza otras tareas domésticas, porque ése es el mandato de Dios, incluso tan pequeño trabajo debe ser alabado como un servicio a Dios que sobrepasa en mucho la santidad y el ascetismo de todos los monjes y monjas". En su Comentario a Génesis 13: 13, el alemán señalaría en relación con las tareas de la casa que "no tienen apariencia de santidad, y, sin embargo, esas obras relacionadas con las tareas domésticas son más deseables que todas las obras de todos los monjes y monjas... De manera similar, los trabajos seculares son una adoración de Dios y una obediencia que complace a Dios". Igualmente en su Exposición del Salmo 128: 2 añadiría: "Vuestro trabajo es un asunto muy sagrado. Dios se deleita en él y a través de él desea conceder Su bendición sobre vosotros". Calvino –al que se suele asociar un tanto exageradamente con la denominada ética protestante del trabajo– fue también muy claro al respecto. En su Comentario a Lucas 10: 38 afirmó: "Es un error el afirmar que aquellos que huyen de los asuntos del mundo y se dedican a la contemplación están llevando una vida angélica... Sabemos que los hombres fueron creados para ocuparse con el trabajo y que ningún sacrificio agrada más a Dios que el que cada uno se ocupe de su vocación y estudios para vivir bien a favor del bien común". Los reformadores menos conocidos no fueron menos explícitos que Lutero y Calvino en su rehabilitación de trabajos considerados como punto menos que infames en la Europa de la Contrarreforma. William Tyndale –que tradujo el Nuevo Testamento del griego original al inglés y murió en la hoguera por orden del rey Enrique VIII– escribió: "existe una diferencia entre lavar platos y predicar la Palabra de Dios, pero en lo que se refiere a complacer a Dios, no existe ninguna en absoluto". William Perkins, uno de los teólogos puritanos más relevantes, señalaría: "La acción de un pastor que guarda las ovejas... es tan buena obra ante Dios como la acción de un juez que dicta sentencia, o un magistrado que gobierna o un ministro que predica". Tal y como afirmaría también Perkins, la gente puede servir a Dios "en cualquier clase de vocación, aunque sea barrer la casa o guardar ganado". Otro puritano, Richard Steele, en un texto llamado de manera bien significativa The Trademan´s Calling (La vocación del comerciante), afirmó que en el comercio "se puede esperar de la manera más confiada la presencia y la bendición de Dios", pero sobre el comercio en concreto regresaremos en otra entrega futura de esta serie.
«Como señalaría un panfleto publicado a finales del siglo XVII en Inglaterra, el protestantismo había impulsado un "deleite en los empleos seculares".»
Para los autores protestantes, la base para llegar a esa conclusión no estaba sólo en los textos de la Biblia en general, sino, de manera muy especial, en el propio Jesús. Hugh Latimer, por ejemplo, señaló: "Es una cosa maravillosa que el Salvador del mundo, y el Rey sobre todos los otros reyes, no se avergonzara de trabajar, sí, y de emplearse en una ocupación tan sencilla. De esa manera, santificó todas las formas de trabajo". John Dod y Robert Cleaver volverían a ese tema afirmando que "el gran y reverendo Dios no despreció el comercio honrado... por humilde que fuera, sino que lo coronó con su bendición".
Desde luego, la línea estaba claramente definida y era uniforme en cualquiera de las iglesias nacidas de la Reforma. Como señalaría un panfleto publicado a finales del siglo XVII en Inglaterra con el revelador título dePaul the Tentmaker (Pablo, el fabricante de tiendas), el protestantismo había impulsado un "deleite en los empleos seculares".
Semejante visión brillaría por su ausencia en aquellas partes del mundo donde no triunfó la Reforma. En España, por ejemplo, en 1492 se había expulsado a unos judíos que tenían una visión del trabajo idéntica a la de los protestantes e, iniciado el siglo XVI, éstos tendrían que optar entre la hoguera o el exilio. Porque, desde luego, la visión del trabajo de los motejados como herejes era clara desde el principio y nada se parecía a la católica. Así, mientras se ventilaba la supervivencia de España como primera potencia de Europa, la nación siguió uncida a la idea de lo intolerable e infames que podían ser ciertos trabajos. Sus adversarios protestantes –que debieron dar gracias al Altísimo por ello– tenían un punto de vista muy diferente y, a pesar de tratarse, en general, de naciones más pobres y pequeñas, el resultado no pudo serles más favorable. Mientras Velázquez pintaba figuras regias y religiosas y se tomaba un respiro con bufones y tontos, el protestante Rembrandt retrataba escenas bíblicas y también pañeros (sí, pañeros) o a los médicos en medio de una lección de anatomía. Eran dos cosmovisiones bien distintas y no deja de ser revelador que la vencedora fuera la nación pequeña de Rembrandt con menos hidalgos quizá, pero más entusiasmo por el comercio y el trabajo manual. Sin embargo, ni siquiera las derrotas españolas provocaron un cambio de mentalidad con respecto al trabajo. En fecha tan tardía –los protestantes llevaban ya más de dos siglos y medio de ventaja en la idea de impulsar la bondad de cualquier trabajo– como el 18 de marzo de 1783, Carlos III mediante una Real Cédula intentó acabar con la "deshonra legal del trabajo". En otras palabras, como habían pretendido Lutero, Calvino o los puritanos, Carlos III señalaba que ningún trabajo honrado era deshonroso. El intento del monarca ilustrado era excelente, pero chocaba con una mentalidad arraigada a lo largo de siglos. No es que los españoles fueran vagos como se suele repetir injustamente –y, al respecto, basta con ver el resultado que dan fuera de España– pero no creían que el trabajo tuviera el mismo valor que le dan aquellos que nacieron y crecieron en naciones donde triunfó la Reforma protestante.
Esa mentalidad sigue más que presente a día de hoy. Hasta qué punto es así puede quedar ilustrada por dos anécdotas que, a mi juicio, resultan notablemente significativas. La primera es uno de los énfasis fundacionales del Opus Dei que subraya, con matices, la posibilidad de santificación en cualquier ocupación. Semejante circunstancia se ha señalado en repetidas ocasiones como una señal de que san José María Escrivá de Balaguer fue un avanzado a su tiempo. Quizá lo fuera en el mundo católico, pero lo cierto es que la novedad llevaban viviéndola en el mundo protestante desde hacía ya casi medio milenio. En otras palabras, quizá el bosquimano que, por primera vez, utilizó un encendedor pueda ser considerado por sus congéneres como un avanzado, pero, en relación con Occidente, es dudoso que se le pueda calificar de esa manera. La segunda anécdota quizá resulte incluso más reveladora. En los años sesenta del siglo pasado, Alfonso Paso era, con todos los merecimientos, el dramaturgo español de más éxito. Llegó a ver representadas a la vez hasta ocho obras en diferentes teatros de Madrid. Tanta era su fama que, de manera excepcional, se le abrió la posibilidad de estrenar en Broadway. Paso escogió para tan notable éxito una comedia titulada El canto de la cigarra. La obra era muy buena y había disfrutado de una gran acogida en España, pero en Estados Unidos fracasó estrepitosamente tan sólo por que los norteamericanos no la comprendían. ¿Razón? La comedia glorificaba la figura de un vago simpático y los norteamericanos no llegaban a captar quién podía ver como algo divertido la holganza. A día de hoy, ellos –como los británicos, los suecos o los holandeses– tampoco consiguen entender, por ejemplo, por qué en España se paga un plus de puntualidad por llegar al trabajo a la hora. Los pobres no aciertan, por lo visto, a darse cuenta de que, a diferencia de ellos, España nunca asimiló lo que Weber denominó la "ética protestante del trabajo". En eso, España fue y sigue siendo diferente.
Fuente: www.libertaddigital.com 

sábado, 29 de octubre de 2011

Coplas a la muerte de mi padre, cantada por Paco Ibañez




Recuerde el alma dormida,

avive el seso y despierte

contemplando

cómo se pasa la vida,

cómo se viene la muerte

tan callando,

cuán presto se va el placer,

cómo, después de acordado,

da dolor;

cómo, a nuestro parecer

cualquiera tiempo pasado

fue mejor.

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar en la mar,

que es el morir;

allí van los señoríos

derechos a se acabar

y consumir;

allí los ríos caudales,

allí los otros medianos

y más chicos,

y llegados, son iguales

los que viven por sus manos

y los ricos.

Este mundo es el camino

para el otro, que es morada

sin pesar;

mas cumple tener buen tino

para andar esta jornada

sin errar.

Partimos cuando nacemos,

andamos mientras vivimos,

y llegamos

al tiempo que fenecemos;

así que cuando morimos

descansamos.

Los placeres y dulzores

de esta vida trabajada

que tenemos,

no son sino corredores,

y la muerte, la celada

en que caemos.

No mirando nuestro daño,

corremos a rienda suelta

sin parar;

desque vemos el engaño

y queremos dar la vuelta,

no hay lugar.

Esos reyes poderosos

que vemos por escrituras

ya pasadas,

por casos tristes, llorosos,

fueron sus buenas venturas

trastornadas;

así que no hay cosa fuerte,

que a papas y emperadores

y prelados,

así los trata la muerte

como a los pobres pastores

de ganados.

Aquél de buenos abrigo,

amado por virtuoso

de la gente,

el maestre don Rodrigo

Manrique, tanto famoso

y tan valiente;

sus hechos grandes y claros

no cumple que los alabe,

pues los vieron,

ni los quiero hacer caros

pues que el mundo todo sabe

cuáles fueron.


Después de puesta la vida

tantas veces por su ley

al tablero;

después de tan bien servida

la corona de su rey

verdadero: 

después de tanta hazaña

a que no puede bastar

cuenta cierta,

en la su villa de Ocaña

vino la muerte a llamar

a su puerta,


diciendo: "Buen caballero,

dejad el mundo engañoso

y su halago;

vuestro corazón de acero,

muestre su esfuerzo famoso

en este trago;

y pues de vida y salud

hicisteis tan poca cuenta

por la fama,

esfuércese la virtud

para sufrir esta afrenta

que os llama.

Así, con tal entender,

todos sentidos humanos 

conservados,

cercado de su mujer

y de sus hijos y hermanos

y criados,

dio el alma a quien se la dio

¡en cual la dio en el cielo

en su gloria,

que aunque la vida perdió

dejónos harto consuelo

su memoria.

miércoles, 26 de octubre de 2011

sábado, 22 de octubre de 2011

Quiénes hicieron grande a la ETA

Desde hace varios años he leído a Pío Moa y sus acertados análisis sobre los acontecimientos actuales. Una  de las cosas que me hacen confiar en personas como Moa es el mantenimiento de una misma línea de pensamiento desde bastante tiempo atrás. Por ejemplo, cuando publiqué el artículo de Moa sobre la deshispanización escrito hace ya unos cuantos años y como sigue manteniendo las mismas ideas, se puede ver claramente la firmeza en sus ideas y la valentía a la hora de mantenerlas, tanto es así, que es de sobre conocido el hecho acaecido en Libertad Digital con las famosas "acotaciones" de César Vidal, que más que acotaciones fueron acusaciones con un veredicto de culpabilidad que recordaban a los veredictos sin juicio de los comunistas en Rusia. 


Hoy traigo a colación un artículo de Moa escrito hace unos pocos meses sobre la ETA que pienso puede ser de utilidad a la hora de comprender lo sucedido con el polémico abandono de las armas por parte de ETA. 

La ETA es seguramente el grupo terrorista más influyente de Europa, capaz de condicionar la política de una país entero y pesar sobre las principales decisiones políticas, incluso sobre la propia elaboracion constitucional, pues los artículos referentes a las nacionalidades y al progresivo vaciamiento del poder central provienen, directa o indirectamente, de la acción etarra.

Concretamente, la UCD trató de satisfacer al máximo a los nacionalistas regionales de Vascongadas y Cataluña, a fin de elevarlos como alternativa frente a la ETA y quitar a esta argumentos. Parecía necesario reforzar a aquellos partidos, que salían del franquismo sin fuerza porque nunca le habían hecho oposición real, de igual modo que se creía preciso convertir a un PSOE irrisorio en la gran alternativa al PCE, cuya fuerza se exageraba mucho por falta de perspectiva histórica, como había de verse. Como ni nacionalistas ni socialistas habían hecho más que una oposición de sainete a la dictadura, había que relanzar sus partidos, y a ello se aplicaron poderosas fuerzas nacionales e internacionales, y medios de masas. A los cuales podía hacerse la misma observación de Ortega a Einstein cuando este se dedicaba a crear opinión favorable al Frente Popular:
Usufructúa una ignorancia radical sobre lo que ha pasado en España ahora, hace siglos y siempre.
Aquellos políticos, periodistas e intelectuales trataban a socialistas y nacionalistas de acuerdo con lo que ellos desearían que fuesen y con perfecta ignorancia de la historia y los presupuestos ideológicos de tales formaciones. Incluso llegaron a pensar algunos que los nacionalismos de derecha en Cataluña y Vascongadas harían innecesaria la presencia de una derecha nacional en esas regiones. A la ignorancia se sumaba una ausencia de pensamiento político más allá de tópicos como el de europeizarnos u homologarnos, un antifranquismo descerebrado que justificaba cualquier mentira sobre el pasado y el presente, y maniobras más o menos picarescas, que engendraron una democracia de baja calidad y en progresiva degradación, si exceptuamos, parcialmente, el período de Aznar. Quizá esta ignorancia y distorsión del pasado es lo que da a la política española, desde hace mucho tiempo, ese peculiar tinte de vaciedad, vuelo corraleño y corrupción intelectual. Un país solo puede progresar apoyándose ante todo en su experiencia y el conocimiento de sus condiciones, y esto no ocurre.

Veamos este dato significativo: el PSOE emerge del franquismo con un programa casi idéntico al de la ETA: socialismo y autodeterminación, palabra esta última que es solo un eufemismo para la secesión. Puede alegarse que su socialismo era de pandereta, como toda la ideología del PSOE, y es verdad; pero ello no lo hace menos peligroso, como ha demostrado la historia, y en cualquier caso nunca ha sido un partido democrático. Y puede decirse que en realidad no deseaba la secesión de Cataluña o las Vascongadas, y también es verdad, pero ello no le impedía impulsarla con su palabrería. En política, las palabras tienen casi siempre consecuencias, y difícilmente pueden ser buenas las consecuencias de las propuestas frívolas, antidemocráticas e ignaras.
La coincidencia del PSOE con la ETA no es fortuita. Procede de un hecho histórico crucial y casi nunca expuesto por los analistas e historiadores: hasta 1968, la ETA era un grupúsculo más, aislado, cuya propaganda expresaba las más acerbas acusaciones a la sociedad vasca, que no hacía caso a sus chifladuras; pero en el año citado la banda empezó a asesinar deliberadamente, y de pronto cobró importancia extraordinaria. Y no la cobró por el mero hecho de sus atentados, sino porque a partir de entonces, y precisamente por haber asesinado, se volcaron en su favor las fuerzas más poderosas, justificando a los criminales totalitarios como heroicos patriotas vascos, luchadores por la libertad, etc. Fuerzas como los grupos antifranquistas casi en pleno, comunistas y no comunistas, una parte importante del clero vasco y del resto de la Iglesia española en proceso de radicalización, y los gobiernos argelino, castrista y francés, este último muy especialmente. Entre todos hicieron grande a la ETA. Piénsese en las movilizaciones internacionales –gubernamentales, políticas y sindicales–, violentas y no violentas, especialmente en 1970 y 1975, a favor de los autores de los asesinatos y con perfecto olvido de las víctimas. Para entenderlo debe recordarse que nada remotamente parecido se movía en Europa por las víctimas del totalitarismo en los países del Este.
En Una historia chocante y en La Transición de cristal he expuesto estos hechos, asombrosos tanto por sí mismos como por la casi nula atención que han recibido. Y reveladores, más aún que el episodio Solzhenitsin, de la inconsistencia ideológica de la oposición a Franco, tanto la interna como la internacional, autopresentadas como democráticas. Las oleadas de simpatía por la banda terrorista no solo popularizaron a la ETA en las Vascongadas y –en menor medida– en toda España, sino que crearon unas afinidades básicas, por no decir complicidades, entre el grupo terrorista y el resto de la oposición, afinidades que pervivirían largo tiempo, manifiestas en la solución política, revivida hoy como franca colaboración por el actual gobierno.
La ETA, en suma, no se ha hecho a sí misma, sino que la han hecho, como poder influyente, muchas otras fuerzas nacionales e internacionales. Y siempre encontramos en la raíz de evoluciones tan chocantes el antifranquismo, verdadera enfermedad intelectual y política que sirve para justificar cualquier cosa.