martes, 2 de julio de 2013

La fuga hacia la inmortalidad


 Llevo un buen puñado de días rastreando las huellas de alguien que trastornó la historia, hizo saltar por los aires la geografía, protagonizó una gesta en la que el bien y el mal se vieron las caras, siguió el camino del corazón o, por lo menos, el de la intuición y la emoción, perdió a su término la cabeza en el sentido literal de la palabra, pues rodó por el suelo a consecuencia de una doble traición (la de su compañero de fatigas y amigo del alma Francisco Pizarro y la del abyecto personaje −Pedrarias Dávila− que se disponía a ser su suegro), convirtió el mayor océano del globo en lo que durante dos siglos sería un lago español y sentó los cimientos de ese ambiguo fenómeno al que hoy llamamos globalización.
     Me refiero a Vasco Núñez de Balboa. Sus hazañas son equiparables a las de Lope de Aguirre (un demonio) y a las de Alvar Núñez Cabeza de Vaca (un santo). Fue el protagonista de un western que nadie ha rodado. Merece una novela que esté a la altura de lo que Stefan Zweig escribió sobre él en sus Momentos estelares de la humanidad.
     Se cumple ahora el quinto centenario del descubrimiento del Mar del Sur. En Panamá llevan todo el año celebrándolo, aunque no falten aguafiestas −los pichaflojas de la corrección política extrapolada del hoy y aplicada al ayer− que lamenten el suceso. En España, donde tanta bulla despilfarradora armaron en 1992 a cuento del primer viaje de Colón, nadie parece recordar que el 25 de septiembre de 1513 un hidalgo de origen leonés nacido en Extremadura fue el primer europeo que avistó desde lo alto de un cerro el océano en el que ahora palpita el corazón del futuro.
     Rectifico. En Jerez de los Caballeros, donde Balboa vino al mundo, se organizó hace poco un congresillo de fin de semana dedicado a honrar la memoria de aquel héroe cuya gesta no desmerece de la de Colón y acaso, por su arrojo y por su alcance, la supera.
     ¿Eso va a ser todo, amigo Monago? ¿Eso va a ser todo, amigo Wert? ¿Eso va a ser todo, amigo Margallo?
     Yo, en el ínterin, y a la espera de lo que la literatura me depare, sigo vagabundeando por Panamá, por Nicaragua, por...    
    Veremos.
    El pasaje del libro de Zweig al que más arriba he hecho referencia se titula así: La fuga hacia la inmortalidad. Balboa es el único español que aparece en él. ¿Por qué será?
    Concedámosle atención. Yo ya lo estoy haciendo.
Fernando Sánchez Dragó