domingo, 31 de julio de 2016

Europa pierde el control contra el terror. Hermann Tertsch.

«Tengo miedo. Quiero que se vuelvan a sus países. Ya no salgo de casa porque tengo miedo siempre a que cualquiera de ellos nos haga daño». Quien así habla es una señora que fue vecina de Mohammed Daleel, el joven sirio que se voló por los aires a la puerta de un café en la pequeña localidad bávara de Ansbach. Le ayudó mucho cuando llegó. Le acompañó al médico, a hacer trámites. Ella siempre había ayudado a refugiados e inmigrantes. Siempre creyó que los alemanes se lo deben a los demás. Compartía la célebre frase de la canciller Merkel: «Lo vamos a conseguir». Porque Alemania es rica y generosa, podrá integrar a todos los que llegaban a sus fronteras pidiendo socorro. En ella, como en tantos, parece latir el deseo de compensar con un alarde de bondad el alarde de maldad que lastra la historia alemana del siglo XX. Ahora ya no cree en ello. La bomba lo ha cambiado todo. En los últimos meses Mohammed salía poco de su habitación en una residencia en la que viven muchos como él. «Tenía un portátil nuevo y no se movía de él». Allí conectó con Daesh. Donde recibió instrucciones para su bomba. La vecina se siente traicionada. Como los que acogieron al joven afgano que atentó en Würzburg. También grabó un vídeo y se jactó de ir a matar a quienes le acogieron. ¿Llegaron con órdenes? ¿Las recibieron aquí? ¿Eran depresivos o inestables antes? ¿Qué mas da?

Lo cierto es que han entrado casi dos millones de refugiados en el último año que por sus vivencias extremas bien pueden ser inestables. Como lo pueden ser millones de jóvenes en los suburbios pobres de las ciudades europeas. Pero . Siempre de la misma religión que se niega a aceptar la supremacía del poder civil y se arroga ese derecho a la agresión y niega derechos a quienes no la profesan. Hay quienes aseguran que las oleadas de refugiados y el terrorismo islamista solo aceleran una crisis inevitable en las próximas décadas en Europa, alcanzada una masa crítica musulmana. Se librará el pulso por la hegemonía entre leyes islámicas y leyes civiles occidentales. Con un 2% de musulmanes, nadie temía por la integración. Con un 25% la guerra por la supremacía está servida, dice. En muchos rincones ese 25% se ha superado con creces.
Quienes

La vecina de Daleel tiene miedo y ya no quiere verlos. Era muy sociable. Ya no sale de casa. A muchos alemanes les ha cambiado la vida de forma brutal, como nunca hubieran imaginado y como nunca les explicó

Merkel. En pueblos hasta ayer idílicos en los que de repente hay que acompañar a las niñas al colegio dando un rodeo para evitar un gimnasio con 300 jóvenes árabes ociosos en la calle. O en barrios donde las mujeres ya no pueden ir solas a la compra ni llevar la ropa antes habitual. Donde se han hundido los precios de las casas construidas con el ahorro de toda la vida porque les han puesto enfrente un campamento ante el que no hay más que peleas con navajas, heridos, batallas campales entre grupos de un origen y otro, robos y ruido. Como barrios que se hunden en la marginalidad y en los que solo quedan atrapados los más débiles del vecindario original.

«Refugees welcome»

No se ha cumplido un año de aquellas imágenes que dieron la vuelta al mundo de multitudes de alemanes en las estaciones de tren con pancartas de «Willkommen» y «Welcome refugees», cargados de juguetes y bolsas de comida y ropa. Lo había pedido la canciller Merkel al anunciar que las fronteras de Alemania quedaban abiertas para todos los extranjeros que buscaban asilo en su huida de la guerra y la violencia. Porque la situación en los Balcanes era insoportable por las masas de refugiados que llegaban a las costas griegas y emprendían su ruta hacia Alemania. Hoy nada es igual. Las advertencias de los agoreros de entonces se han cumplido. Los alemanes comprueban con horror que han perdido el control sobre su seguridad. Y en toda Europa, inmigración y terrorismo han llevado a la población al hartazgo y creciente tensión porque comprueban día a día que las realidades que ven tienen poco o nada que ver con lo que les cuentan los gobernantes. Que se les ocultan datos. Les engañan unos gobernantes que no suelen vivir cerca de esas multitudes llegadas ahora ni de los millones que llegaron en décadas pasadas. A estos nadie exigió ni ayudó a integrarse. Así crearon sociedades paralelas en muchas de las cuales ya no rigen las leyes nacionales. En donde no entra la pluralidad civil democrática, sino la arenga del imán de turno. Ahora quiere Bruselas imponer el reparto por cuotas de los refugiados. Y muchos países se niegan. No quieren guetos y reconocen su rechazo a la inmigración musulmana. Este pulso se abre el día 2 de octubre con el referéndum en Hungría en el que la población prohibirá al gobierno aceptar tales cuotas. Se niegan a una inmigración que no se integra y ocupa los espacios públicos, como dice Budapest.

Alerta en Colonia
Hablando de ocupaciones. Hoy domingo, la ciudad de Colonia será tomada por fuerzas del presidente turco Recep Tayip Erdogan. Más de 30.000 turcos han sido convocados a un gran mitin de reafirmación patriótica y de defensa de su presidente y dictador en ciernes. Hay máxima alerta por un evidente peligro de violencia entre esta multitud del partido islamista AKP y grupos izquierdistas turcos o con la comunidad leal a la organización Hizmet, principal objetivo de la implacable purga y ola de represión desatada tras el golpe militar fallido. También organizaciones kurdas están en alerta. La escalada bélica entre Ejército y PKK se traslada a orillas del Rin. El islam ha acelerado su cada vez mayor control de espacios públicos. Aunque sus inmigraciones son de origen distinto, en Francia y Alemania, también en otros países, las comunidades islámicas intentan distanciarse de un terrorismo que en su mayoría condenan. Pero refuerzan su rechazo a toda vocación integradora. Y reafirman su voluntad de constituir un poder propio en el seno de las sociedades democráticas que los acogen. La inmensa cuestión que zanjará el futuro está en la compatibilidad sea posible o no.

abc.es

viernes, 29 de julio de 2016

Verdades y mentiras sobre el terrorismo islámico. José Javier Esparza.

¿Es del Daesh o no es del Daesh? ¿De verdad esto es el islam? Pero, ¿cómo, si el terrorista no era una persona religiosa? ¿No será solo un perturbado? O quizá se trata de un problema de integración social. ¿No será nuestra la culpa? Esto se arregla con diálogo y convivencia. O cerrando las mezquitas salafistas. O bombardeando al monstruo en su origen. Porque quieren derribar nuestra democracia. ¿O no? Veamos.
1. ¿Es el Daesh o no es el Daesh?

La pregunta de si un tipo que asesina a “cristianos” en el metro de una ciudad europea “pertenece o no al Daesh” no tiene más valor que el meramente policial –que, cierto, no es poca cosa- a la hora de saber a qué se enfrenta uno exactamente en un caso concreto. El Estado Islámico no es un club al que un fulano se afilie para ser yihadista. Más bien, un fulano es –o se hace- yihadista y, cuando actúa, levanta la bandera del Daesh, haya estado o no directamente en sus filas. A veces habrá estado en Siria e incluso habrá combatido en el frente; otras veces será simplemente un acomodado musulmán europeo o norteamericano que encuentra en las prédicas yihadistas del Daesh un estímulo para sus ansias asesinas. El Estado Islámico, normalmente, asumirá la autoría y acogerá al terrorista como “uno de nuestros soldados”, lo haya sido formalmente o no. Precisamente esa acogida póstuma es la mayor gloria posible para el terrorista.

El yihadismo actual no funciona como una organización jerarquizada y piramidal; eso desapareció con Al Qaeda, que empezó a emplear una estructura reticular poblada de grupos enteramente autónomos. Al Qaeda era –y sigue siendo- una organización, ciertamente, pero sólo unas pocas acciones eran decididas en la cúpula, que más bien se dedicaba a garantizar la fluidez logística: armas, explosivos, tarjetas de identidad, viajes, campos de entrenamiento, dinero, etc. y, por supuesto, la nutrición ideológica. A partir de ese momento, el terrorismo islamista empezó a funcionar de manera completamente descentralizada: una célula en cualquier parte perpetraba un atentado y acto seguido levantaba la bandera del grupo. Así Al Qaeda logró estar en todas partes sin estar en ninguna. El Estado Islámico (Daesh) sí ha querido controlar un territorio concreto –el califato de Al-Bagdadí-, y en sus filas se han formado muchos que luego han vuelto a sus países para realizar atentados, pero la estructura del yihadismo, en lo esencial, sigue siendo tan inaprehensible como en tiempos de Al Qaeda. Los grupos o milicianos aislados que reivindican sus acciones en nombre del Estado Islámico se reconocen sin duda en el yihadismo del Daesh, pero no hace falta que éste imparta la orden, ni siquiera que el terrorista haya militado en él.

El yihadismo contemporáneo ha entendido hace años que su acción será más eficaz cuanto más disperso esté el frente y cuantos menos lazos directos unan a los combatientes. Eso lo teorizó Mustafá Setmarián en su “Llamada a la resistencia islámica global” –precisamente, una crítica a lo que él consideraba exceso de centralización de Al Qaeda- y desde entonces el fenómeno no ha dejado de proliferar. En síntesis: que cualquiera pueda matar en cualquier parte, sea una célula más o menos formal, sea un simple grupo de amigos, sea incluso un individuo aislado. Ayer se mataba así en nombre de Al Qaeda y hoy en nombre del Estado Islámico. No hace falta que nadie dé la orden porque ésta ya se ha dado en el Corán, y no hace falta que nadie marque la estrategia porque ésta es muy simple: atacar. Los servicios de seguridad europeos lo saben perfectamente, aunque sus políticos no lo quieran ver.
2. “Esto no es el islam”.

Típico argumento “buenista” que intenta redimir al conjunto de los musulmanes apartando a las manzanas podridas. Es innegable que la gran mayoría de los musulmanes no son terroristas. Ahora bien, es un hecho que los terroristas de hoy sí son musulmanes. Del mismo modo, el islam no puede reducirse a la “yihad de la espada”, esto es, a la imposición de su fe por la violencia, pero la yihad violenta es uno de los rasgos específicos del islam desde hace catorce siglos y siempre ha estado presente en esa civilización. E igualmente, la experiencia –por ejemplo, en Molenbeek- demuestra que puestos a elegir entre la manzana podrida yihadista y el “infiel”, la comunidad musulmana preferirá siempre al primero.

Para marcar la oposición entre islam y yihadismo, con frecuencia se subraya el hecho de que la mayoría de las víctimas del terrorismo islamista son precisamente musulmanes. Es verdad, pero esto también forma parte del problema estructural del islam desde la Edad Media. El islam, en su curso histórico, ha ido acumulando tensiones conflictivas sin solución –es decir, a muerte- entre suníes y chiíes (desde el siglo VII) y entre musulmanes ortodoxos y supuestos “malos musulmanes” (desde el siglo XIII por lo menos). Las corrientes salafistas han reactualizado sin cesar esos conflictos al mismo tiempo que amparaban la yihad contra el infiel cristiano o pagano. Precisamente el yihadismo ha sido históricamente uno de los más serios obstáculos de la cultura musulmana para construir un orden social pacífico. La gran novedad es que ahora eso aparece en suelo europeo.
3. El yihadista es una persona religiosa.

Error. El yihadista mata en nombre de una religión, pero eso no significa que deba llevar una vida de estricta observancia de la ley coránica. Por una parte, es sabido que al militante le está permitido disimular su fe para llevar a buen fin su empresa. Por otra, es importante recordar que el islam no funciona como una religión esencialmente espiritual, sino que posee una poderosa dimensión política inseparable de lo religioso. En el caso del salafismo, es decir, del integrismo islámico, estamos ante una teología política cuyo objetivo es la construcción de la umma, la comunidad de los creyentes, como una realidad simultáneamente política y religiosa. El yihadista no se mueve por fines espirituales: se mueve por objetivos políticos que, en su mente, son al mismo tiempo religiosos. La muerte en la yihad –darla y recibirla- le redimirá de sus insuficiencias en el plano de la fe.
4. “No es un yihadista, es un perturbado”.

Otro argumento buenista: el asesino no mata porque sea un islamista radical –nos dicen-, sino porque es un demente. Últimamente, cada vez que un yihadista mata –en Orlando o en Niza- aparecen decenas de informaciones sobre el estado mental del terrorista con el objetivo implícito de hacernos creer que estamos ante el caso individual de un psicótico. No es verdad. Ciertamente, hay que estar muy mal de la cabeza para matar como en Niza o en Orlando, pero eso no quita para que el motor que ha movido al demente sea el que es: el yihadismo, es decir, la convicción específicamente musulmana de que matando al prójimo se impone eficazmente la fe en el mundo y se salva el alma propia. Otra cosa es que este tipo de planteamientos arraiguen preferentemente en tipos con problemas de relación personal o de identidad individual. Pero no matan por perturbados, sino por yihadistas.
5. “Es un problema de integración social”.

Cada vez que el asesino yihadista resulta ser un joven de nacionalidad europea, los medios de comunicación se apresuran a subrayar el problema de la marginación, el paro o cualquier otra circunstancia dramática para explicar por causas sociales el fenómeno. Sin duda las causas sociales influyen, pero, a juzgar por el muy dispar estrato social de los yihadistas europeos conocidos, hablar de marginación o exclusión es pura retórica: los que no procedían de familias relativamente acomodadas, habían vivido de subsidios públicos durante largo tiempo. Por otro lado, la exclusión en la Europa presente no es un problema que afecte sólo a los musulmanes, y no por eso la gente se lanza a matar. ¿Hay una causa social en el yihadismo en suelo europeo? Sí: la conformación de guetos étnicos, conforme a las políticas multiculturalistas que el pensamiento dominante ha predicado desde hace treinta años. Es en esas comunidades cerradas sobre sí mismas donde han proliferado los discursos de radicalización, especialmente en las generaciones más jóvenes.
6. La culpa es de Occidente por las guerras en Oriente Medio.

El Occidente contemporáneo tiende a creerse culpable de todo cuanto acontece en el mundo, y por eso es tan frecuente oír que la causa del yihadismo es la guerra de Irak o cualquier otro desmán de la política exterior occidental. Es verdad que Occidente ha cometido graves errores en su política hacia los países musulmanes (casi tantos como los propios países musulmanes hacia sí mismos), pero su influencia en el yihadismo es solamente circunstancial. Primero, el yihadismo ya existía mucho antes de la era moderna. En segundo lugar, la génesis del yihadismo contemporáneo –pongamos por ejemplo la Yihad Islámica egipcia, en los años 70- tiene por objetivo derrocar a los regímenes “infieles” de los propios países musulmanes. Y tercero, y quizá sobre todo, conviene recordar que el yihadismo actúa igualmente en Pakistán –contra la república islámica pakistaní-, en la India –contra el gobierno hindú-, en Afganistán –contra cualquiera-, en Nigeria o Mali –sobre todo contra los cristianos negros-, etc. No, el yihadismo existiría igualmente sin guerra de Irak.
7. Esto se arregla con diálogo y convivencia.

Como los países europeos parecen extremadamente interesados en mantener en su interior una fuerte proporción de población musulmana, ya sea por razones de interés electoral o por mero cálculo demográfico, desde las instancias oficiales se apela una y otra vez al diálogo y la convivencia como antídotos contra el radicalismo. En Francia han acuñado la meliflua fórmula de “vivre ensemble” (vivir juntos) para envolverlo en celofán. Instrumentos: cesiones rituales a los musulmanes (por ejemplo, celebración institucional del ramadán) y patrocinio oficial de mezquitas e imanes “presentables” para mostrar que aquí “cabemos todos”. Lamentablemente, el yihadismo no se arregla con “diálogo y convivencia” porque el yihadista no quiere dialogar ni convivir. Aún peor: los mismos sentimientos experimenta cualquier musulmán ortodoxo que aspire a vivir en un orden social conforme a sus principios, que son incompatibles con los del modo occidental de vida. El diálogo y la convivencia siempre pueden ser buenos, pero ni mucho menos va a encontrarse aquí la solución. De hecho, en la Europa presente no han faltado nunca diálogo ni convivencia. ¿Balance?
8. Lo que hay que hacer es cerrar las mezquitas salafistas.

En el plano de “lo que hay que hacer” para frenar el fenómeno del yihadismo en Europa, muchas voces piden someter a estrecha vigilancia e incluso cerrar las mezquitas salafistas, es decir, aquellos centros de predicación donde se imparte la doctrina integrista, generalmente de cuño wahabista saudí. Y sí, eso hay que hacerlo, pero conviene tener presente que, hoy, la predicación ya no está sólo en las mezquitas, sino que circula con mucha mayor libertad en Internet. Un imán radical en una mezquita puede hacer mucho daño, pero es controlable; por el contrario, no hay quien controle a la miríada de webs yihadistas que llaman a la “guerra” por todo el mundo. Por supuesto, existen medios para identificar a los usuarios de esas webs, pero la operación traería consigo una merma de libertad general que nadie está dispuesto a asumir.
9. Hay que bombardear al monstruo en su origen.

Otra solución “mágica” que se oye en muchas bocas: bombardeemos al yihadismo en su origen –se supone que en algún lugar de Oriente Próximo- y se acabará el problema. Gravísimo error que presupone que el yihadismo es algo así como una organización dirigida desde su austera jaima por un cerebro portentoso que se alimenta de dátiles y leche de cabra, como el caudillo almorávide Yusuf ibn Tasufin. El yihadismo no es un monstruo corpóreo al que se le pueda cortar la cabeza para quitarle el aliento. Estamos ante un fenómeno simultáneamente político, cultural y religioso; específicamente musulmán, pero de carácter global, no local. Si queremos extirparlo de nuestras sociedades, las soluciones no pueden apuntar tanto al exterior como al interior. Y en el exterior, por cierto, lo que habría que hacer es más bien lo contrario: consolidar, y no bombardear, aquellas estructuras estatales que han podido neutralizar las contradicciones propias del islam.
10. Quieren derribar nuestra democracia.

En las letanías rituales de nuestros políticos y opinadores, cada vez que hay un atentado yihadista surge unánime la fórmula: “quieren destruir nuestra democracia”. Porque “nos tienen envidia”, les faltaría decir. No, nada de eso: al yihadista le importa un bledo “nuestra democracia”. Ese es un argumento de consumo interno para que no se venga abajo la moral ciudadana (y, de paso, el sistema). El yihadista trataría de atentar exactamente igual si nuestros regímenes fueran monarquías absolutas, tetrarquías comerciales o repúblicas soviéticas. El enemigo del yihadista no es “la democracia”, sino el no-islam. En nuestro caso, la cristiandad, es decir, las naciones que proceden de un ámbito espiritual que no es el suyo. El yihadista quiere convertir todo el mundo en Dar al-Islam, casa del islam, y su carácter democrático o no le resulta indiferente. A la víctima de un degüello no se le pregunta si cree en el sufragio universal. Por lo mismo, es ridícula esa otra fórmula que presenta el actual combate como “la lucha global de la democracia contra el terror”, sorprendente figura que tiene la virtud de ocultar el nombre del enemigo (aun reconociendo que da mucho miedo). ¿A quién se intenta defender con estos eufemismos?
11. Quieren provocar el auge del populismo.

La penúltima efusión políticamente correcta es de orden táctico: según dicen nuestros cerebros oficiales, en realidad lo que el yihadismo quiere es provocar el auge de los “populismos” (signifique eso lo que signifique) para bañarnos en sangre. Es verdaderamente triste, hasta lo criminal. He aquí que el poder, celoso de su hegemonía, utiliza a un enemigo externo e interno que, efectivamente, nos baña en sangre, para demonizar a una parte de la sociedad-víctima. Al final el malo de la película no es el yihadista asesino, sino el populista malvado, supuesto beneficiario de la violencia islamista. ¿Cómo extrañarse de que el crédito de nuestros gobernantes se esté agotando a ojos vistas?

Gaceta.es

Eduardo García Serrano: "Si el enemigo no siente más terror que el que propaga, perderemos siempre".


miércoles, 27 de julio de 2016

Asesinato de Jacques Hamel.

El dia 26 de Julio dos musulmanes entraron en una iglesia en el norte de Francia y ejecutan en el altar de la iglesia al sacerdote Jacques Hamel.

Europa lleva unas semanas recibiendo el azote del islamismo radical, pero de todas las brutalidades cometidas en nombre del Islam, ninguna ha sido tan importante como esta, ¿por qué?

Por el simbolismo. El hecho de ejecutar al sacerdote de la manera que lo hicieron, se puede considerar como asesinato ritual. Sabían perfectamente lo que estaban haciendo. Han atacado el fundamento de Europa, han atacado el templo sagrado que en esta época representan las iglesias y en tiempos pretéritos, en el mismo sitio que las iglesias, otros templos o lugares de cultos como por ejemplo, los de los celtas.

Jean Hani, francés y un ejemplo vivo de la Tradición, en su libro "El simbolismo del Templo cristiano" nos explica el significado del altar:

"El altar es la mesa, la piedra del sacrificio, ese sacrificio que, para la humanidad caída, constituye el único medio de tomar contacto con Dios. El altar es el lugar de este contacto: por el altar viene Dios a nosotros y nosotros vamos a Él. Es el objeto más santo del templo, puesto que se le saluda, se le besa y se le inciensa. Es un centro de ruenión, el centro de la congegración cristiana; y a esta reunión exterior le corresponde una reunión interior de las almas y un recogimiento del alma, cuyo instrumento es el símbolo mismo de la piedra, uno de los más profundos, al igual que el árbol, el agua y el fuego, y que hiere y pulsa en el hombre un algo primordial."

El Papa no ha querido relacionar el asesinato con el Islam. Estimado Santo Padre, ¿acaso no conoce la historia de Europa y nuestra lucha contra el Islam? ¿No conoce la historia de los mártires de Córdoba? Qué ignominia la del Papa. Lea a Claudio Sánchez Albornoz y no sea tan cobarde de esconderse detrás de los politicamente correcto. España es una nación nacida en su lucha contra el Islam. ¡Viva Pelayo y mueran obispos traidores! De esos conocemos algunos en nuestra historia. Covadonga, Navas de Tolosa, Lepanto, hitos gloriosos de nuestra historia que quieren esconder para no sentirnos orgullosos de lo que somos.

Con este asesinato ha pretendido asustar a nuestras almas, pero han conseguido lo contrario, del fondo de todo buen europeo saldrán gritos de venganza que helarán a nuestros enemigos. Europa despertará, ya que sin ella el mundo no tiene esperanza.

A todos aquellos que leeis estas lineas, recordad que debemos mantenernos firmes en nuestros viejos sueños, para que nuestro mundo no pierda la esperanza y que tener Fe constituye la mayor fuerza que existe.

Voy a despedir este pequeño escrito con el Requiem de Mozart en honor del mártir Jacques Hamel.


lunes, 18 de julio de 2016

Claves para entender el golpe de Turquía. José Javier Esparza.



Un golpe de estado en Turquía era lo último que podía esperar nuestra opinión pública, por más que Erdogan denuncie episódicamente oscuras conjuras y por más, también, que no sean ningún secreto las numerosas resistencias que despierta la política islamizante del presidente turco. El episodio aún está entre brumas, pero ya es posible ver con claridad algunos datos. Ante todo: para comprender el golpe de estado en Turquía hay que poner en perspectiva lo que ha pasado antes y lo que ha pasado después.





¿Lo que ha pasado antes? Erdogan lleva aplicando desde 2003 una política rectilínea con el objetivo de reislamizar Turquía y, por así decirlo, devolverle su condición de última sede del califato histórico, condición perdida desde la revolución laica de Ataturk en 1920. Parte importante de esa política es la reforma constitucional, de momento frustrada, que pondría muy amplios poderes en manos del presidente, es decir, del propio Erdogan. Ya hubo una primera reforma en 2010 que limitó el poder del ejército y los jueces, auténticos pivotes sobre los que descansa el edificio de la república laica; ahora el objetivo es completar el proceso. Jueces y ejército siguen siendo el
principal obstáculo de Erdogan en su política de reislamización.



Pero en el último año Erdogan ha sufrido muchos reveses: se siente traicionado por la Unión Europea, a la que quiso chantajear con la crisis de los inmigrantes y de la que no ha obtenido los rendimientosesperados; se siente traicionado por los Estados Unidos, que están apoyando a los kurdos en Irak al mismo tiempo que él intenta aplastar a los kurdos de Turquía; se siente traicionado por el Estado Islámico, hacia el que la política turca ha sido dolosamente ambigua y que ha respondido con atentados imprevisibles. Tal vez todo esto explique la dimisión del primer ministro Ahmet Davutoglu el pasado mes de mayo. Lo que sí explica, con toda seguridad, es el reciente y sorpresivo giro de la política de Erdogan, que el pasado 28 de junio llamaba a Putin, pedía perdón por el derribo de un caza ruso sobre territorio sirio y proponía reanudar las relaciones bilaterales con Moscú; giro acentuado pocos días después por el nuevo primer ministro, Binali Yildirim, que declaraba su objetivo de desarrollar buenas relaciones con Siria, su acérrimo enemigo (bien es cierto que, veinticuatro horas después, Yildirim matizaba que para ello es imprescindible la salida de Al-Asad).

Con todos estos datos en la mochila, y a ojos de cualquier observador, el golpe del 15 de julio sólo podía responder a dos hipótesis: o bien era una maniobra del propio presidente en una tentativa de acelerar la islamización, cosa que parecía bastante improbable en un ejército tradicionalmente laico –por más que Erdogan haya hecho “limpieza” en los últimos años-, o bien se trataba de una demostración de fuerza del poder laico frente a los propósitos del nuevo “sultán”. Todo indica que es esto último lo que ha sucedido, si bien sorprende la rapidez con la que el Gobierno ha aplastado la intentona. Un golpe no se prepara en tres días, pero en este caso parece obvio que la operación ha adolecido de cierta precipitación. Tal vez eso permita vincular más estrechamente el golpe a los movimientos del gobierno en las últimas semanas hacia Rusia y Siria: la sublevación de parte del ejército habría sido una reacción de los elementos menos sumisos al alejamiento de Occidente. A eso parecen apuntar también las interpretaciones de las terminales norteamericanas.

Erdogan ha acusado de mover los hilos del golpe a Fethullah Gülen, un pensador residente en los Estados Unidos. No es la primera vez que el presidente turco señala a Gülen, de manera que esta denuncia hay que tomarla con todas las precauciones. Fethullah Gülen no es un político, sino un filósofo de matriz islámica que, eso sí, está muy lejos de cualquier integrismo. Sus enseñanzas no han sido ajenas a la ola cultural de reislamización del país, y de hecho su movimiento, el Hizmet, ha apoyado públicamente al partido de Erdogan, pero entre ambos hay una diferencia de base. Por decirlo en dos palabras: donde Gülen propone una vía musulmana hacia la modernidad, Erdogan propone una vía moderna hacia la islamización. La doctrina de Gülen apunta deliberadamente a encajar los rasgos mayores de la modernidad occidental en el contexto cultural musulmán, y eso le ha otorgado un amplísimo eco en círculos muy influyentes de las elites del país. Es muy probable que los cabecillas de golpe –el ex jefe de la Fuerza Aérea, por ejemplo, que ha sido detenido- sean lectores de Gülen, pero que el organigrama conduzca al pensador del Hizmet es bastante más problemático.

¿Qué es lo que ha pasado después del golpe? Dos cosas de la mayor importancia, y ambas nos dicen mucho sobre lo que esta asonada se proponía y, aún más, sobre lo que Erdogan tiene en la cabeza. Para empezar, el presidente ha recurrido directamente a sus masas, que han llenado literalmente las calles para hacer frente a los militares sublevados. Esas masas son netamente islamistas, partidarias de reintroducir paulatinamente la sharia o ley islámica en el ordenamiento del país, y comparten el “sueño otomano” de su líder. El segundo elemento es que Erdogan, como era de esperar, no ha perdido el tiempo y ha ordenado inmediatamente la detención o destitución de varios millares de funcionarios en el ejército y la judicatura, es decir, los pilares del régimen laico. El fracaso del golpe ha puesto en manos de Erdogan un instrumento valiosísimo para ejecutar la “purga” que hasta ahora los usos democráticos le habían vetado.

Lo que ahora pueda venir es aún una incógnita, pero parece claro que Erdogan gana y, con ello, se acelera sin remedio la deriva de Turquía hacia una república de corte islámico. Sin duda eso tendrá consecuencias muy pronto en el complejísimo tablero del Oriente Próximo.

Gaceta.es

Debate sobre el 18 de Julio III.

Debate con Pio Moa, Jose Javier Esparza y Pedro Fernandez Barbadillo.

Debate sobre el 18 de Julio II.

Debate con Luis Togores, Pedro Fernandez Barbadillo, Moises Dominguez y Kiko Mendez Monasterio.

viernes, 15 de julio de 2016

André Dassary - Le Chant du Départ (hymne révolutionnaire et républicain) KlimSanguine


Au revoir camarade.


Claquez Bannière de Chrétienté.


Vivent les Chouans !


Chant Vendéen - La Catholique.


Maréchal, nous voilà. ( André Dassary 1941 ).


La marsellesa.