lunes, 28 de noviembre de 2011

Okupando a Góngora

Muy buen artículo de Arturo Pérez Reverte. 


Varias veces les he hablado en esta página del barrio de las letras de Madrid, donde hace tres siglos se cruzaban cada mañana, camino de comprar el pan, los periódicos o lo que se comprase entonces, Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Góngora y el buen don Miguel de Cervantes, entre otros. Cada cual, como españoles de fina casta que eran, con sus fobias, envidias, desprecios y descalificaciones mutuas a punto de nieve. También comenté en alguna ocasión que si un barrio con semejante pedigrí hubiera estado en Londres o París, todo el lugar sería hoy un inmenso museo al aire libre cuajado de bibliotecas, placas conmemorativas, monumentos y autobuses con turistas. Pero donde está es en Madrid, a ver si me entienden. Capital de España, o de lo que sea este puticlub de carretera. Así que pueden imaginar la diferencia. 

Una de esas diferencias ocurrió hace unos días. Y lo más simpático no es la anécdota, sino su desarrollo y posterior tratamiento mediático. Un grupo de okupas se había instalado, mediante el procedimiento tradicional de patada a la puerta y de aquí no me saca ni Kristo bendito, en una casa de la calle Huertas en la que vivió Góngora después de que su enemigo mortal Francisco de Quevedo comprase su anterior vivienda, a fin de darse el gustazo de echarlo a la calle. La casa -ya hemos precisado que hablamos de Madrid- estaba hecha una piltrafa, decrépita y llena de escombros. Así que los okupas se instalaron tan ricamente con su parafernalia habitual, también llamada ajuar perroflauta de toda la vida. Con la seguridad, por otra parte, que a cualquier okupa bien informado le da saber con certeza absoluta que en España, líder mundial en libertades y derechos del hombre y la mujer, si te metes por el morro en una casa ajena, es seguro que entre el hecho, la demanda del propietario, la decisión judicial y la ejecución de la sentencia de desalojo, si llega a producirse, y dependiendo de que el juez sea compañero de carrera o colega de universidad del abogado de una parte o de la otra, pueden transcurrir veinte años. O más. 

El caso es que esos inquilinos por la kara estaban instalados en la antaño gongorina y ahora ruinosa morada, gozando de pleno derecho las innumerables facilidades que la Justicia española en general y el Ayuntamiento de Madrid en particular prestan a esta suerte de bonitas iniciativas populares. Pero siempre hay un pelo en la sopa. En ésas, algún propietario desesperado, impaciente, y si rascamos un poco seguro que fascista, racista, machista, violento, homófobo y misógino -etiquetas que en España suelen atribuirse en bloque a cualquiera que no se baje los calzones y ofrezca el ojete sin rechistar- debió decidir que aquella situación la solucionaba él a título personal, por el artículo catorce. Así que cuatro individuos fornidos tiraron la puerta, cogieron a los okupas en brazos y los sacaron a la calle. Acto reprobable, éste, que acogiéndome a la retórica al uso me apresuro a calificar -conste en acta para que no haya dudas sobre mi punto de vista ético- de terrorismo urbano. Incluso de genocidio perroflauta. De mi opinión debieron ser también los desalojados; pues en seguida pidieron apoyo a través de las redes sociales, y al poco se congregaron tres docenas de presuntos representantes del 15-M exigiendo reparación aún más indignados si cabe; pues la policía, que acabó presentándose, no actuó contra los malvados desalojadores ni devolvió las cosas al statu quo ante. Como si no estuviera clarísimo y consagrado por el uso hispano que, entre patada a la puerta de un okupa y patada a la puerta de un propietario, el segundo es quien actúa al margen de la ley, y el primero es la verdadera víctima del asunto. Por favor. A estas alturas. 

Por cierto: escalofriante testimonio sobre la demencial pesadilla sufrida por los desalojados -algunos periodistas parecían compartir su asombro y justa indignación- fue el de una joven que afirmó, aún nerviosa del soponcio, que lo había pasado muy mal al verse sacada así a la calle, de sopetón, y que lo que había hecho el propietario de la casa era una infamia social de las que no tenían nombre, ni apellidos. Tras cuyo pertinente telediario, supongo, el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid enviaron con suma urgencia un equipo de psicólogos y psicólogas para aliviarle el trauma. Eso me lleva a sugerir sin reservas que en las próximas okupaciones, tanto si son en las casas ruinosas de Góngora, Quevedo o Cervantes como en la del Payaso Fofó -que también tiene calles en España, y posiblemente en mayor número y con la placa más grande-, la policía abandone esa vergonzosa pasividad que me atrevo a calificar de filonazi y proteja de propietarios y otros energúmenos a quienes debe proteger. Que para eso cobra, la muy perra.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Entrevista a Juan Eslava Galán

En este vídeo se puede ver la entrevista que le ha realizado Periodista Digital sobre su nuevo libro "La década que nos dejó sin aliento".  

martes, 22 de noviembre de 2011

Respuesta de Pío Moa a César vidal (IV)


Magnífica respuesta de Pío Moa.

Afirma César Vidal que la raíz de la ciencia se halla en la Biblia y que gracias  a ella la revolución –más bien que reforma—protestante la desarrolló desde el siglo XVI. Afirma asimismo que los científicos católicos son muy escasos y debían sus saberes en gran medida a los avances de los protestantes. En suma,  Que la  Reforma (protestante) del siglo XVI fue la clave para entender la Revolución científica es una verdad histórica admitida en todas las áreas. Me temo que solo esté admitida en las áreas protestantes, y no sé si en todas.

 Debe reconocerse, de entrada, que relacionar protestantismo y ciencia resulta aventurado, por cuanto uno de los fundamentos de aquel es el firme rechazo a la razón y al libre albedrío; no parece fácil que la ciencia pudiera desarrollarse sobre tales supuestos, y me parece que don César, llevado de su fervor protestante, confunde aquí, como en los apartados anteriores, datos y argumentos.

   Don César debiera reflexionar en que, si la ciencia, el pensamiento científico, partiese de la Biblia y sus incitaciones a estudiar el universo, los judíos antiguos tendrían que haber destacado por una una ciencia poderosa. Y sin embargo no hubo nada de eso. La incorporación de los judíos a la ciencia es un fenómeno históricamente reciente. Para empezar, desde mucho antes de la Biblia los sacerdotes de las culturas de Mesopotamia, Egipto o  La India hacían interesantes observaciones astronómicas (teñidas de astrología) y naturalistas,  y algo así hubo también en China. Y  la ciencia, el pensamiento científico propiamente dicho, no aparece en Israel, sino en la Grecia clásica, esa que tan poca gracia hace al señor Vidal porque, según él,  ha contaminado al catolicismo apartándolo de la pureza del Libro y volviéndolo medio pagano.

    Si el origen del pensamiento científico se encuentra en Grecia, es obvio que el despliegue científico en la Europa del siglo XVI-XVII no puede deber mucho a la herencia hebraica. Y, efectivamente, no lo debe: si podemos detectar una recuperación de la ciencia debemos encontrarlo en la católica Italia del Renacimiento, con patrocinio eclesiástico y fecundada por el pensamiento griego. Esto parece mucho más lógico y acorde con la realidad histórica.

   Para justificar su tesis, el señor Vidal recurre al caso Galileo --a quien sí podría considerarse, sin demasiada injusticia, el padre de la ciencia moderna—y lo explica así: Galileo (1564-1642) –que basó buena parte de sus avances en las obras de científicos calvinistas holandeses– fue juzgado y condenado por la iglesia católica. Se convirtió en un claro aviso para navegantes. Este modo de exponer el caso no parece muy propio de historiadores profesionales, como admite serlo el señor Vidal, quien no solo olvida donosamente a Copérnico sino que desvirtúa la realidad histórica. Creo que lo aclara mejor Vittorio Messori, un estudioso de Galileo: “Cuando tenía casi setenta años, después de una vida honrada por la Iglesia, salvo una prudente advertencia para que no transformase simples conjeturas en certezas indiscutibles, Galileo fue condenado no por lo que decía, sino por cómo lo decía, ya que sus propias hipótesis  --y entonces no pasaban de ser eso, y las pruebas que aportó se revelaron equivocadas—eran mantenidas por muchos científicos que, a la vez, eran frailes y monjes. Copérnico, a quien Galileo se remitía, era un devoto canónigo polaco, respetado por los papas y execrado en cambio por Lutero y por otros reformadores que, por una vez, celebraron una iniciativa de la Iglesia católica y dijeron que, si hubiera caído en sus manos, Galileo se habría dejado la piel. En cambio, en manos romanas, no pasó siquiera un día en la cárcel y fue hospedado y confortado por cardenales y obispos, ni se le impidió investigar ni publicar, hasta el punto de que su obra científica más importante la editó tras la “terrible” condena consistente en la recitación diaria de algunos salmos penitenciales”.  Esto parece, nuevamente, mucho más ajustado a la realidad histórica, también a la realidad del fanatismo protestante de la época. Y que Galileo utilizara algunos inventos técnicos holandeses no quiere decir que fuera influido intelectualmente por ellos. Lo fue mucho más por Copérnico, como señala Messori, y posiblemente por alguna aportación española.

  La desvirtuación del caso Galileo ha sido increíblemente explotada tanto por la propaganda protestante como por la comunista y atea (algo parecido, salvando las distancias, a la explotación desenfrenada de la supuesta matanza de la plaza de toros de Badajoz  por las izquierdas). En fin, la realidad del caso Galileo es bien conocida desde hace muchos años, aunque la persistente propaganda haya creado una leyenda urbana triunfante en ámbitos populares, incluido el Eppur si muove. A don César parece gustarle más la leyenda urbana; está en su derecho, pero ello no resulta excesivamente  profesional, si me permite señalárselo. También en Nueva historia de España  lo he explicado y ahora voy entendiendo por qué a don César le ha gustado tan poco mi libro. Como no vamos a entrar en cada caso, diré que sus interpretaciones de Pascal o de Descartes sufren del mismo fallo --la tendenciosidad-- que  la de Galileo.

   Señalemos de pasada que es errónea la imputación habitual de que la ciencia sufrió un eclipse durante las edades de Supervivencia y Asentamiento de Europa. La palabra correcta sería más bien retroceso. No me extenderé, por no alargar demasiado el comentario, y  puesto que tampoco lo trata don César.

   Dejaré aparte interpretaciones del señor Vidal como la de la “Invencible”. Podría recordar, puestos a ello, los desastres navales ingleses inmediatamente posteriores a la Invencible, o el de la Invencible inglesa que fue a conquistar mucho tiempo después Cartagena de Indias: ¿diría que las derrotas inglesas fueron causados por el protestantismo o por una inferioridad técnica o científica achacable al protestantismo? A veces don César cae en  lo pintoresco.

    Tampoco es aceptable su pretensión de reducir a la insignificancia el número y mérito de los científicos católicos. Su nómina hasta hoy es en verdad impresionante, no hará falta que me extienda al efecto. Pero tiene razón, en cambio, cuando recuerda que, como todo el mundo sabe, fue en algunos países protestantes (más o menos protestantes, como Inglaterra) donde la ciencia alcanzó mayor desarrollo. Como también es un hecho histórico que gran número de científicos, cada vez más a partir del siglo XVIII, cambió el protestantismo y el catolicismo por el ateísmo o el agnosticismo (¿cuántos premios Nobel científicos, que don César presenta como judíos y protestantes, son en realidad ateos o agnósticos? Aparte de que la tendencia en una época puede invertirse en otra). Sin olvidar que los musulmanes, durante algunos siglos, desarrollaron una ciencia considerable, influida, nuevamente por Grecia (y la India), o que la ortodoxa Rusia y la Unión Soviética desarrollaron en los siglos XIX y XX una ciencia notable, ajena por completo al protestantismo, como actualmente Japón o China.

   ¿Qué conclusión nos ofrece la historia? Pues que, contra las preferencias del señor Vidal, la ciencia tiene muy poco que ver con la Biblia o con las religiones judía o protestante. Tampoco vamos a caer en la tesis hoy tan extendida de que ciencia y religión se oponen. En Nueva historia de España he indicado que los orígenes más remotos de la ciencia podrían encontrarse probablemente en algunas actitudes y actividades sacerdotales de las civilizaciones antiguas. La historia de las relaciones entre religión y ciencia es compleja, a veces conflictiva y otras de mutuo refuerzo (como sugería Bacon). En todo caso no es en absoluto la relación que establece el señor Vidal. El hecho histórico constatable, insisto, es que la ciencia no nace en Israel, sino en Grecia, cuyo pensamiento fecunda su renacer en Italia y a partir de ella en gran parte de Europa; y que es perfectamente asumible por muy diversas religiones e ideologías, incluso ateas.    

   Dicho esto, podemos abordar el atraso científico de España  con respecto no solo a algunos países protestantes, sino también católicos. El atraso es indudable y, sabiendo ya que no puede deberse al catolicismo, habrá que buscar otras causas.

   En Nueva historia de España he aventurado la hipótesis de que una causa, al menos,  radica en la tradición y el carácter fuertemente romano de la cultura española. Como es sabido, la cultura latina, al revés que la griega, fue poco dada a especular –y la especulación es una base esencial del pensamiento científico, junto con la observación y la experimentación--:  tuvo un carácter realista y técnico, no especulativo y científico. Y ese carácter se aprecia como una constante en la cultura española. Dicho de otro modo: al revés que Italia, España recibió muy poca sustancia fecundante de Grecia. Y al igual que Roma, la época dorada de España impresiona por la potencia técnica desplegada en las flotas, las ciudades, las obras públicas y las comunicaciones a lo largo y ancho de su imperio. Pero no impresiona por su poder especulativo y científico en ciencias naturales, o en ciencia en general, salvo excepciones brillantes como la Escuela de Salamanca (que don César infravalora por el hecho evidente de que fue católica).

   La época gloriosa de España obró después como un hechizo paralizante, creyéndose que podía mantenerse sin cambios. No hubo un desarrollo del Siglo de Oro, sino un anquilosamiento, movido por un temor extremo a las novedades. Quevedo es una buena muestra: constata y lamenta  la decadencia pero es incapaz de discernir sus causas y de proponer soluciones eficaces. En el siglo XVIII lo vemos nuevamente en Forner, que hace una crítica bastante aguda de la Ilustración, pero no percibe “las novedades”, los nuevos problemas y actitudes ante ellos, creyendo implícitamente que todo está ya descubierto y asentado. Lo notamos hoy, igualmente, en el pensamiento conservador.
  
Otras veces he señalado esa característica en la enseñanza actual, nuevamente expandida en el franquismo después de siglos de retrocesos y desatenciones: nuestra universidad ha sido y es capaz de formar buenos, incluso excelentes profesionales, pero apenas salen teóricos y científicos con ideas nuevas. Se aprende lo que otros han dicho o descubierto, pero se rehúyen los problemas y debates y no se aporta casi nada original. A veces se ha considerado esta  muy lamentable deficiencia considerándola una especie de peculiaridad étnica o genética, bien aceptándola, incluso con chulería, bien utilizándola para denigrar el conjunto de nuestra cultura. Yo creo que se trata más bien de un problema educativo, como he señalado en muchas ocasiones. Opino que fue la educación lo que hizo grande a España, el anquilosamiento y retroceso educativo el que motivó su decadencia, y un replanteamiento acertado de ella lo que podría volver a hacer de España una nación de primer orden. 
  
     Volviendo al señor Vidal, tengo la impresión de que sus apasionados prejuicios protestantes le llevan a emplear una metodología defectuosa y a caer en errores y olvidos a veces sorprendentes, un poco al estilo de nuestros historiadores izquierdistas: lo que no cabe en sus esquemas no existe o queda condenado o desvirtuado, mientras acumula hechos y datos que parecen confirmar la tesis previa. Se ha dicho que, como en la historia se encuentra de todo, cualquier tesis pueden asentarse con tales métodos. Lo hemos observado cuando abordó la cuestión del trabajo, las finanzas y la educación (que él confunde con alfabetización) y nuevamente en relación con la ciencia. También emplea aquí, de modo inapropiado, el argumento de autoridad citando  como definitivas las tesis de algunos autores y  despreciando por las buenas las discrepantes. Pero precisamente el pensamiento científico rechaza el argumento de autoridad, como proclama el lema de la Royal Society nullius in verba. No es que la ciencia prescinda de la autoridad, eso constituiría un grave error, sino que no la considera el argumento definitivo.

   Dado que don César admira la ciencia, y que demuestra además un fuerte patriotismo, podría aplicar más cuidadosamente sus principios, ya que con sus metodologías me temo que no saldría España del paso. Lo mismo que su admiración por Usa no significa que él comparta necesariamente las virtudes useñas. Hay un fondo en que estamos de acuerdo él y yo, y es en la defensa de la ciencia y de la cultura española. En lo que discordamos es en los criterios  al respecto.
  

las razones de una diferencia por César Vidal (IV)


En apenas unas décadas que van de los últimos años del siglo XV a las primeras décadas del XVI, España –y con ella buena parte de Europa– se desvinculó de cambios absolutamente trascendentales para el futuro de Occidente. Hemos mencionado la visión del trabajo, el desarrollo del sistema crediticio y la educación. No menos grave fue el hecho de que se viera descolgada de la Revolución científica.
Que la Reforma del siglo XVI fue la clave para entender la Revolución científica es una verdad histórica admitida en todas las áreas. La ha subrayado el historiador de la ciencia Thomas Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas; insistieron en ella filósofos como Whitehead y Schaeffer, pero, sobre todo, ha sido innegable para los que nos dedicamos a la Historia de manera profesional y no diletante. Como señaló H. Butterfield en The Origins of Modern Science: "no sólo Inglaterra y Holanda sostienen una posición dirigente, sino esa parte de Francia que fue más activa en promocionar el nuevo orden fue la sección Hugonote o ex Hugonote, especialmente los Hugonotes en el exilio, los nómadas, que desempeñaron un parte importante en el intercambio intelectual que estaba tomando lugar".
La razón era obvia. Una vez más se encontraba en el regreso a la Biblia como ha vuelto a recordar en una monografía extraordinaria –The Bible and the Emergence of Modern Science– Peter Harrison. El retorno a la Biblia –el tan denostado y mal entendido libre examen– permitió recuperar las insistentes referencias de Salomón para estudiar la Naturaleza; los repetidas llamados de los Salmos y los profetas para observar el cosmos y, sobre todo, el mandato recogido en el primer libro del Génesis (ese mismo donde se afirma que el hombre trabajaba antes de la Caída) de dominar y conocer la Creación. Ese retorno a las enseñanzas de la Biblia por encima de otras autoridades permitió emanciparse del Escolasticismo medieval que ya había dado todo lo que podía y, sobre todo, contemplar la Naturaleza como un objeto de dominio y conocimiento al que no se aplicaban las leyes de la teología sino las de una ciencia propia. Como ha señalado certeramente R. Hooykaas, "las ciencias modernas crecieron cuando las consecuencias de la concepción bíblica de la realidad fueron plenamente aceptadas. En los siglos XVI y XVII la ciencia fue extraída del callejón sin salida en que se había metido gracias a la filosofía de la Antigüedad y de la Edad Media. Se abrieron nuevos horizontes".
Las consecuencias resultaron espectaculares. Ramus y Bacon rechazaron el método silogístico de la Escolástica medieval señalando que era inadecuado para la ciencia en la medida en que partía de nociones y no de los hechos de la Naturaleza. Palissy, Pare e Isaac Beeckman, el gran científico calvinista de Holanda, hicieron hincapié en un método científico que, con claras resonancias de los Salmos, partía de la observación de la Naturaleza. De hecho, Beeckman, que anunció el principio de inercia, se adelantó al mismo Galileo en obtener una deducción dinámica de la ley de los cuerpos que caen. Como señaló en su día Lewis Mumford en su Technics and Civilization: "Fue un óptico holandés, Johann Lippersheim, quien en 1605 inventó el telescopio y así sugirió a Galileo los métodos eficientes que necesitaba para realizar observaciones astronómicas. En 1590, otro holandés, el óptico Zacharias Jansen inventó el microscopio compuesto, posiblemente también el telescopio. Un invento aumentó la perspectiva del macrocosmos; la otra reveló el microcosmos; entre ellas, los conceptos ingenuos de espacio que el hombre ordinario tenía quedaron totalmente deshechos".
Como en el caso del mercado crediticio o en el de la educación, las naciones donde había triunfado la Reforma –más pobres y pequeñas a decir verdad– adelantaron de manera prodigiosa a las grandes potencias católicas por no decir a las ortodoxas. La supremacía protestante resulta tan aplastante que podríamos citar docenas de ejemplos de cómo sus científicos se convirtieron en precursores y paradigmas del avance científico. Me limitaré por obvias razones de espacio a algunos de los más importantes. Por ejemplo, Francis Bacon (1561-1626) que estableció el método científico y, a la vez, podía escribir obras de teología protestante. Por ejemplo, Johannes Kepler (1571-1630), piadoso luterano que revolucionó las matemáticas y la astronomía trabajando sobre la luz y las leyes del movimiento planetario alrededor del sol y que además escribía sobre teología. Su talento era tan extraordinario que los gobernantes católicos de Graz –mucho más sensatos que el español Felipe II– le insistieron en que siguiera en la ciudad. Por ejemplo, Robert Boyle (1627-1691) que no sólo enunció la ley de Boyle sino que fue el creador de la química moderna y uno de los fundadores de la Royal Society. Apasionado protestante, contribuyó económicamente, por ejemplo, a la traducción del Nuevo Testamento al turco. Por ejemplo, John Ray (1627-1705), botánico, zoólogo y apologista cristiano de cuya obra tomaría masivamente Linneo. Por ejemplo, Isaac Barrow (1630-1677), maestro de la óptica y de Isaac Newton, además de teólogo extraordinario en cuya elocuencia se inspiró William Pitt para sus discursos parlamentarios. Por ejemplo, Antonie van Leeuwenhoek (1632-1723), descubridor de las bacterias. Por ejemplo, Isaac Newton (1642-1727), el mayor científico de la Historia que destacó en áreas como la óptica, la mecánica y las matemáticas, pero que, a la vez, fue un magnífico economista y un notable autor de libros de teología, protestante, por supuesto. Por ejemplo, Carlos Linneo (1707-1778), al que debemos la taxonomía indispensable para el progreso de las ciencias naturales. Por ejemplo, Leonhard Euler (1707-1783), matemático, el más famoso de los científicos suizos y piadosísimo calvinista. Por ejemplo, John Dalton (1766-1844), fundador de la moderna teoría atómica y convencido cuáquero que abrió una escuela en un granero para hacer avanzar la alfabetización. Por ejemplo, David Brewster (1781-1868), investigador de la luz polarizada. Por ejemplo, Michael Faraday (1791-1867), cuyas obras sobre electricidad y magnetismo revolucionaron la física y de cuyo talento seguimos aprovechándonos hoy porque sentó las bases de adelantos como los ordenadores, el teléfono o las redes de internet. A él le preocupaba, sin embargo, mucho más vivir una existencia de acuerdo con los principios del Nuevo Testamento en el seno de una pequeña comunidad protestante. Insisto en ello: son sólo algunos botones de muestra.
¿Hubo científicos católicos en esa misma época en que la Europa de la Reforma conocía una revolución científica sin precedentes en la Historia de la Humanidad? Desproporcionadamente pocos cuando se comparan con el número de los protestantes y, sobre todo, sometidos a una trayectoria reveladora. Galileo (1564-1642) –que basó buena parte de sus avances en las obras de científicos calvinistas holandeses– fue juzgado y condenado por la iglesia católica. Se convirtió en un claro aviso para navegantes. Blaise Pascal (1623-1662) fue un hereje jansenista desde la perspectiva católica con una visión de las doctrinas de la gracia completamente reformada. Descartes (1596-1650) insistió una y otra vez en su ortodoxia católica e incluso subrayó que no iba a examinar las creencias religiosas –lo que no deja de ser una interesante declaración de principios que se comprende de sobra con el precedente represor de Galileo– pero, a pesar de todo, no conoció la libertad científica en tierras católicas. Pascal estaba convencido de que, en el fondo, era un ateo, pero, fuera lo que fuese, lo cierto es que pasó buena parte de su vida en la protestante Suecia mientras que sus obras –demasiado científicas– fueron colocadas en 1663 en el Índice de libros prohibidos por el papa. Los tres casos constituyen una buena prueba de que la ciencia hubiera podido desarrollarse en naciones mediterráneas igual que en el norte de Europa... si hubieran abrazado la Reforma. Por el contrario, el hecho de continuar sometida la ciencia a autoridades eclesiásticas resultó nefasta para esas naciones.
Las consecuencias que esta situación tuvo para España y para otras naciones católicas fueron pavorosas y llegan hasta el día de hoy. En el siglo XVI, como siempre ha sucedido a lo largo de la Historia de las guerras, los adelantos técnicos –lo mismo sea la espada de hierro contra la de bronce o la legión frente a la Falange– eran esenciales para la victoria. Sin embargo, Felipe II, el monarca que ya había hundido varias ocasiones la economía nacional decidió, por añadidura, prohibir que los estudiantes españoles se matricularan en universidades extranjeras. España lo pagó muy caro en el campo de batalla. Cuando la Armada destinada a invadir Inglaterra para reimplantar el catolicismo se enfrentó con las naves inglesas, los españoles continuaban técnicamente en Lepanto. Los ingleses, sin embargo, a pesar de su inferioridad numérica y de su menor relevancia económica, no habían dejado de avanzar técnicamente. El resultado es sabido por todos. Sin duda, los marinos y los soldados españoles eran extraordinarios y derrocharon valor y sangre, pero combatían no sólo con los ejércitos enemigos sino con el fanatismo feroz de sus propios gobernantes.
Por supuesto, entonces –como ahora– hubo quien se percató de lo que sucedía. En 1592, una década antes de la publicación de la Biblia de Reina-Valera, cuando el imperio español marchaba a su ocaso desangrado por guerras cuya única justificación aparente era el combate contra el protestantismo, el desastre sufrido por la fuerza de desembarco que debía invadir Inglaterra provocó uno de los primeros cuestionamientos de la política de España. Ginés de Rocamora, el procurador de Murcia, defendió, en clara armonía con aquellos principios, que España debía "sosegar a Francia, reducir a Inglaterra, pacificar a Flandes y someter a Alemania y Moscovia". No se le escapaba al triunfalista Rocamora lo audaz de su tesis, pero pronto echó mano de un argumento que, de nuevo según el enfoque de la Contrarreforma, debía disipar cualquier posible –y arriesgada– objeción. La causa de España era la de la iglesia católica y, por lo tanto, era la de Dios. Por ello, había que tener la absoluta convicción en que "Dios dará sustancias con que descubrirá nuevas Indias y cerros de Potosí, como descubrió a los Reyes Católicos de gloriosa memoria...". España era una nación elegida y, al realizar los designios de Dios, ya se ocuparía Éste de proporcionarle recursos. La ardorosa exposición de Rocamora encontró un templado contrapunto en Francisco Monzón, otro procurador que, quizá por representar a Madrid, conocía más a fondo el impacto que aquellas guerras estaban teniendo sobre la Capital y Corte. Para Monzón resultaba obvio que era absurdo seguir desangrando el imperio en pro de unos intereses que no eran los de la nación española sino los de terceros no pocas veces ingratos. Ante el argumento –aparentemente sólido– de que España estaba contribuyendo a facilitar la salvación y a impedir la perdición eterna de sus adversarios, Monzón no pudo dar una respuesta más escueta y, a la vez, convincente: "si ellos se quieren perder que se pierdan". Monzón no fue escuchado. España siguió dilapidando sus recursos –suena a historias recientes de fondos comunitarios o de subvenciones– y despertó arruinada porque el oro de las Indias no podía mantener la fiesta de manera perpetua.
Y es que la Historia no se detiene para nadie y menos para los que se empeñan en mirar a un pasado idealizado en lugar de al presente y al futuro. Los mamelucos que habían vencido a los cruzados de san Luis comprobaron a finales del siglo XVIII que los triunfos de antaño no eran garantía alguna a la hora de enfrentarse con otros franceses, esta vez muy superiores técnicamente y mandados por Napoleón.
Como en el caso de otras diferencias que nos colocaban en situación de gravísima inferioridad, el siglo XVIII fue testigo de algunos intentos infructuosos por corregir los males del pasado. El Padre Feijoó, por ejemplo, que admiraba a herejes como Bacon y Newton, protestó contra la superstición y abogó por una mentalidad científica que permitiera avanzar a la nación. Tenía toda la razón, pero no sirvió de nada. En España ya no quedaban herejes que quemar, pero basta examinar los grandes procesos inquisitoriales del siglo, comenzando por el de Pablo Olavide, para comprobar que los avisos a navegantes –navegantes ingenuos, bien intencionados y, por regla general, buenos católicos– tuvieron un efecto devastador.
Algunas naciones que, como Francia, se desprendieron del armazón de la Contrarreforma en algún momento lograron recuperar, siquiera en parte, el tiempo perdido. Para el resto, los datos seguirían siendo estadísticamente espeluznantes. Según John Hulley, un economista del Banco Mundial, de todos los premios Nobel relacionados con la ciencia y otorgados entre 1901 y 1990 el 86% habían sido ganados por protestantes y judíos, en este último caso el 22%. La estadística sobrecoge.
A día de hoy, y a diferencia de lo que sucede en una nación como los Estados Unidos, en nuestra España –como en Italia, Portugal o las naciones hispanoamericanas– el desdén por la ciencia, la desconfianza hacia la innovación y la esclavitud a esquemas mentales pasados continúan siendo terribles taras. A decir verdad, hoy nos seguimos topando con el mismo dañino fanatismo en los que niegan la realidad de la Historia, en los que señalan que "ellos más" cuando se habla de naciones que nos adelantaron hace siglos sin que hayamos conseguido igualarnos a ellas, en los que apelan a lo que se ha hecho "toda la vida", en los que miran con desprecio a los que cuestionan sus prejuicios y, de manera muy especial, si son miembros de minorías "diferentes" y en los que observan por encima del hombro a los partidarios de la innovación porque para algunos de ellos hasta aprender inglés resulta de conveniencia discutible. Es posible que se crean la esencia de la raza, de una España elegida por Dios, pero sólo forman parte de la legión de fanáticos que han encadenado a esta nación –y a otras– al atraso durante siglos.
Pero, volviendo a nuestro tema, en sucesivas entregas, tendremos ocasión de ver cómo no acaban en lo expuesto nuestras diferencias con otras naciones.

Reflexiones

No pretendo hacer reflexiones sesudas sobre las recientes elecciones en España donde ha salido ganador el PP, sino comentar brevemente mis impresiones. 

Lo primero que tengo que comentar es que nunca he votado, no soy partícipe de un sistema que tiende hacia la división y nunca a la unión. La democracia lleva en sí un germen autodestructivo, el de los partidos políticos. Partido viene de partir, la sola pertenencia a uno de ellos hace que una parte de nosotros se diluya y no consiga ver la totalidad de las cosas, sino una parte, de hay que que la participación en el llamado juego democrático excluye a una parte significativa de la población de sentirse representado por el simple hecho de ser contrario al partido gobernante. 

Soy español por encima de cualquier consideración relativa a la política. Nunca he visto que los partidos políticos sepan transmitir la importancia de ser español. Desde que la democracia se impuso como sistema de gobierno, siempre me he fijado que han existido dos bandos muy definidos, el de los demócratas o los no demócratas. Si estás con los primeros, genial, si no, malo. Cuando ETA asesinaba a alguna persona, siempre los políticos se apresuraban a decir la palabra demócrata como un imperativo categórico moral, y el no decirlo te colocaba en una posición peligrosa, más exactamente, en la de los terroristas. Pero ahora bien, ¿qué pasa si uno no es demócrata o terrorista? ¿No puede uno sentir el asesinato de una persona de la misma manera? 

El historiador José Antonio Vaca de Osma en su historia de España para jovenes dice en el prólogo que si comparamos la cantidad de años que España ha estado gobernando según los diversos sistemas (monarquía, república, democracia) la monarquía gana por goleada. Este es un hecho que pasa desapercibido, ya que España como país, en su devenir histórico, ha sido más monárquica que otra cosa, y el desprecio a lo que nos ha hecho como nación, nos ha llevado a que ahora mismo estemos saliendo del periodo de gobierno más desastroso que hayamos conocido en España en mucho tiempo y que nos vayamos a adrentar en otro, menos malo, pero no por ello también malo. 

Decía José Antonio que nadie nace un partido político y cuanta razón llevaba. España volverá a ser una nación otra vez cuando nos encontremos en la misma tesitura que en la Reconquista y en la sublevación del 2 de mayo contra los franceses, mientras tanto nadaremos en la mediocridad representada por unos políticos cobardes, que han dejado olvidados en el cajón la garra y genio de España y que sólo gobiernan, con lo peor que pueden tener, su propio ego.  


miércoles, 16 de noviembre de 2011

Entrevista a José Javier Esparza sobre la reconquista

La Reconquista fue un momento crucial de la Historia de España: por primera vez un país expulsaba a los ocupantes islámicos. Ahí nació la España que luego se proyectaría al mundo. Hoy, el masoquismo progresista pretende cubrir aquel episodio con el oprobio y la vergüenza. José Javier Esparza lo rescata. La revista francesa Nouvelle revue d´Histoire ha entrevistado al autor de ´La gesta española´ sobre la Reconquista. Sin mitos y sin complejos. Cosas que todos deberíamos saber.



- Escuchando y leyendo los principales medios de comunicación españoles uno acaba convenciéndose que ninguna de las grandes hazañas de España han sobrevivido a la leyenda negra. Importantísimos acontecimientos como la Reconquista o el descubrimiento de América se califican a menudo de actos de intolerancia, xenofobia, racismo o atentados a la dignidad humana. Numerosos historiadores callan, otros siguen la moda. Impera el odio a lo hispánico en nombre del multiculturalismo, de las ideologías indigenistas y de la islamofilia. El estudio riguroso y desinteresado de los principales hechos de la Historia de España sin instrumentalizaciones partidarias de uno u otro signo se vuelve más difícil? ¿Por qué surgió este nuevo brote de sectarismo en su país? 
 
- Es una larga historia, que arranca de finales del siglo XIX y ha ido conociendo sucesivos avatares hasta hoy. El último impulso al odio español hacia sí mismo procede los pasados años sesenta y setenta y tiene un origen claro: frente a un régimen como el de Franco, que reivindicaba –de forma muy primaria- la historia de España, la izquierda, incapaz de presentar una oposición eficaz en el interior del país, reaccionó fabricando un discurso de execración de lo español. Si lo español era franquista, entonces, para ser antiframquista, había que ser antiespañol. Ahora bien, ser antifranquista podía tener un sentido (tanto como la posición contraria), pero ser antiespañol por principio era simplemente suicida. Sin embargo, esa es actualmente la posición de buena parte del poder cultural en España. Es una patología nacional.
 
- ¿Que ocurrió exactamente a principios del siglo VIII? ¿Cómo pudo ser ocupada España por la invasión mora?
 
- Lo que ocurrió es que el reino visigodo conoció una guerra civil. Uno de los bandos llamó en su socorro a los musulmanes del otro lado del Estrecho de Gibraltar. Éstos decidieron la guerra, en efecto, pero, además, se quedaron aquí, lo cual no estaba en el contrato. La situación de descomposición del orden godo facilitó la sucesión de elites: una elite goda fue sustituida por otra musulmana. Muchos nobles godos se islamizaron, particularmente en el valle del Ebro; otros lo perdieron todo o marcharon al norte, fuera del dominio islámico. Así empezó todo.
 
- ¿Es el rey Don Pelayo, iniciador de la Reconquista, una figura real o un personaje de leyenda que nunca existió?
 
- Hay demasiadas fuentes históricas convergentes como para dudar de la existencia real de Pelayo. Sabemos que era espatario (una suerte de guardia de corps) del rey Rodrigo (uno de los pretendientes del trono hispanogodo), que combatió en la decisiva batalla de Guadalete (que perdió) y que huyó al norte, a Asturias, probablemente pasando antes por Toledo, capital histórica del reino. Los sucesos de su vida familiar son igualmente conocidos. La leyenda posterior ha magnificado algunos hechos, incluida la crucial batalla de Covadonga, pero lo sustancial es cierto: Pelayo existió, era un noble godo, se refugió en Asturias y allí emprendió una guerra de resistencia, primero como caudillo de los astures (cuando el trono de España, como se ha dicho, no era más que una silla de montar), y después agrupando a más pueblos del norte. Él, por cierto, nunca fue propiamente rey: sus descendientes recogieron su herencia y con ella crearon el reino de Asturias.
 
- ¿Fue rápida y fácil la expansión islámica por la Península o hubo resistencia religiosa y social contra el Islam?
 
- El tópico dice que fue fácil. En realidad, no lo fue. Es verdad que la sucesión de la elite goda por la elite mora fue muy rápida (entre otras cosas, por la conversión al islam de muchos nobles godos), y cabe pensar que la población no habría resistido gran cosa si la invasión se hubiera limitado a un cambio de elites en el poder. Pero el Islam quería imponer su religión, traía un orden propio, y eso lo cambiaba todo. La resistencia fue, sobre todo, religiosa: son los mártires, cuya huella encontramos en la Córdoba y el Toledo del siglo IX o en la Ceuta del siglo XIII; lo avanzado de la fecha demuestra hasta qué punto los españoles se resistieron a la islamización. En cuanto al término "expansión por la península", hay que hacer una precisión: buena parte del cuarto noroccidental de la península quedó sin ocupar; sujeto, sí, a la presión militar islámica, pero sin un dominio moro efectivo.
 
- ¿Era Al-Andalus un territorio pacífico, de convivencia tolerante entre las religiones?
 
- Al-Andalus nunca fue un territorio pacífico. El poder islámico conoció numerosas conmociones internas. De hecho, la historia de la España andalusí puede contarse como una sucesión de invasiones africanas, cada vez más fundamentalistas, que penetraban en la península al calor del propio caos del sistema. Hubo también, por supuesto, etapas de gran esplendor. Pero, por así decirlo, cada vez que Al-Andalus se relajaba, se civilizaba, se europeizaba, venía una nueva conmoción política, una nueva disgregación y una nueva invasión fundamentalista. Entre las tres religiones presentes en aquel mundo -cristiana, musulmana y judía- nunca hubo convivencia tolerante. Sólo se toleró la existencia de cristianos y judíos subordinados al Islam. Y esto, por otro lado, con mayor o menor intensidad según los lugares y los periodos, porque la España islámica no fue un mundo uniforme. Los cristianos fueron perseguidos, frecuentemente a muerte; los judíos también. Hay un ejemplo notable: el de una familia judía andalusí donde el padre llegó a general de los ejércitos y el hijo, por el contrario, fue asesinado en un pogrom de los musulmanes contra los judíos. La fuga de cristianos mozárabes (los que vivían bajo el Islam) hacia el norte fue constante; los judíos también pasaron continuamente la frontera, sobre todo a partir del siglo XI, porque en los reinos cristianos vivían más libres. La imagen de un Al-Andalus tolerante y convivencial es una construcción posterior, del siglo XIX. 
 
- ¿Cómo se hizo la Reconquista? ¿Fue sólo cosa de caballeros y soldados o involucró todo el pueblo? ¿Como se explica que después de liberar la mitad de la Península en solo 200 años se tardó más de cinco siglos para rescatar el resto del territorio?
 
- La reconquista fue, sobre todo, cosa del pueblo, especialmente en los primeros siglos, y eso es lo más portentoso del fenómeno. Los reyes auspician la progresiva toma de tierras al sur, pero quienes la ejecutan son familias de campesinos que han descubierto en el Valle del Duero una oportunidad para sus propias vidas; esa gente tiene que garantizar al mismo tiempo su supervivencia económica y su supervivencia militar, lo cual irá configurando una mentalidad de campesino-soldado muy singular. En el este, en el Valle del Ebro, las cosas irán de otra manera: era un área más urbanizada desde los tiempos de Roma, donde la estructura de poder estaba mucho más organizada, de manera que no era tan fácil ocupar espacios; la monarquía carolingia pilotará la configuración de una “marca” protectora sobre la base de condados independientes, los cuales, por su parte, llevarán directamente la conquista de nuevos espacios hacia el sur, normalmente bajo la dirección de nobles guerreros.
 
El hecho de que la reconquista se detuviera hacia el siglo XI parece obedecer sobre todo a razones demográficas: el norte peninsular estaba mucho menos poblado que el sur. Lo más impresionante de todo el proceso quizá es esto: cuando los moros parecen resurgir y pasan a fuego las tierras cristianas, los cristianos, una y otra vez, vuelven a ocupar los territorios desolados para convertirlos nuevamente en frontera militar. Aparece entonces una situación realmente sorprendente: los reinos cristianos, antes sometidos, se convierten en pequeñas potencias militares, y los reinos moros, ya desintegrado el califato, dejan de ser la potencia dominante. Surge el sistema de las “parias”, que era un tributo que los reinos moros, ricos pero débiles, pagaban a los cristianos, pobres pero belicosos. Al-Andalus conocerá momentos de ocasional resurrección, pero, en general, el sistema cambiará poco hasta el final de la reconquista. 
 
- ¿Cómo reaccionaron los moros ante la importancia religiosa y cultural que llegó a tener en toda Europa aquel remoto rincón de España llamado Santiago? ¿Cuál era el sentido de la invocación de Santiago como auxilio de los españoles en las batallas, invocación muy famosa en la época de los Tercios españoles y que perduró hasta hoy?
 
- El hallazgo de la tumba del apóstol Santiago tuvo un eco enorme en toda la cristiandad, y particularmente en la Francia carolingia. A partir del siglo IX se convirtió en foco para toda Europa. Por supuesto, los moros lo sabían: Almanzor no descansará hasta arrasar en el año 977 la capital jacobea. Pero eso no detendrá el culto; se construye una nueva catedral y la peregrinación a Santiago de Compostela seguirá siendo un rito fundamental de la cristiandad europea.
 
En cuanto al sentido de la invocación jacobea en la historia militar de España, parece remontarse a mediados del siglo IX, cuando la tradición hace aparecer al apóstol, sobre un caballo blanco y espada en mano, arremetiendo contra los moros en la batalla de Clavijo. De entonces data la figura de Santiago Matamoros, que representa al santo cabalgando sobre las cabezas de los sarracenos vencidos; es una imagen que hoy tiende a ser censurada en nombre de la “multiculturalidad”. De entonces data también el grito de guerra “Santiago y cierra, España”, donde “cierra” significa “acomete”, “ataca”. El santo fue convertido en patrón de España en los siglos medievales y como tal recibía veneración en la época de los Reyes Católicos, aunque no tanto por sus virtudes militares como por ser, según la tradición, el primer apóstol de España. Hoy sigue siendo patrón, aunque su culto tiende a quedar difuminado para la España oficial. El arma de Caballería, no obstante, mantiene la invocación “Santiago y cierra, España” en su himno.
 
- El Cid Campeador ¿es historia o leyenda?
 
- El Cid es historia transformada después en leyenda (gracias, entre otros, al francés Corneille). Se llamaba Rodrigo Díaz de Vivar, nació hacia 1043 en una aldea de Burgos, en el norte de Castilla, hijo de una familia de la nobleza militar. Se crió en la corte del Rey castellano, fue armado caballero con 17 ó 18 años y destacó muy pronto como un guerrero excepcional. Enemistado con la Corona, fue desterrado y creó su propia hueste, a cuya cabeza combatió al servicio de señores moros y también de señores cristianos, aunque sus mayores servicios los prestó a la Cruz al detener la invasión almorávide. Murió hacia 1099. Después, su vida se convirtió en objeto de un cantar de gesta que a partir del siglo XIII le elevó al rango de héroe popular y nacional.
 
- Los historiadores revisionistas de la Reconquista acostumbran decir que los reyes cristianos pasaban más tiempo peleando entre sí que contra los moros. ¿Es esto verdad?
 
- La verdad es mucho más complicada: los cristianos peleaban entre sí, los moros peleaban entre sí, reyes cristianos se aliaban con reyes moros para combatir a otros moros o a otros cristianos… Hay que tener en cuenta que a partir del siglo XI la península vive un periodo de gran fragmentación del poder tanto en el norte cristiano como en el sur musulmán. Por otro lado, los españoles parecen pensar que los reinos moros de taifas, ya muy hispanizados, no eran propiamente un enemigo exterior. Por el contrario, cada vez que aparezca en el horizonte una invasión africana, realmente exterior, todos los reinos cristianos harán causa común, lo mismo frente a los almorávides en el siglo XI como frente a los almohades en el siglo XIII. El hecho es que, en ese camino, la tendencia será siempre la progresiva expansión de la cristiandad hacia el sur y, al mismo tiempo, la progresiva unificación de los reinos cristianos frente al moro.
 
- ¿Por qué la batalla de las Navas de Tolosa, en 1212, fue fundamental en la historia de España y de Europa?
 
- Fue fundamental por lo que toda Europa se jugaba: detener la última gran invasión africana en occidente. Los almohades, una secta guerrera fundamentalista del sur de Marruecos, habían conseguido reunir bajo su liderazgo a todos los pueblos del norte de África, habían pasado a la península y se habían hecho con el poder en Al-Andalus; tenían la potencia militar, política y económica suficiente para romper la frontera, que en ese momento estaba situada en Sierra Morena, al norte de Andalucía, y desparramarse de nuevo por la meseta castellana. Tan obvia era la amenaza que al rey castellano no le costó obtener del Papa Inocencio III la proclamación de cruzada, y así, en 1212, se reunieron millares de europeos –alemanes, bretones, lombardos, provenzales…- para frenar a los almohades en España. Aunque la mayoría de los europeos resistieron mal las condiciones extremas del combate, una buena porción de caballeros provenzales permaneció junto a las tropas de los reinos españoles y compartió la gloria de la victoria. Después de las Navas de Tolosa, nunca más una invasión musulmana volvería a amenazar el suelo europeo por occidente.
 
- Unos pocos miles de hombres al mando de Roger de Flor, aquellos famosos Almogávares, tropas de choque de la Corona de Aragón constituidas por pastores de las sierras ibéricas, consiguieron retrasar casi un siglo y medio la muerte de Bizancio. ¿Cómo pudo ser esto?
 
- Es sencillamente inverosímil y, sin embargo, ocurrió. Los almogávares eran una suerte de tropa de elite de los ejércitos cristianos en la reconquista, tanto aragoneses como castellanos, y esencialmente de infantería. Una gente singular: vivían permanentemente en el frente de guerra, con sus familias, y su existencia consistía en atacar sin descanso las líneas enemigas, infiltrarse tras ellas y sobrevivir con lo que capturaban al enemigo. Cuando el Reino de Aragón llegó hasta su límite sur de expansión en la península, los almogávares (la palabra viene del árabe al-mugavar, que significa “los que provocan confusión”) fueron empleados en el nuevo horizonte de la Corona aragonesa, que fue la expansión por el mediterráneo. Después de conquistar Sicilia y Nápoles, acudieron a la llamada del emperador de Bizancio, amenazado por los turcos. Era 1302. La mera idea de viajar a Bizancio para pelear contra el inmenso ejército turco era perfectamente demencial, pero ese era exactamente el carácter almogávar. Su jefe, Roger de Flor (en realidad, Roger von Blum, hijo de un halconero de Federico II Hohenstauffen, criado con los templarios y viejo templario él mismo), aceptó el reto y embarcó hacia Constantinopla con 4.500 hombres. Llegará a haber 7.000 almogávares en la península de Anatolia. Su gesta es asombrosa: destrozaron a los ejércitos turcos en Cízico, en toda la costa mediterránea, al pie del monte Tauro… Traicionados por los propios bizantinos, masacran a éstos en Galípoli, pasan a Grecia y constituyen un ducado propio en Tesalia, donde mantendrían su presencia durante un siglo.
 
- ¿Por qué los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, fueron dos figuras absolutamente decisivas de la historia de España?
 
- Por su labor unificadora y modernizadora: bajo su reinado se culmina la Reconquista y se incorpora Navarra, se codifica la lengua castellana moderna, se unifica la religión del país con la expulsión de los judíos, se diseña un sistema de poder post feudal reconociendo fueros (derechos) a las ciudades más que a los nobles, se crean instituciones de ámbito ya propiamente nacional y se afronta la empresa americana. Fue un proceso consciente: tanto Fernando como Isabel compartían las ideas de la época acerca de la “república cristiana”. Con los Reyes Católicos nace la España moderna.
 
- ¿Qué supuso la conquista de Granada el 2 de enero de 1492?¿Qué eco tuvo en Europa?
 
Los españoles, por lo general, ignoran que la toma de Granada fue celebrada en casi todas las capitales europeas, desde Roma hasta Londres. En la mentalidad de la época, vino a ser la culminación exitosa de la cruzada más larga. Para la historia de España fue crucial, porque supuso devolver a la península la unidad que tuvo con Roma. Y para la historia de Europa, significó confinar al Islam al otro lado del estrecho de Gibraltar.
 
- Numerosos historiadores explican la decisión política de los Reyes Católicos de lanzarse al descubrimiento de América por su ambición de riqueza o su voluntad de poder. Otros insisten en la obsesión de Isabel, respaldada por Fernando, que era prolongar la Reconquista, convertirla en Cruzada y devolver el norte África al espacio mediterráneo original - romano y cristiano-. Añaden que para eso les hacía falta dinero, oro, que para eso necesitaban nuevas rutas hacia las Indias y que para eso financiaron la aventura de Colon. ¿Usted qué opina?
 
- Todo eso es verdad, pero no es toda la verdad. La cuestión clave es por qué los Reyes deciden proseguir la aventura una vez se ha constatado que aquello no son las Indias. Aquí es crucial el elemento religioso, la vocación evangelizadora. Sin ese elemento no se entiende nada de la Historia de España hasta el siglo XVIII. Se buscaba un paso al mundo conocido; se descubrió un mundo desconocido; se decidió plantar allí la cruz.
 
- Otro acontecimiento decisivo para la cristiandad y para Europa fue la batalla de Lepanto que detuvo la amenaza del Imperio otomano en 1571. ¿Por qué tuvo tan enorme trascendencia aquella batalla?
 
- Porque los turcos, que ya habían puesto sitio a Viena, estaban a punto de desembarcar en Italia, para gran angustia del Papa, que pidió ayuda a todas las cortes europeas. Ese desembarco habría convertido el Mediterráneo en un mar interior musulmán, habría deshecho Europa y habría golpeado decisivamente a la cristiandad. La Historia nunca será suficientemente severa con la Corona francesa, que no quiso ver el peligro. Finalmente fue España, con la Santa Sede, Venecia y Génova, quien asumió la responsabilidad. La batalla de Lepanto quebró el poder naval turco, salvó la hegemonía europea en el continente y detuvo la marcha del islam hacia el oeste.
 
- Dos de los episodios más polémicos de la historia de España son la expulsión de los judíos, dictada por los Reyes Católicos en 1492 y la de los moriscos decidida en 1609 por Felipe III. Para unos fueron gestos de intolerancia que además lesionaron de manera irreversible la prosperidad de la sociedad española. Para otros fueron frutos inevitables de la hostilidad popular y pasos decisivos en la unificación tanto religiosa como política del país. ¿Fueron decisiones arbitrarias de un poder despótico y racista o obedecieron a autenticas motivaciones políticas, religiosas y sociales? ¿Cuantos judíos y moriscos se expulsaron y por qué?
 
- Son dos procesos distintos, que obedecieron a causas diferentes. La expulsión de los judíos ha de inscribirse en el proceso de unificación religiosa de España: el problema no era tanto la existencia de judíos observantes como la supuesta influencia de éstos sobre los judíos que se habían convertido al cristianismo; se argüía que la influencia de los judíos les impedía abrazar una conversión plena. Es interesante ver que los promotores de la expulsión fueron, en gran medida, cristianos nuevos, es decir, judíos conversos. La hostilidad popular hizo el resto. También es interesante recordar que la Universidad de la Sorbona felicitó a los Reyes por la medida. La expulsión afectó a un máximo de 100.000 personas, según los cálculos más recientes.
 
En cuanto a la expulsión de los moriscos –musulmanes que habían permanecido en España después de 1492-, su contexto es el temor a que la presencia de una fuerte minoría musulmana en España sirviera de trampolín a los turcos para atacar la península. Las violentas revueltas de las Alpujarras, donde bandas de moriscos sembraron el terror hacia 1568-1571, confirmaron los temores. Esas bandas (¡de hasta 25.000 insurrectos!) estaban siendo apoyadas con dinero argelino y turco. Hizo falta una campaña militar en toda regla para sofocarla. Aún así, no se decretó la expulsión de los moriscos, sino su traslado a otros lugares de España. La expulsión llegó más tarde, al comprobar que era imposible la integración política de las comunidades moriscas. La cifra de expulsados pudo ascender a 275.000 personas.

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