domingo, 27 de diciembre de 2015

“¿Me lleva a la calle de Mateo Morral?” Pedro Fernández Barbadillo.

"Magnífico artículo de Pedro Fernández Barbadillo."

Mientras la derecha española es de un materialismo que impresiona por su ramplonería, la izquierda es idealista e irracional. A diferencia de la derecha, la izquierda sabe que el campo de batalla por el poder no es la economía. Por eso, los izquierdistas tratan de apoderarse del alma de los niños que ellos no tienen mediante la escuela y, hoy también, mediante la televisión y las redes sociales. Y también trata de imponer en los callejeros, los monumentos, los aniversarios y los documentales a sus modelos. La izquierda española no admite que se pueda honrar a ningún español que no pertenezca a su bando o haya recibido su bendición laica. Igual que ella, hacen los nacionalistas vascos y los catalanes, que han borrado de sus libros de historia y sus ciudades a todos los vascos y catalanes que con su solo nombre refutaban su discurso.

El Ayuntamiento de Madrid, con el voto de Ciudadanos (que lleva camino de convertirse en UCD: el partido que con votos de derechas hacía políticas de izquierdas, hasta que sus votantes se hartaron), ha empezado a aplicar su plan de depurar el callejero de la capital de fascistas, franquistas, colaboracionistas, golpistas, nazistas, monarquistas y quién sabe si hasta madridistas.

¿Y qué modelos va a proponer el nuevo Frente Popular? En Madrid ya hay calles, puestas por los alcaldes socialistas y también por los del PP, aPablo Iglesias, fundador del PSOE, y Dolores Ibárruri, comunista, que amenazaban de muerte en las Cortes a los diputados de derechas; aFrancisco Largo Caballero, que pidió la guerra civil y la dictadura del proletariado antes de la guerra; a Indalecio Prieto, que fue contrabandista de armas para preparar un golpe de estado y matar españoles; a Eduardo Haro Tecglen, el hipócrita que pasó de escribir loas a Franco y a José Antonio a hacérselas a Stalin.


Cuando la izquierda estaba libre de las trabas constitucionales y democráticas, es decir, en la guerra civil, el Ayuntamiento de Madrid, bajo la presidencia del Rafael Henche de la Plata (gran apellido para un socialista y sindicalista de UGT, que además, como conspirador participó en el golpe de estado de 1934), aprobó en su sesión del 11 de junio de 1937 varios cambios del callejero, uno de los cuales consistió en renombrar la Calle Mayor con el nombre del anarquista Mateo Morral.

El mérito de este individuo fue tratar de asesinar al rey Alfonso XIII y a su esposa, Victoria Eugenia, en 1906, mediante una bomba que arrojó desde la ventana de una casa en la calle Mayor. Aunque no mató a los reyes, Morral despedazó a 25 personas (15 militares y 10 civiles) e hirió a otras 100. El Ayuntamiento del Frente Popular añadió una placa en memoria de este asesino múltiple en el cementerio civil de Madrid.

Así lo contó La Vanguardia (12-4-1937), entonces republicana, del conde de Godó, que ya estaba en Burgos al servicio de Franco:


Se aprobó rápidamente el orden del día, en el que, entre otros puntos, figuraba un expediente proponiendo que en el Cementerio civil se coloque en sitio visible y adecuado una lápida con la inscripción «Mateo Morral» que perpetúe su memoria, y que por la Comisión de gobierno se proponga al Consejo acuerda que la plaza sin nombre donde estuvo situado el monumento monárquico al final de la calla Mayor se denomine en lo sucesivo de "Mateo Morral".

Es decir, para los socialistas, comunistas, anarquistas y republicanos era merecedor de honores públicos un terrorista que mató a dos docenas de personas con una bomba. ¡Todo por el Ideal! Sobre todo la sangre ajena.Mateo Morral
En los primeros días posteriores a la entrada de los nacionales en Madrid, las nuevas autoridades devolvieron a la calle Mayor su nombre tradicional. Si se anulasen todos los actos administrativos de los Ayuntamientos franquistas, como han propuesto algunos alucinados que se haga con la legislación aprobada entre 1939 y 1977 (o 1982, qué más da), se podría anular el re-nombramiento de la calle Mayor y así ésta recuperaría el nombre infame de Mateo Morral, elIñaki de Juana de la izquierda madrileña.


Por cierto, que de la lista de nombres aprobados en el pleno me llama la atención que se haya excluido uno: el de Juan de Borbón y Battenberg, que tiene una glorieta con una estatua imponente. El infante trató de unirse dos veces, dos, como voluntario a los sublevados y luego se hartó de felicitar a Franco por su victoria, hasta el punto de enviarle el Toisón de Oro en 1961. Bah, queda para la segunda vuelta. Y para más adelante su hijo y su nieto.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Julia Bonaparte, reina de España. Juan Balansó.

Hace años que falleció el historiador monárquico por excelencia, Juan Balansó. Cada día más desconocido, por desgracia, pero lo habitúal en los tiempos que vivimos.

Uno de sus libros menos conocidos es el dedicado a la Julia Bonaparte. Es difícil encontrar biografías dedicadas a José Bonaparte, así que a su mujer ni digamos. Fue una grata sorpresa encontrar este libro, donde Juan Balansó hace un estudio bastante completo de la vida de la antigua novia de Napoléon, ya que antes de casarse con José, hermano mayor de Napoleón, fue novia de este último.

Desempeño el papel de reina dignamente y fue fiel a su esposo, sin hacer escándalos por los escarceos amorosos del mismo. El libro es una curiosad histórica y en uno de los capítulos nos habla de la desaparición de las joyas de la Corona de España, cuestión inédita que el autor trata.

Además nos obsequía con la aventura mejícana de su esposo, cuando le ofrecieron la Corona de Méjico, así como la estancia de José Bonaparte en Estados Unidos, país que nunca pisó Julia Bonaparte.

Libro breve, amemo y culto, cualidades difíciles de encontrar en un ensayo, que seguro hará disfrutar a cualquier enamorado de la historia.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Ricardo de la Cierva, la soledad de la verdad. Pedro Fernádez Barbadillo.

"No hace mucho falleció Ricardo de la Cierva. Sirva el siguiente artículo de Pedro Fernández Barbadillo como recuerdo a tan insigne historiador al que generaciones de españoles debemos nuestra formación histórica, que sin él, hubiera sido dificilísmo de encontrar."

Desde hace más de 30 años, las universidades y los periódicos españoles están tomados por una tribu de apaches dedicada a arrancar la cabellera de todo aquel valiente que penetre en su territorio en busca de bisontes, de nuevas rutas o siquiera de agua.

Ricardo de la Cierva (1926-2015) fue uno de esos aventureros a los que los apaches-funcionarios persiguieron, porque se enfrentó a la toma de las cátedras de Historia por Manuel Tuñón de Lara y su escuela y porque disponía de datos (fue ministro de Cultura en 1980) sobre las oposiciones que esta tribu ganaba. El historiador, catedrático de Granada y de Alcalá de Henares, llegó a acusar a sectores de la izquierda y del Opus Dei de repartirse los puestos (España: la sociedad violada, pág. 101):


En estos últimos tiempos hemos asistido, desde los Departamentos de Historia, a un pacto inconcebible entre un grupo del Opus Dei y un grupo de la izquierda cultural para conseguir, mediante reparto, el mismo objetivo. Siento muchísimo tener que denunciarlo, pero no puedo silenciar lo que veo.

La fiereza de esos apaches se puede calcular leyendo las páginas que Ángel Viñas dedica al presunto enriquecimiento de Franco en la guerra civil en su último libro: Viñas dedica más insultos y reproches a Stanley G. Payne y Jesús Palacios por su biografía del caudillo que a éste, porque el libro no se somete a su canon ni acepta su descubrimiento (yadesmontado por el historiador Moisés Domínguez) de que Franco hizo matar al general Amado Balmes en vísperas del alzamiento.


Los apaches de El País no han podido contenerse y publican unobituario que quisiera ser un aventamiento de las cenizas del enemigo quemado. El autor del texto, que no se atreve a firmar, atribuye a Ricardo de la Cierva "ideología franquista". A la vez, oculta que en 1974 dimitió de su cargo en el Ministerio de Información cuando Arias Navarro destituyó a Pío Cabanillas y que fue una de las firmas principales de El País en sus primeros meses; sin duda esto último lo ha hecho el autor para evitar a los cada vez más escasos lectores el freído de sus sesos con la contradicción de que un franquista hubiese manchado las páginas del diario progresista. Y la verdad es que en El País había mucho, mucho franquista y falangista: Pedro Laín Entralgo, Antonio Tovar, José Luis López Aranguren y el propio Juan Luis Cebrián. Los no franquistas, como Ricardo de la Cierva, Julián Marías y Federico Jiménez Losantos, acabaron expulsados.

En los años 70 y 80, De la Cierva estuvo atronadoramente solo en la universidad española. Y era el único académico que se atrevía a pronunciar una blasfemia como ésta: el socialismo español nunca fue democrático. Si hoy muchos conocemos esa verdad es porque él la difundió antes contra viento y marea. De la cobardía de la academia le compensó el cariño del público, que convertía sus libros en best-sellers y leía sus artículos en ABC y Época (también fue expulsado del Ya por una Conferencia Episcopal que en la década de los 80 estaba controlada por obispos progresistas).

¿Qué es lo que le llevó a esta posición tan poco prudente para los funcionarios que cuentan los sexenios como el avaro sus monedas? Muy probablemente el asco a esa "mentira antifranquista" descrita por Hermann Tertsch y el amor por la verdad que él había vivido y que conocía por los documentos.
De autor a editor

Ricardo de la Cierva disfrutó de una vida excitante para un profesor universitario español. Fue jesuita y se salió de la orden porque en 1964 se enamoró de Mercedes Lorente, a la que dedicó todos sus libros. Aconsejó a Adolfo Suárez, que le nombró ministro de Cultura (1980). Trató de organizar en AP un rearme cultural que diese la batalla al que él llamabaFrente Popular de la Cultura, pero Manuel Fraga fue el primero en rendirse. Fundó su propia editorial, Fénix, a causa de problemas con su editor habitual, Planeta, y también con Plaza y Janés (que él atribuyó a los masones en una entrevista en la revista Generación XXI):


Creé la editorial porque tanto Planeta como Plaza y Janés me pusieron trabas por escribir sobre la masonería. Varios amigos me dijeron: vas a vivir el fracaso del autor que se hace editor.

Durante los años siguiente escribió y publicó más libros sobre la leyenda rosa de Santiago Carrillo, las intimidades de los reyes borbónicos, las relaciones entre Franco y el Conde de Barcelona y, por supuesto, la masonería y su participación en la política española (decía que tan absurdo era atribuir todos los motines, magnicidios y guerras al poder masónico, como hacen los integristas, como escribir historia contemporánea de España sin citarla), así como su infiltración en la Iglesia católica. Incluso abrió una librería, Castellana 45, que cerró hace poco debido a la crisis del sector del libro.

Como investigador, uno de sus grandes libros, 1939. Agonía y victoria, sobre los tres últimos meses de la Guerra Civil, recibió el premio Espejo de España en 1989. El político socialista Enrique Múgica y el historiador democristiano Javier Tusell abandonaron el jurado del premio y acusaronal libro de "neofascista"… únicamente por reproducir las Actas de la Junta de Defensa del coronel Casado y del socialista Besteiro. Una vez establecido el consenso académico, las partidas de apaches corren detrás de los que lo niegan dando gritos y agitando las lanzas.

Su gran servicio a la Iglesia católica fueron los libros en los que desenmascaró la Teología de la Liberación como un movimiento marxista que buscaba destruir la fe de Cristo, cuando se difundía en la televisón pública y en muchos colegios y púlpitos religiosos. Los dos más resonantes fueron Jesuitas, Iglesia y marxismo: la teología de la liberación desenmascarada (1986) y Oscura rebelión en la iglesia: jesuitas, teología de la liberación, carmelitas, marianistas y socialistas (1987). Estoy seguro de que Dios se lo habrá recompensado.

(¡Y yo que creo que en el fondo los apaches de la universidad odiaban a Ricardo de la Cierva por envidia, porque, sin entrevistas en la RTVE de José Calviño y Rosa María Mateo ni reseñas en El País, vendía miles de ejemplares de sus títulos, mientras que los primeros sólo colocaban un puñado en las bibliotecas públicas…!)


miércoles, 28 de octubre de 2015

Derrota, agotamiento, decadencia, en la España del siglo XVII. Vicente Palacio Atard.

Vicente Palacio Atard ha sido catedráico de Historia y académico numerario de la Real Academia de la Historia y Doctor <<honoris causa>> por varias universidades extranjeras. Ha sido autor de más de venticinco libros, entre ellos el que nos ocupa.

Es uno de los mejores libros dedicados al siglo XVI y XVII. El libro está dividido en dos partes principales. La primera dedicada a nuestro siglo y una segunda dedicada a las opiniones de nuestra decadencia. A lo largo de ocho capítulos el autor trata desde los ideales españoles, pasando por la economía, hasta los valores suprevivientes en la España caduca.

En el texto relucen ideas tradicionales, casi sacadas del metafísico francés René Guenon, en su libro "Autoridad Espiritual y Poder Temporal". Pasemos a ver un poco más en profundidad las ideas expuestas en el libro.

El Imperio español es descendiente de las ideas de Dante, autoridad espiritual y poder temporal. El poder civil recibe la luz del papado, la espiritualidad, el Sol como luz y la luna como temporalidad. Podríamos hablar sobre los principios del hinduismo: Purusha y Prakriti, hombre, mujer, etc. 

La cristiandad debía estar regida por un emperador para superar localismos e imponer la paz entre los diferentes reinos cristianos. Ideal de Carlos V, último emperador europeo. Después de él y Felipe II empiezan los ideales modernos. Fracasa la idea imperial de Carlos V por culpa de Francia, así como fracaso de su política exterior con los príncipes alemanes para aislar a Francia.

La reforma luterana es una manifestación de la modernidad. Destruye la unidad y triunfa entre los príncipes alemanes ansiosos de poder temporal, como Francisco I de Francia.

España no hizo una política naval en el siglo XVII lo que llevó a nuestra derrota. A esto se une la perdida de idealismo. En un documento oficial de aquellos años se dice que ya sólo se engachan en el ejército vagabundos y malhechores: esos eran los herederos al mediar el siglo XVII, de los gloriosos soldados del Emperador.

En el discurso de Alemania y comparación de España con las demás naciones, escrito en el siglo XVII por Juan de Palafox, Don Diego se queja:<<Al fin, todo lo ha de pagar España: siempre es la condenada en costas, y cuantas guerras se hacen son contra ella.>> Y el otro interlocutor, de nombre Fernando, responde:<<Esto, don Diego, es mal necesario de esta Monarquía, cuya grandeza no cabe en el mundo... Claro está que si rodea el orbe nuestro Imperio, han de encontrarse con nosotros los holandeses por las Filipinas, los araucos por Chile, por el septentrión los alemanes, por Flandes los rebeldes, el francés por Italia, el turco por el África. ¡Pobre de España cuando no tenga enemigos que emulen su grandeza!>>

A España se la ha maltratdo por la expulsión de los judíos y en menor medida por la de los moriscos, pero las ideas que movían nuestro Imperio defendieron la expulsión de estos últimos. Este tema ha sido muy traído y llevado por los críticos de todos los tiempos. Durante muchos años  fue costumbre aceptar cifras arbitrarias y sobreestimar la importancia económica deducida de la expulsión. En cambio, en la literatura coetánea -en los grandes maestros de la pluma, como Cervantes, Lope de Vega, Gracián, o en los numerosos tratadistas que escriben acerca de la expatriación de aquellas gentes, como Bleda, Aznar, Fonseca, Ripoll y Fr. Marcos de Guadalajara- existe unanimidad absoluta respecto a la necesidad de la medida y al aplauso con que la acogen. A todos lleva la palma fray Marcos de Guadalajara, que describe los quince portentos o señales milagrosas con que el cielo había anunciado los males que los moriscos traerían sobre España.

El drama español en el siglo XVII consiste en el cruzamiento de dos concepciones del mundo: la concepción medieval, teocentrista, y la concepción nueva de un mundo materialista. Consiste en el cruzamiento de estas dos mentalidades y en la postergación paulatina de la nuestra.

La clase dirigente se degenera, especialmente los reyes. Solamente hace falta ver la diferencia entre los retratos de Carlos I, Felipe II, con Felipe III, IV y Carlos II, este último con más dignidad imperial que los dos anteriores, a pesar de la mala mezcla genética. Es díficil disculparlo. Porque si es cierto que entonces no se hablaba todavía de Eugenesia, había una autoridad, la mayor de todas, la de la Iglesia Católica, que luchaba contra la catástrofe, como nos cuenta Gregorio Marañón.

En el reinado de Carlos II todo se vende, cargos, títulos, dinidades. Un judío genovés puede pemitirse el lujo de comprar por unos miles de escudos un título español de nobleza.

En el siglo XVIII, con la dinastía de los Borbones empieza el señuelo de la imitación extranjera. Sí que era halageño el cambio que Macanaz proponía. Cambiar la historia de un pueblo de caballeros por la historia de un grupo de piratas.

Si España, como Imperio, quiere volver a ser grande, tiene que volver al ideal caballeresco.


viernes, 23 de octubre de 2015

Egiptología.

            Ciencia histórica moderna.  Según el diccionario de la Real Academia, es el “estudio de la civilización del antiguo Egipto”.
            La egiptología es de origen francés.  Hasta principios del siglo XIX sólo podía saberse del antiguo Egipto lo que relataba la Biblia o lo que habían escrito algunos autores griegos y romanos, quienes ignoraban la escritura jeroglífica y sólo conocían los aspectos exteriores de la civilización egipcia.  Desgraciadamente, la obra escrita en griego por el sacerdote egipcio Manetón, fuente valiosísima, había sido groseramente mutilada y tergiversada por los copistas judeo-cristianos.
            Un ejército de la república francesa mandado por el joven general Napoleón Bonaparte conquistó Egipto en 1798.  Varios sabios agregados a la expedición trajeron a Europa descripciones y dibujos de las ruinas egipcias, pero ninguno de ellos pudo descifrar los jeroglíficos.  La escritura egipcia era un muro de misterio contra el cual venían chocando inútilmente las hipótesis de los hombres de ciencia.  En realidad fueron tres las escrituras creadas por los antiguos egipcios, que recibieron los nombres de jeroglífica, hierática y demótica.  La última de ellas, de mayor sencillez para la contabilidad que las anteriores, alcanzó gran difusión en Egipto en el último período de su historia.



En septiembre de 1801, después de capitulación de Alejandría, los franceses, tras dura resistencia diplomática, debieron entregar a Inglaterra las antigüedades egipcias que habían ganado.  El general Hutchinson se encargó del transporte, y Jorge II cedió al Museo Británico todos los ejemplares preciosos que tenían ya un valor de primer orden.  Sin embargo, en Francia no se había dejado de copiar ni un solo ejemplar.  Uno de los sabios participantes en la expedición, Domingo Vivant Denon, publicó en 1802 su Viaje por el Bajo y el Alto Egipto.  Algo más tarde apareció la monumental obra francesa en veinticuatro volúmenes con magníficas ilustraciones titulada Descripción del Egipto, que mostraba al mundo una civilización hundida en las tinieblas del pasado.  Pero los monumentos se mostraban sin decir apenas nada sobre sus constructores, porque los jeroglíficos seguían mudos.
            El superdotado Juan Francisco Champollion, sabio precoz, se sintió atraído por todo lo referente al Egipto misterioso cuando era todavía niño.  Había nacido en diciembre de 1790, en plena Revolución.  Estudiando en el Liceo de Grenoble, adquirió a los doce años de edad una gramática de la lengua copta, derivación del antiguo idioma egipcio que aún se hablaba en el valle del Nilo, al menos para usos litúrgicos. A esa misma edad escribió su primer libro, de tema un tanto chocante, ya que era una Historia de Perros Célebres.  En 1807, antes de su salida del Liceo, este joven de diecisiete años escribió un ensayo titulado Egipto bajo los Faraones, del cual hizo un esbozo en forma y proyectó el primer mapa histórico del país, cuya pobre información sacada de las fuentes disponibles presentó en forma de conferencia pronunciada ante la Academia de Grenoble.  Luego se trasladó a París para estudiar las piedras e imágenes depositadas en el Museo de Louvre.  Un oficial de la expedición de Bonaparte, al excavar trincheras para defenderse de los ingleses, había encontrado en Roseta, junto a la desembocadura occidental del Nilo, una piedra antigua conteniendo tres inscripciones en escritura griega, demótica y jeroglífica.  Se trataba de una dedicatoria de los sacerdotes de Menfis a Ptolomeo V en el año 196 antes de JC.  Los humanistas, a través del griego, se enteraron del contenido, pero no pudieron descifrar una sola frase del texto jeroglífico.  Champollion, que fue nombrado profesor de Historia en la universidad de Grenoble en 1809, perdió su cátedra por la reacción monárquica que siguió a los Cien Días.  Viviendo prácticamente en la pobreza, se consagró de lleno al desciframiento de la piedra de Roseta con la firme voluntad de no dejar la tarea hasta obtener completo éxito.  Inició su trabajo estudiando los nombres rodeados de un cartucho, por ser bien sabido que los que tenían tal adorno heráldico eran de reyes, y a partir de ellos fue desentrañando el resto de los jeroglíficos.  Además se convenció de que la lengua usada por los autores se parecía mucho a la copta que él había estudiado.  Las bases del descubrimiento las expuso por escrito el año 1822, en forma de carta dirigida a Dacier; y dos años después hizo un Compendio del Sistema Jeroglífico.  Como les ocurre a todos los innovadores, algunos sabios viejos, representantes de la anquilosada ciencia oficial, pusieron en duda sus descubrimientos, pero al fin tuvieron que rendirse a la evidencia.  Sus méritos se reconocieron plenamente en 1826, al ser nombrado conservador del departamento egipcio del Louvre.  Efectuó también un viaje a Egipto que duró de julio de 1828 a diciembre de 1829.  En las canteras de Menfis reconoció y confirmó a primera vista los trabajos de las distintos períodos; en Sakara dio con el nombre del rey Onnos y lo situó cronológicamente en la época más antigua; en Mit Rahine descubrió dos templos y una necrópolis completa, y en Tell El Amarna señaló que la construcción gigantesca que Jomard había designado como granero era en rigor el gran templo de la ciudad.  Champollion murió en 1832, a los cuarenta y un años, después de un intenso trabajo mental que quizá adelantó su muerte.  Dejó cuatro obras que se publicaron póstumamente: una Gramática Egipcia, un Diccionario Jeroglífico Egipcio, sus Cartas de Egipto y Nubia y el libro de los Monumentos de Egipto y Nubia.
            Al conocer las reglas para la lectura de los jeroglíficos, muchos hombres se dedicaron al estudio del antiguo Egipto, y gracias a Champollion pudo desarrollarse la ciencia egiptológica.  Hoy pueden leerse con exactitud los textos egipcios.  La egiptología, nacida en Francia, siguió recibiendo de ella muchos de sus hombres importantes, como De Rougé, Amelineau, Chabás, Mariette, Grebaut, De Morgan, Maspero, Moret y Montet.  Entre los egiptólogos de otros países, podemos citar a los alemanes Lepsius, Brugsch, Ebers, Dumichen y Meyer, los italianos Belzoni y Farina, los ingleses Flinders Petrie y Howard Carter y el norteamericano Breasted.  Durante décadas, empero, muchos egiptólogos no se distinguían demasiado de los coleccionistas de antigüedades e incluso se parecían a los vulgares ladrones de tumbas.  Albright habla de “los daños causados a la egiptología por el bandidaje organizado de Belzoni y Passalacqua, o por el cerrado monopolio de Mariette y la brutal expoliación de las tumbas reales por parte de Amelineau...” [1].
            Juan Bautista Belzoni, célebre viajero y aventurero de impresionante estatura, que medía dos metros, había nacido en Padua en 1778.  Su primer trabajo de juventud fue el de aprendiz en una barbería.  Estuvo en Roma, donde un desengaño amoroso le impulsó a entrar en un convento capuchino, pero no tardó en abandonar la vida monacal.  Luego ejerció diversos oficios en París, Amsterdam, Venecia y Londres.  Ya casado con una inglesa, Sara Banne, y al parecer convertido al protestantismo, viajó a Málaga, Madrid y Lisboa como artista de circo.  En 1815 se trasladó a Egipto, donde fracasó ofreciendo el invento de una noria hidraúlica al jedive Mahomet Alí.  Entró al servicio del cónsul británico Henry Salt, dedicándose a la explotación de las antigüedades.  En compañía de éste, subió a la cúspide de la gran pirámide: “El panorama que divisamos entonces era de una belleza tal que la pluma trataría en vano de describir”.  Encontró diversas estatuas, destacando el busto colosal de Ramsés II, de 60 toneladas, que había sido descubierto por el suizo Juan Burckhardt en el Rameseum en 1813 y que él se encargó de enviar a Inglaterra.  Marchó al Valle de los Reyes en 1816 y extrajo el sarcófago de Ramsés III, que fue transportado a Alejandría; pero Salt se lo vendió a unos franceses.  Entonces se independizó del inglés, pasando coleccionar por cuenta propia.  Puesto de acuerdo con Burckhardt, el mismo año 1816, gestionó el permiso del gobierno para excavar en Abú Simbel.  Los nativos, que también se dedicaban al lucrativo comercio de antigüedades, les permitieron desenterrar las estatuas, pero no les dejaron penetrar en el templo.  Antes de irse, el italiano grabó su nombre en aquel santuario.  De nuevo en el Valle de los Reyes, descubrió la tumba de Seti I. Belzoni recogía todo cuanto se le presentaba, desde minúsculos escarabeos hasta obelisco, y no reparaba en medios para conseguir sus deseos.  Se sabe que más de una vez hizo saltar la tapa de los sarcófagos, ritualmente sellados, por el expeditivo procedimiento del ariete.  Toda aquella labor se realizaba en una época en que Egipto, ya famoso como un enorme almacén de objetos preciosos, era saqueado sin orden ni concierto.  En marzo de 1818, con la ayuda de Hermenegildo Frediani, exploró la pirámide de Kefrén y logró penetrar en su cámara mortuoria.  Luego, cumpliendo un encargo del magnate inglés Bankes, remontó otra vez el Nilo para recoger el obelisco hallado en la isla de Filé, provocando una gran polémica por la propiedad de la pieza.
            Belzoni, después de una estancia en su patria y de un viaje a Rusia, donde el zar Alejandro le regaló un anillo, se trasladó con su esposa a Londres en 1820, para publicar un libro sobre los descubrimientos egiptológicos.  Al año siguiente montó una exposición sobre Seti que atrajo mucho público, y aprovechó el éxito para vender numerosas piezas de su botín en Londres y París, donde repitió la exposición en 1822.  Por último, en 1823, volvió a Africa.  Pero su destino ya no era Egipto: quería penetrar en el Sudán y llegar a la misteriosa ciudad de Tombuctú, célebre centro del comercio de oro y esclavos en la Edad Media.  Se embarcó en Tenerife a bordo del bergantín Swinger, que lo dejó en la costa de Gana; alcanzó Benín el 28 de noviembre, pero murió de disentería en Guato el 3 de diciembre. Su esposa, que no le había acompañado en este último viaje, vivió muchos años en Londres y se trasladó a la isla de Jersey en 1870, donde falleció. No tuvieron ningún hijo. El explorador británico Richard Burton viajó a Guato en 1862, pero no pudo encontrar su tumba y expresó la sospecha de que hubiera sido envenenado por el cacique Oyea, con objeto de robarle.
            El humanista Alejandro de Humboldt, otro gran viajero de carácter diferente, fue quien sugirió al rey de Prusia que concediera en 1842 los medios necesarios para una expedición científica a Egipto.  Esta misión, encomendada a Carlos Ricardo Lepsius, se calculó que duraría tres años, hasta 1845 ó 1846.  En las dos grandes capitales del Norte y del Sur, Menfis y Tebas, los alemanes trabajaron respectivamente seis y siete meses.  Hallaron restos de unas 30 pirámides, así como otra clase de tumbas, las mastabas, hasta entonces ignoradas por la Arqueología, de las cuales Lepsius reconoció personalmente 130.  Exploraron el Rameseo, cuya limpieza había sido iniciada por Salt y reanudada por Champollion, fueron los primeros en efectuar mediciones en el fantasmal Valle de los Reyes y dieron con la figura de Akenatón en Tell El Amarna.  La expedición volvió con un tesoro para el Museo Egipcio de Berlín, y el estudio de sus notas produjo gran número de publicaciones egiptológicas, especialmente la lujosa obra Monumentos e Inscripciones de Egipto y Etiopía, doce tomos ilustrados que fueron saliendo de las imprentas entre 1849 y 1859.  Otras dos obras de Lepsius lo confirman como uno de los fundadores de la moderna egiptología científica: la Cronología de Egipto en 1849 y el Libro de los Reyes Egipcios en 1850.
            El vizconde Emmanuel de Rougé, nacido en 1811, estudió Derecho y lenguas semíticas.  Más tarde se consagró a la gramática egipcia, donde fue el continuador y perfeccionador metodológico de Champollion.  Tradujo la inscripción de Amosis, que publicó en 1851, dedicando doscientas páginas a explicar detalladamente el sentido de sus signos.  Asimismo dio a conocer los papiros hieráticos que contenían el Poema de Pentaur y el Cuento de los dos Hermanos.  Buscó la manera de demostrar que el alfabeto fenicio derivaba de la escritura hierática egipcia, pero no lo consiguió a entera satisfacción.  Se le premió nombrándolo conservador honorario de las antigüedades egipcias del Louvre.
            Augusto Mariette, profesor de liceo en Bolonia del Mar, estudió por su propia cuenta la gramática de Champollion publicada en 1835, como había hecho De Rougé.  Dicen que se sintió fascinado por el misterio de Egipto contemplando una momia colocada en la biblioteca de su colegio.  Los primeros trabajos egiptológicos los hizo, igual que Champollion, examinando las antigüedades del Louvre, donde ocupó un modesto empleo, hasta conseguir en 1850 que el gobierno francés le enviara con una misión a Egipto.  Mariette vio que este país, sin sospecharlo, organizaba un fabuloso saldo de antigüedades, vendiendo a bajo precio cosas de muchisimo valor.  Hombres de ciencia, excavadores, turistas y todos los que por cualquier causa pisaban el suelo egipcio parecían poseídos por el afán de coleccionar.  Los obreros indígenas que trabajaban con los arqueólogos hacían desaparecer todos los pequeños objetos y los vendían a los extranjeros.  Además de esto se destruía sin reparo.  A pesar del ejemplo de Lepsius, volvían a imperar los métodos del tiempo de Belzoni.  Mariette reconoció en seguida que era necesario conservar lo hallado y se puso a excavar en beneficio de la ciencia, aunque no dejó de cometer eventualmente algunas brutalidades.  Una buena suerte, siempre fiel, acompañó sus trabajos.  A poco de iniciarlos, descubrió el Serapeum de Menfis, cuya necrópolis conservaba las momias de los bueyes Apis.  No muy lejos del Serapeum, halló la tumba profusamente decorada del rico terrateniente y cortesano Ti, más antigua que la gran pirámide.  Cerca de Sakara vio sobresalir en la arena la cabeza de una esfinge y no tardó en descubrir toda una avenida de 134 esfinges, por la cual debieron desfilar en otros tiempos suntuosas procesiones.  Cumplió, desde luego, su misión inicial y trasladó valiosas muestras de arte al Louvre, donde estuvo algunos años como conservador adjunto; pero volvió a Egipto impulsado por Lesseps y en 1857 el virrey Mahomet Said Pachá le nombró director del nuevo departamento de Antigüedades.  Algún tiempo después, se abrían al público las salas del museo nacional de Bulak [2].  Así, durante treinta años, estuvo explorando diversos puntos de Egipto, mandando limpiar de arena los monumentos de Menfis y de escombros los grandes templos tebanos, extrayendo numerosos objetos que hoy pueden contemplarse en las salas del gran museo de El Cairo... Augusto Mariette, premiado con el título de bey, murió en 1881.  Recibió sepultura a la entrada de su museo, en un sarcófago de piedra propio de un personaje faraónico.  Sus sucesores al frente del Museo Egipcio, que sería trasladado de lugar en 1902, fueron también franceses: Grebaut, De Morgan, Loret y Maspero.
            Francisco José Chabás, comerciante de vinos de Chalons del Saona, fue otro egiptólogo aficionado, lo cual no resta ningún mérito a sus trabajos.  Después de haber estudiado en solitario las lenguas latina, griega y hebrea, tomó contacto con De Rougé en 1852, cuando tenía treinta y cinco años, y aprendió su método de desciframiento.  Tradujo varios papiros, inició sus Misceláneas Egiptológicas en 1862 y se afanó por investigar las relaciones de Egipto con los hiksos, los hebreos y otros pueblos antiguos.  Publicó sucesivamente Viaje de un Egipcio por Asia en el Siglo XIV antes de Nuestra Era, en 1866; Los Reyes Pastores de Egipto, en 1868; Estudio sobre la Antigüedad Histórica según las Fuentes Egipcias y los Monumentos Prehistóricos, en 1872; e Investigaciones sobre la XIX Dinastía y los Tiempos del Exodo, en 1873.
            Amigo íntimo de Chabás fue Teódulo Deveria, perteneciente a una familia de artistas y dibujante él mismo.  Cuando Mariette dejó el Louvre, ocupó su puesto como conservador adjunto.  Visitó el país del Nilo y copió, entre otros, los bajorrelieves de Abidos.
            Jacques de Morgan, nacido en 1857, fue nombrado director de Antigüedades en 1892.  Descubrió cerca de Nagada una construcción predinástica de 54 metros de longitud y 27 de anchura.  Escribió unos Estudios sobre los Orígenes de Egipto en 1896 y al año siguiente se trasladó a Persia.  Murió en 1924.
            El judío francés Gastón Maspero, antiguo profesor del Colegio de Francia, fue el principal continuador de la obra de Mariette, a cuya muerte ocupó el cargo de director general de las antigüedades egipcias, con toda clase de facultades concedidas por el gobierno del país, y lo mantuvo hasta 1887.  Volvió a desempeñarlo en el período comprendido entre 1899 y 1914, comienzo de la I Guerra Mundial, y murió en París en 1916.  Bajo su dirección continuaron sin descanso las excavaciones, saliendo a la luz nuevos monumentos y papiros.  Maspero escribió algunas obras interesantísimas sobre la civilización egipcia, aunque actualmente están superadas.  Lo que más se aprecia son sus Cuentos Populares del Antiguo Egipto.
            Hoy todo el producto de los trabajos arqueológicos ya no está en el museo de Bulak, cuyo emplazamiento junto al Nilo se consideró malsano y cuya capacidad no daba para más.  Maspero creó en plena ciudad de El Cairo el llamado Museo Egipcio, vastísimo palacio rodeado de jardines que tiene frente a su fachada un monumento dedicado a Mariette.  Es en este museo cairota donde se puede conocer directamente el arte multicolor de los egipcios.  Se ven por todos sus salones oro y colores.  Hasta las estatuas de madera y alabastro están pintadas con una frescura de tintes que hacen dudar de su origen remoto.  Además de la policromía de estatuas y muebles, la piedra empleada por los antiguos artistas de una variada gradación de colores naturales a este interesante museo.  La diorita, el alabastro, el esquisto verde, la calcárea blanca y amarilla, el asperón rojo y los granitos rosados y grisáceos de las diferentes canteras del alto Nilo, de las tierras sudanesas o de las costas del mar Rojo, alternan con la madera como materiales estatuarios.  Casi todas las cabezas de las esculturas tienen ojos de vidrio con un redondel de ébano y metal que imita la pupila dándole una fijeza enigmática e inquietante.  En el museo hay colosos de varios metros de altura, que llegan con su mitra faraónica al techo de los salones, y muchas esfinges, con rostro de mujer y cuerpo de león.  Alineada en armarios de cristal existe toda una humanidad de estatuillas talladas en madera.  Hay que hacer notar que la pintura no progresó en Egipto como la escultura.  Cortó su desarrollo la influencia sacerdotal, exigiendo una actitud hierática al cuerpo humano, un convencionalismo de pintura sagrada en las escenas de la vida cotidiana.  Todos los personajes tienen la cara de perfil, el tronco de frente, con los dos hombros iguales, y brazos y piernas igualmente de perfil.  Se pueden admirar pinturas y bajorrelieves que representan diversas escenas de la vida ordinaria de los antiguos egipcios.  En todo bajorrelieve que representa al faraón éste aparece siempre gigantesco en comparación con el tamaño de las personas que le rodean.  Resulta interminable la asamblea de reyes y princesas cinceladas en el granito que representan a las flotas faraónicas en sus avances por el mar Rojo, o a la reina negroide de Punt saliendo al frente de sus súbditos para ofrecer árboles de incienso a los marinos egipcios; dioses fluviales con los pies apoyados en cocodrilos; episodios de guerra, burilados con una paciencia admirable en las piedras más duras; choques sangrientos entre enemigos montados en carros que se disparan flechas a granel.  En el museo hay sarcófagos en abundancia, algunos pesadísimos, de sobria ornamentación, imponentes por las toneladas que representa su masa en una sola pieza.  Hay mesas de ofrendas dedicadas a los muertos, tumbas sostenidas por gacelas de piedra, cuya forma ligera contrasta con la mole de granito rojo convertida en sarcófago, y una variedad desconcertante de ataúdes antropomórficos, cajas de madera pintada, existentes en todos los museos de Europa, imitando el contorno del cuerpo humano y que tienen en la parte correspondiente a la cabeza una copia policroma de la cara del difunto.  También hay carros faraónicos que todavía se mantienen sobre sus ruedas.  Las joyas de algunas reinas llenan vitrinas enteras: collares de ristras múltiples, anchos brazaletes, sortijas, pendientes.  Uno de los tesoros más preciados lo constituyen las pertenencias de la reina Aah-Hotep, madre de Kamosis y Amosis, los dos valerosos príncipes que acabaron con el dominio hikso [3].  Los faraones también usaban alhajas, y algunas de las más famosas pertenecieron al fastuoso Ramsés II.  Abundan platos y copas de oro.  El antiguo Egipto apenas conoció la plata, y todo es oro y bronce.
            Las momias de Seti I y Ramsés II, se hallan en el Museo de El Cairo junto a las de otros personajes importantes.  El cadáver de Ramsés fue colocado por orden de Maspero en una caja de cristal de uno de los salones.  Tenía los dos brazos, con sus envoltorios de vendas, cruzados en aspa sobre el pecho y las manos tocando sus hombros.  No se sabe como se realizó el prodigio.  Lo cierto es que, debido quizá a la dilatación que produce el calor sobre ciertas materias, la momia de Ramsés II, sin perder su inmovilidad yacente, levantó una de sus manos, dando una bofetada a la cubierta de cristal.  Todos los guardianes egipcios del museo, que habían mirado con cierta alarma la llegada del terrible personaje, no perdiéndole de vista un momento, se dieron cuenta inmediatamente del despertar del faraón.  Corrieron despavoridos hacia las puertas, luchando por quien escaparía el primero, y algunos rodaron escaleras abajo. A otros hubo que curarlos por haberse arrojado de cabeza a través de las vidrieras de las ventanas al jardín inmediato.
            Uno de los descubrimientos egiptológicos que han tenido mayor resonancia fue el hallazgo de la tumba de Tutankamón en 1922 por el inglés Howard Carter, con el apoyo financiero de lord Carnarvon, en un escondrijo del Valle de los Reyes.  Aunque los antiguos ladrones de tumbas habían logrado localizarla e incluso penetrado en ella, el tesoro estaba intacto.  Entre otros objetos, había una máscara de oro del faraón.  El mobiliario de la tumba se envió al museo, donde da tanta apariencia de frescura como las imitaciones modernas.  En 2014 la máscara fue rota de un golpe en la barbilla y reparada por los empleados usando un pegamento vulgar.
            Las muestras que se exponen del Egipto posterior a los faraones, sometido a la influencia grecolatina, son también de gran valor.  La momia, el sarcófago antropoide, la estela, las estatuas de faraones sentados y los dioses con cabeza de animal desaparecen para dejar paso a sirenas pulsando liras, imágenes de Serapis y Afrodita, cabezas de prisioneros gálatas, esculturas sagradas cristianas, vírgenes coptas de un tallado ingenuo y rudo, capillas que recuerdan el arte bizantino y todo lo que los anticuarios descubrieron en el convento de San Apolo, en Bauit, fundado durante los primeros tiempos del cristianismo triunfante.





[1]  William Foxwell Albright: La Arqueología de Palestina, en 1949, con correcciones efectuadas en 1959.
[2]  Cuyo nombre Mariette escribía en francés Boulaq.
[3]  La momia de esta reina fue descubierta por Mariette en Gurna en 1859.