lunes, 31 de octubre de 2016

Jalogüín. Jesús Laínz.

Calabazas de Halloween acechan entre las verduras. ¡El Imperio ha llegado a la frutería!

Es una constante histórica que a las potencias políticas en sus épocas de grandeza les salgan imitadores. Además del caso más evidente, Roma, si España exportó su lengua, cultura y modas en el siglo XVI, Francia e Inglaterra recogieron el testigo en siglos posteriores. Pero lo que exporta la primera potencia de nuestros días no es precisamente lo elevado: la comida basura, las acrobacias de Michael Jackson y la idiotez de Halloween. Interesante síntoma.
Todas las calabazas son idénticas, perfectas, esféricas, del mismo tamaño y color. Parecen de plástico pero son de verdad. Lo artificial es el aparatoso envoltorio negro, lleno de brujas y espectros, más propio de un juguete que de una hortaliza. Al fin y al cabo se supone que no es para comer, sino para jugar.
Y que nadie eche la culpa a los yanquis: nunca ha existido nada parecido a unaHalloween Exportation Agency. Si se ha imitado la cosa en otros países es porque les ha dado la gana. Si el vacío espiritual de Europa se llena con cualquier tontería llegada de la otra orilla del Atlántico o de cualquier otro lugar, no es culpa de los norteamericanos.
Lo más divertido es que estas calabazas tan monas, tan perfectas, tan clónicas que daría grima comérselas, llegadas desde la metrópoli hasta los supermercados más alejados del Imperio, nacieron en Los Alcázares, Murcia, Spain.
Del mismo modo que la Semana Santa no tardará en ser confundida con las fiestas de moros y cristianos, la tomatina de Buñol o la defenestración de la cabra de no sé donde –para lamentar lo cual no hace falta ni siquiera ser creyente–, las iglesias no tardarán en ser nada más que testigos mudos de un culto extinguido, como los templos paganos y las pirámides. Ya hoy casi sólo cumplen la función de museos para masas ajenas e irrespetuosas con el culto que allí sigue celebrándose marginalmente. Y es la propia Iglesia la que se esfuerza en vulgarizar, en profanar el carácter sacro de sus edificios, rebajando sus ceremonias en persecución de un contraproducente populismo mediante decoraciones degradantes y musiquillas tontas que a veces incluso sirven de soporte para letras disolventes. Por ejemplo, elImagine de John Lennon durante la consagración. Debe de ser que los curas no saben inglés.
Y en cuanto a la fiesta ésta de las calabazas, no sólo ha barrido con la costumbre bisecular de representar el Tenorio de Zorrilla (¿Tenorio? ¿Zorrilla? No me suenan. ¿En qué equipo juegan?), sino que incluso ha conseguido que mientras los que peinan canas van al cementerio a depositar unas flores y dedicar una oración a sus seres queridos, la juventud más preparada de la historia de Expaña se va de fiesta disfrazada de zombi.
Si en la tradición grecolatina los muertos representaban una presencia benefactora que, generalmente a través de los sueños, aconsejaban y acompañaban a los vivos, los románticos anglosajones consiguieron hacer de ellos unas criaturas espeluznantes; y del Más allá, el reino de la oscuridad. Hasta los niños de corta edad han aprendido que eso de la muerte del cuerpo y la inmortalidad del alma consiste en un pasatiempo dedicado a asustar, perseguir, matar y comerse a la gente. De ello se han encargado hasta los colegios de monjas, donde se anima a la chavalería a celebrar el día de Todos los Santos bailando Thriller.
Esto se cae. Y no por la economía.

elmanifiesto.com

miércoles, 26 de octubre de 2016

La legión anticomunista de Franco para Hungría. Pedro Fernández Barbadillo.

En el otoño de 1956 se produjeron dos graves crisis internacionales: el ataque de Francia, Israel y Reino Unido contra Egipto por lanacionalización del canal de Suez ordenada por Gamal Abdel Nasser y la invasión de Hungría por tropas del Ejército Rojo. Ambas coincidieron en el tiempo (finales de octubre-principios de noviembre) y en ambas se demostró que el poder en el planeta dependía sólo de dos superpotencias, Estados Unidos y la URSS.

Como cuenta Henry Kissinger (Diplomacia),


"Cuando se disipó el humo, la crisis de Suez había destruido el estatus de grande potencia de Gran Bretaña y de Francia. Fuera de Europa, en lo sucesivo, los Estados Unidos se verían obligados a ocupar, casi por sí solos sus puestos en la Guerra Fría".

Por otro lado, con la negativa del creciente grupo de países no alineados a condenar a la URSS en la ONU en términos equivalentes a los usados contra Francia, Israel y Reino Unido comenzó la costumbre de ese tercer grupo de naciones de tratar con un doble rasero los actos de Occidente y los del bloque socialista: la severidad para el primero y la indulgencia o la comprensión para el segundo. La diferencia se debió al miedo que provocaba una URSS que no vacilaba en fusilar a antiguos camaradas húngaros, luchadores antifascistas, si le desobedecían, y encima con todos los partidos comunistas del mundo ovacionando las ejecuciones de los ‘contrarrevolucionarios’ o ‘espías’.


En España, la represión de Hungría se vivió con un gran atención por parte del régimen, que el año anterior, en diciembre de 1955, había concluido su regreso la comunidad internacional con el ingreso en las Naciones Unidas. Éste se había producido como parte de un bloque de 16 países (Italia, Austria, Libia, Hungría, Rumanía, Jordania…) y con el voto a favor de la URSS.

Un refugio para el archiduque Otto
Las relaciones del régimen franquista con Hungría habían sido muy buenas hasta la intervención alemana en 1944. El almirante Nicolás Horthy, regente del país desde 1920, reconoció al Gobierno de Franco en noviembre de 1937 y permitió el envío de suministros.

El pretendiente a la corona húngara, el archiduque Otto de Habsburgo, no sólo había vivido varios años en Lequeitio (Vizcaya) bajo la protección de Alfonso XIII, sino que era consejero de Franco en asuntos de política exterior. En 1948 le pidió que le permitiese abrir la Real Legación de Hungría para expedir documentación para los miles de húngaros exiliados. Por ello, muchos húngaros conservadores se instalaron en España.

Esta comunidad húngara acudió a Franco cuando el 23 de octubre sus compatriotas se sublevaron contra los comunistas locales y los soviéticos. En Budapest, los manifestantes derribaron una estatua de Stalin de 10 metros de altura y liberaron de su prisión al cardenal József Mindszenty.

De nuevo, Moscú le hizo al caudillo un favor impagable. El bloqueo de Berlín (1948) y la guerra de Corea (1950-1953) habían servido para que los occidentales, sobre todo EEUU, se reconciliasen con la dictadura franquista para contar con un aliado más en la Guerra Fría. La invasión de Hungría demostraba que la desestalinización no se extendía a la política exterior y, se pensaba en Madrid, corroboraba que Franco ‘tenía razón’. España, así, fue el país más activo en la ONU en favor de la causa húngara.

Sin embargo, otro acontecimiento internacional se mezcló con la revolución húngara y lo anuló. El 29 de octubre los israelíes atacaron Egipto y el 31 los aviones británicos y franceses, de acuerdo con los primeros, empezaron a bombardear objetivos egipcios. El objetivo de la coalición era tomar el canal de Suez.

Planes para la ayuda militar a los sublevados
La primera petición de ayuda la recibió el Gobierno español el 26 de octubre de parte de Ferenc Marosy, ministro de la Real Legación, en nombre del archiduque Otto. Éste le pedía a Franco que se dirigiese al Consejo de Seguridad para protestar por la agresión de Moscú y le calificaba de "primer campeón en Europa de la causa de los pueblos oprimidos" (documento recogido por María Dolores Ferrero).

Marosy fue el enlace entre Franco y Otto de Habsburgo. En sus informes aparece claro que el Gobierno español estaba dispuesto a enviar voluntarios, nacionales y extranjeros, a combatir en Hungría. Los estudiantes de la Universidad de Valladolid se presentaron voluntarios, incluidos dos hijos del ministro de Asuntos Exteriores Alberto Martín Artajo.

La madrugada del 4 de noviembre, cerca de 3.500 tanques soviéticos penetraron en Hungría. Unos 3.000 húngaros morirían ese día y los siguientes.

El embajador español en Londres comunicó el 5 de noviembre a su ministro que 2.000 húngaros residentes en Gran Bretaña, que querían combatir por la libertad de su patria, pedían a España sólo que les trasladase a la frontera. Luis Suárez (Franco y la URSS) asegura que Franco


alentó un curioso proyecto de reunir jóvenes húngaros, armarlos con dinero y material norteamericano y arrojarlos en paracaídas sobre algún lugar que aún controlaran los sublevados

Ese mismo día 5 habían aterrizado en Suez paracaidistas británicos y franceses. Artajo, por instrucciones de Franco, remitió a Morosy a un general español, para acordar la entrega de 10.000 fusiles y armas antitanque a los combatientes húngaros.

Pero Estados Unidos se negó a facilitar el transporte aéreo imprescindible; tampoco Austria quería que su territorio se usase como trampolín o se convirtiese en campo de batalla. Sólo quedaba ocuparse de los 200.000 fugitivos.

Paradójicamente, una dictadura de derechas que acababa de firmar una alianza con Estados Unidos apoyaba los esfuerzos del Gobierno húngaro para conseguir pluripartidismo, libertad de prensa, elecciones y un estatus de neutralidad similar al de Austria, de la que el año anterior se habían retirado las potencias ocupantes.

El centro de la lucha contra el Pacto de Varsovia

El 6 de noviembre, EEUU y la URSS impusieron un alto el fuego en Suez a Londres, París y Tel Aviv. El último bastión de resistencia húngara, en un barrio de Budapest, se rindió a los invasores el 10 de noviembre.

En esos días,


"Washington demostró que casi nunca es capaz de enfrentarse simultáneamente a dos grandes crisis" (Kissinger) y desilusionó a sus aliados y admiradores. En otro despacho de Marosy al Comité Nacional Húngaro en Nueva York, el diplomático decía que "Según Otto de Habsburgo, en el Oeste de Hungría están tan desesperados por la inactividad de los EEUU, que ya odian más a los americanos que a los rusos".

La preocupación en el mundo libre ante la agresión soviética fue de tal magnitudque el archiduque Otto escribió al presidente Eisenhower para proponerle la organización de una brigada formada por exiliados del Este y anticomunistas para combatir en territorio europeo donde quiera que se produjese la siguiente crisis.

El príncipe Habsburgo proponía que esa unidad militar se entrenase con armas modernas suministradas por EEUU en un país donde no actuaban ni los espías de las embajadas del Pacto de Varsovia (fundado en 1955) ni sus quintacolumnas, los partidos comunistas: España.

El proyecto, que también lo trataron las autoridades políticas y militares españolas, se desechó unos pocos meses más tarde.
A punto de entrar en el Consejo de Seguridad

El profesor Suárez concluye que la crisis de Hungría tuvo como consecuencia que "creció el prestigio de Franco ante los dos bandos implicados". El 21 de noviembre, España presentó su candidatura para ocupar uno de los puestos rotatorios del Consejo de Seguridad. Y podía haberlo conseguido gracias al respaldo de los países hispanoamericanos, árabes y algunos europeos.

El académico añade que las potencias que habían decretado en los años 40 el aislamiento de España en castigo por el régimen franquista, incluida la URSS, se unieron para promocionar la candidatura de Suecia, que tenía un Gobierno socialdemócrata (un Gobierno sueco presidido por el socialdemócrata Per Albin Hansson autorizó en el verano de 1941 la circulación de tropas nazis por su territorio entre Finlandia, miembro del Eje, y la invadida Noruega, hasta que en el verano de 1943 la guerra cambió para el III Reich).

En la primera votación, celebrada en diciembre de 1956, España obtuvo 32 votos de 78. El día 18, el embajador Lequerica, por orden de Madrid, retiró la candidatura y votó a Suecia para mantener la concordia en la ONU. Al día siguiente, en un editorial el periódico progresista The New York Times le hizo saber al presidente Eisenhower su molestia con el ascenso diplomático de España.

La primera vez que España perteneció al Consejo de Seguridad fue en el bienio 1969-1970. En la actualidad, concluye el quinto período (2015-2016) de nuestra patria en el organismo.

Otra consecuencia posterior es que la nueva oleada de exiliados húngaros chocó con los ya establecidos justo en la posguerra. Los veteranos eran monárquicos y conservadores, mientras que los nuevos eran republicanos y, lo que provocó la indignación de los primeros, antifranquistas.

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