lunes, 30 de abril de 2012
sábado, 21 de abril de 2012
El Antiguo Egipto. Corrección de Errores en su Cronología.
"Este artículo será ampliado en breve, dando más datos y haciendo mayores precisiones."
En este ensayo vamos a
demostrar que la cronología generalmente aceptada para la historia del Antiguo
Egipto es errónea. Y lo vamos a hacer por activa y por pasiva.
- Por activa: basándonos en el llamado Ciclo
de Sotis, que debido a su carácter astronómico es de una exactitud
absoluta. Utilizando tan sólo tres
fechas sotiacas, las correspondientes a Sesostris III, Amenofis I y Tutmosis
III, podemos desmontar la cronología egipcia hoy dominante.
- Por pasiva: haciendo seguidamente una serie
de comprobaciones, las cuales nos mostrarán que determinados sucesos de Egipto,
Israel, Mesopotamia y Asia Menor no pueden haber ocurrido en las fechas dadas
por las cronologías al uso, pues comparando unas con otras se ve que son
inaceptables, además de estar en contradicción con las fechas sotiacas ya
calculadas.
Funcionamiento de los Calendarios
El Ciclo de Sotis es fundamental para el conocimiento del Antiguo
Egipto. Deriva del calendario
usado por dicha civilización, y esto nos obliga a dar una pequeña explicación
sobre el funcionamiento de los calendarios, imprescindible para entender las
correcciones que deben efectuarse en la cronología egipcia.
Así
como el día es originado por el movimiento rotatorio de la Tierra, el mes se
basa en la Luna y el año en el Sol.
La evolución de las fases de la Luna, llamada lunación, es el origen
de la idea del mes. Dura 29 días,
12 horas y 44 minutos, o dicho en términos decimales 29’5306 días [1]. Por ello, los antiguos calendarios lunares alternan meses de 29 y 30
días.
El año solar o trópico es el tiempo de la
evolución completa del Sol en sus relaciones con la Tierra, verbigracia dos
pasos consecutivos del Sol por el equinoccio de primavera: 365 días, 5 horas,
48 minutos y 46 segundos, o dicho de otro modo 365’2422 días. Se trata del año natural, que contiene
las cuatro estaciones y es el adecuado para la agricultura. Ya hemos dicho que los meses son de carácter
lunar; pero en teoría puede hablarse también de meses solares: son los doce signos
del Zodiaco.
Por contraposición, tampoco hay años lunares;
pero teóricamente puede haberlos, sumando doce lunaciones. Esto da una duración de 354’3671 días, lo
cual produce un desfase de casi 11 días con respecto al año trópico. El calendario lunar, usado por los
israelitas, los fenicios y los arameos, obligó a estos pueblos a efectuar
ajustes con meses intercalares, de manera que algunos años tenían trece
meses. Así surgió lo que algunos
autores llaman calendario lunisolar. Los musulmanes, que siguen el calendario lunar puro de los
antiguos árabes, no realizan ajustes, y por eso el mes de Ramadán, dedicado al
ayuno, se va desplazando continuamente a lo largo del año, pasando por todas
las estaciones.
Los antiguos egipcios siguieron otro sistema, basado en el Sol. Calcularon la duración del año en 365 días.
Y al comprobar la absoluta independencia entre los movimientos del Sol y de la
Luna, decidieron prescindir de ésta, creando un calendario puramente
solar. Se inventaron doce meses
iguales de 30 días, que ya no coincidían con las lunaciones, y añadieron a
final de año los 5 días restantes, llamados en griego epagómenos.
Ptolomeo Filadelfo quiso reformar el calendario
egipcio introduciendo cada cuatro años un sexto día epagómeno, por saberse ya
perfectamente que el año duraba algo más de 365 días. Pero la idea no triunfó hasta Julio César, que creó el
calendario juliano en el año 46 antes de JC asesorado por el astrónomo griego
Sosígenes. Este calculó que el año
duraba 365 días y 6 horas; y la fracción sobrante decidió acumularse añadiendo
un día a febrero en los años bisiestos.
El error de Sosígenes era inferior a 12 minutos, y tardó en ser
advertido. La tardía rectificación
fue implantada por el papa Gregorio XIII con la ayuda de un jesuita alemán, el
padre Clavio, experto matemático.
Se suprimieron diez días del año en curso, que era 1582, pasando
directamente del 4 al 15 de octubre.
Cada cuatro años hay un bisiesto, pero cada cuatro siglos el calendario
gregoriano suprime tres bisiestos.
Conclusión: si el grado de perfección de un
calendario viene dado por su capacidad para determinar la duración del año
natural, ninguna de las soluciones expuestas supera a la de los mayas. Porque:
El calendario egipcio da 365
El calendario juliano da 365’25
El calendario gregoriano da 365’2425
El calendario maya da 365’2421
Y la duración real del año es 365’2422
El Ciclo Sotiaco
Sabemos que los egipcios fijaron el comienzo del año observando la
elevación heliaca de la estrella Sotis o Sirio, que tras 70 días de
invisibilidad debida a su conjunción con el Sol, surgía de Oriente en la
aurora, a la derecha del primer rayo solar, coincidiendo con algo muy
importante para su agricultura: el desbordamiento del Nilo. Esto ocurría en el Alto Egipto a
finales de junio, cinco días antes que en el Delta.
Sin embargo, había un problema: como el año astronómico no dura 365
días, sino un poco más, pasados cinco años la elevación de Sotis se producía
con un día de retraso. Los egipcios se dieron cuenta del error cometido. Pero
no modificaron su calendario y resolvieron el problema de un modo lateral,
consignando por separado dos fiestas diferentes: la del Año Nuevo y la de
Sotis. La primera valía a efectos
puramente cronológicos y civiles; la segunda era una fiesta móvil que servía para
organizar las faenas agrícolas.
Los egipcios determinaron el período sotiaco, es decir, el tiempo
necesario para que las fiestas de Año Nuevo y de Sotis volvieran a coincidir: 1.509
años civiles suyos, equivalentes a 1.508 años astronómicos.
La creación del calendario egipcio debe situarse por fuerza al
comienzo de un ciclo sotiaco, y este comienzo es anterior a Menes, el primer
faraón. Menes llevó las dos
coronas blanca y roja porque unificó los dos reinos existentes en su tiempo: el
Alto y el Bajo Egipto. A ello alude precisamente el nombre del patriarca bíblico
Misraím, supuesto fundador de Egipto después del Diluvio según el Génesis,
porque tiene terminación hebraica de dual y significa los Dos Egiptos [2]. Cada reino poseía su
propio calendario de 365 días. El
día de Año Nuevo era el 1º del mes tot en el Alto Egipto y el 1º del mes mesori
en el Bajo Egipto. Los últimos
ciclos sotiacos terminaron, respectivamente, los años 139 y 284 de la era
cristiana. Esto significa que el
calendario del país alto, el más antiguo de los dos, debió aparecer en torno a
una de las siguientes fechas: 1370, 2878, 4386 y 5894 antes de nuestra era [3]. Se ha comprobado que en
las dos fechas más modernas ya existía.
La tercera fecha es la más probable y la cuarta es posible pero poco
probable. Por la misma razón, el
calendario del Bajo Egipto arrancaría de 4240 o de 5748.
Los egiptólogos, ateniéndose estrictamente a lo establecido por
Eduard Meyer, profesor de la universidad de Breslau a finales del siglo XIX,
colocan erróneamente el comienzo de los ciclos del calendario más antiguo en 1321,
2781, 4241 y 5701. Ya hemos dicho que la duración exacta del ciclo es de 1.508
años astronómicos. Sin embargo, los
egiptólogos usan 1.460 años, error generado por hacer el ajuste con arreglo al
calendario juliano. Pero como la
estrella Sotis no está obligada a obedecer los decretos de Julio César, su período
sotiaco de 1.460 años es absolutamente imaginario. Ahora debemos preguntarnos: ¿A qué pudo deberse el error de
un intelectual tan brillante? La
respuesta es que Meyer se dejó engañar siguiendo una tesis correcta en sí
misma: los “años julianos” pueden
utilizarse tranquilamente para el fechado de la Antigüedad, porque los errores “son muy pequeños”. Esto es verdad cuando nos limitamos a
consignar la serie de los años que van desde nuestra época hasta por ejemplo el
año 6000 antes de JC, en que sabemos que ya existía la ciudad de Jericó, o
incluso más allá. En estos intervalos, el reinado de cualquier faraón, o de
cualquier soberano asirio o caldeo, o de cualquier personaje bíblico, fechado
según el calendario juliano, da siempre un error inferior a un año. Sin embargo, ya no es igual cuando
queremos observar las desviaciones de la fiesta de Sotis: entonces sí se
producen errores importantes, como vamos a demostrar acto seguido.
Un texto descifrado por los egiptólogos indica que en el año 7 de Sesostris
III la elevación heliaca de Sotis se produjo el día 16 del octavo mes. Jean Vercoutter, profesor de la
universidad de Lille, dice que fue el 1877 antes de JC. No nos explica cómo ha
llegado a este resultado, pero no hace falta. Para nosotros es fácil rehacer su cálculo, porque sabemos
que se ha basado en la tesis de Meyer: la elevación se produjo a los 226 días
de iniciado el año; luego hay una desviación de 226 días; si el calendario
egipcio se desvía 0’25 días cada año juliano,
dividiendo 226 entre 0’25 salen 904 años; y si Sesostris pertenece al ciclo
sotiaco del año 2781, tenemos que 2781 - 904 = 1877. Pero este cálculo
¡es totalmente incorrecto! Operando con exactitud, lo que debemos
hacer es lo siguiente: primero dividir 226 entre 0’2422, porque el año egipcio
se desvía 0’2422 días con respecto al año astronómico, que es el verdadero;
esta división da 933; teniendo luego en cuenta que el ciclo sotiaco de
Sesostris no comienza en 2781, sino en 2878, debemos restar 2878 - 933 = 1945. El profesor Vercoutter se ha equivocado en 68 años. Esto poniéndonos en el mejor de los
casos... porque si Sesostris perteneciera al ciclo sotiaco anterior (posibilidad
remota pero no absolutamente descartable) habría vivido en 3453. Aplicada la prueba del carbono 14 a un
trozo de la barca funeraria del faraón, ha dado un intervalo de fechas entre
1900 y 1450, lo cual parece avalar el cálculo de los egiptólogos. Pero no sirve para avalarlo. Sólo sirve, en puridad, para descartar
el ciclo sotiaco más antiguo.
Aplicando el mismo método a otras dos fechas sotiacas disponibles,
los egiptólogos dicen que el año 9 de Amenofis I y un año indeterminado de
Tutmosis III corresponden a 1536 y 1469, pero se trata realmente de 1594 y
1524. Esto hace al Imperio Nuevo más
antiguo de lo que se cree, llevándonos a fechar su comienzo en torno al año
1622.
Corrección de Errores Cronológicos en la
Historia de Egipto
Ahora vamos a enfrentarnos al problema del fechado absoluto. Los
antiguos escribas de Egipto y Mesopotamia solían fechar los sucesos por el año
ordinal del reinado vigente, sin dar su cronología dentro de una era prefijada,
como hacemos nosotros con la era cristiana. Por lo tanto, para fechar correctamente, debemos averiguar el
número de años de cada reinado e irlos sumando uno tras otro hasta llegar a
Alejandro Magno, pues sabemos que éste entró en Egipto el año 332 antes de JC.
El problema es que no sabemos los nombres de todos los reyes ni las
duraciones de sus reinados. La
historia del sacerdote egipcio Manetón, escrita precisamente con dicho objeto
para Ptolomeo Filadelfo,
daba el número de reyes que habían ido sucediéndose y los agrupaba en 31 dinastías,
terminando la última con Darío III Codomano, el vencido por Alejandro. Desgraciadamente su obra fue destruida, igual
que las historias escritas por Filón de Biblos y por el caldeo Beroso. Recordemos la sentencia del monje
bizantino Jorge Sincelo: “Manetón de Sebenitos, sumo sacerdote de los
malditos templos egipcios en la época de Ptolomeo Filadelfo, escribe a este
Ptolomeo el mismo tipo de mentiras que Beroso...” Los datos de Manetón copiados por otros autores son fragmentarios y no siempre coinciden. Así vemos, por
ejemplo, que Flavio Josefo da a la dinastía XV de los hiksos seis o siete reyes
(no está clara la lectura correcta) con 260 años de duración; Julio Africano
escribe seis reyes con 284 años; y el obispo Eusebio de Cesárea, que la numera
como XVII, sólo cuenta cuatro reyes con 103 años...
Gracias al
desciframiento de los jeroglíficos, han podido leerse las listas reales del
Papiro de Turín, la Tabla de Abidos y la Tabla de Sakara; pero la información sigue siendo incompleta y los huecos han debido
ser rellenados por los egiptólogos con hipótesis racionales. Por otra parte, a medida de que
avanzaba la egiptología desde Champollion, iban dominando las llamadas “cronologías cortas”. Hoy día ya nadie se cree que Menes, el
primer faraón, hubiera vivido hacia el año 5670 antes de JC, como pensó
Champollion; Mariette y Lenormant lo rebajaron al 5004, Brugsch al 4455, Chabas
al 4000, Lepsius al 3892, Breasted al 3400, Moret y Bosch Gimpera al 3315,
Meyer al 3180, Vercoutter al 3000 y Scharff, Neubert y Albright al 2850.
Posteriormente otros han hecho rebajas mayores, pero son ya desmesuradas.
El cuadro básico de la Historia de Egipto que suele aceptarse es el
siguiente:
Imperio
Antiguo: desde 3000 hasta 2250 antes de JC, gobierno
de las seis primeras dinastías.
I Período
Intermedio: de 2250 a 2100, o según Vercoutter de 2200
a 2040. Abarca dos dinastías de
Menfis y otras dos de Heracleópolis.
Imperio
Medio: de 2100 a 1790, o según Vercoutter de 2040 a 1786
(este autor piensa que la dinastía XI de Tebas empezó realmente en 2060, pero
que tardó veinte años en vencer a los reyes de Heracleópolis). Abarca las dinastías XI y XII.
II Período
Intermedio: de 1790 a 1580, o según Vercoutter de 1786
a 1567, con varias dinastías oscuras y la dominación de los hiksos.
Imperio
Nuevo: de 1580 a 1080, aunque Vercoutter retrasa su
comienzo al 1567 y Jean Yoyotte al 1550.
Comprende las dinastías XVIII, XIX y XX.
III Período
Intermedio: de 1080 a 670, dinastías XXI y siguientes.
Epoca Tardía: de 670 a 332, desde la dinastía XXVI de Sais hasta la llegada de
Alejandro.
Este cuadro implica una cronología corta, adaptada más o menos a la
enseñanza de Meyer. Las hay todavía más cortas, pero no vamos a tomarlas ni
siquiera en consideración.
Haremos nuestras correcciones a partir del Imperio Medio. Del Antiguo no podemos hablar, por
falta de información astronómica.
Hasta ahora, las fechas sotiacas que los egiptólogos han logrado
descifrar son muy pocas. No
obstante, sin necesidad de esperar nuevos hallazgos, contando ya con tres
fechas sotiacas bien determinadas, las de Sesostris III, Amenofis I y Tutmosis
III, podemos desmontar la cronología egipcia hoy dominante.
El año 7º de Sesostris III corresponde al 1945 (y no al 1877 que decía
el profesor Vercoutter). Luego el
comienzo de su reinado fue en 1952.
El comienzo de su dinastía XII puede desplazarse hacia el 2080; y
habiendo empezado el Imperio Medio con la dinastía anterior, la XI, puede
remontarse muy bien al 2200 (recordemos que Breasted lo situaba hacia 2160,
bastante más aceptable que las fechas de los egiptólogos contemporáneos).
El final del Imperio Medio pretenden fecharlo en 1790 ó 1780. Como esto último se acerca demasiado a
la invasión de los hiksos, los partidarios de las cronologías cortas son
incapaces de ubicar los nombres de los numerosos faraones que cita el Papiro de
Turín o que aparecen grabados en diversos monumentos, los cuales apenas tienen
cabida en el tiempo.
Todos ellos cabrían perfectamente si desplazáramos a Sesostris III al ciclo
sotiaco anterior, pero esto ya lo hemos rechazado debido a la datación
radiocarbónica [4]. El comienzo
de este II Período Intermedio puede que sea 1859. La fecha es hipotética. Pero el final, que viene dado por la victoria de Amosis
sobre los hiksos, no nos cabe duda de que ocurrió en 1622.
Las otras dos fechas sotiacas disponibles pertenecen a la dinastía
XVIII fundada por Amosis. Tenemos
que el año 9º de Amenofis I y un año indeterminado de Tutmosis III son respectivamente
1594 y 1524 (no 1536 y 1469 como dice Vercoutter). Luego es imposible que el Imperio Nuevo haya empezado en
1580 (como decía Meyer) y menos aún en 1567 ó 1550 (como dicen Vercoutter,
Yoyotte y otros muchos). Sabiendo
las duraciones de los reinados de esta dinastía, con errores máximos de cinco años,
si retrocedemos en el tiempo llegamos al año 1622.
Aplicando el mismo método de sumas y restas en sentido opuesto,
podemos fechar el comienzo de la dinastía XIX fundada por Ramsés I hacia 1369, y
el de la XX fundada por Setnakte hacia 1234. El reinado de Ramsés III, hijo de Setnakte, que es fundamental
para el sincronismo con el hundimiento del imperio hitita, puede que se
extendiera desde 1231 hasta 1199.
Sin embargo, los partidarios de las cronologías afirman que Ramsés III
empezó a reinar cuarenta o cincuenta años más tarde [5].
Validación por Comparaciones
con otras Cronologías
Empezaremos viendo
posibles paralelismos con la cronología de la Biblia, que es bastante aceptable
si hacemos abstracción de los mitos que recoge y prescindimos de las fechas
arbitrarias dadas para la Creación del Mundo y el Diluvio Universal.
En la Biblia
encontramos una oscura referencia a la era de Tanis, que se compara con Hebrón.
Por era de Tanis quizá no deba entenderse
el nacimiento mismo de Tanis o Avaris, sino la
reconstrucción de un templo de Set en Avaris por un hikso llamado en egipcio
Nubti (Set de Oro), que quizá sea el Salatis de Manetón, fundador de la XV
dinastía. Como Horemheb celebró el
cuarto centenario de Set en la segunda mitad de su reinado, Vercoutter sitúa a
Salatis en el año 1320 + 400 = 1720.
Pero si nos adecuamos a la cronología corregida de acuerdo con las
fechas sotiacas, debe ser 1375 + 400 = 1775, con un error posible de cinco años.
Según la cronología bíblica,
el israelita José fue nombrado primer ministro del Faraón en 1711 y murió en
1631. El libro del Génesis hace a
los patriarcas muy viejos, y es dudoso que José llegara a vivir 110 años, como
se pretende. En cualquier caso,
este supuesto ministerio de 80 años pertenece a la dominación hiksa. Y ciertamente
nos llama la atención una curiosa coincidencia: 80 = 44 + 36, suma de los
reinados de Bnon y Apaknan, hiksos segundo y tercero según lo copiado por
Flavio Josefo de Manetón.
La Biblia
dice que posteriormente otro faraón persiguió a los israelitas, pero que Moisés
pudo sacarlos del país en 1487. Este
suceso debe situarse bajo la XVIII dinastía, después de la expulsión de los
hiksos. Cabe suponer que algunos
invasores o amigos de los invasores, entre ellos los israelitas [6],
permanecieron en el Delta, donde su vida ya no resultaría muy agradable. Sólo tendremos en cuenta dos hipótesis
modernas sobre el faraón del Exodo: la del egiptólogo herético André Pochan y
la del doctor Freud. El primero, siguiendo a su manera los datos de Manetón, dice que el año del Exodo es el último de Tutmosis IV, para él 1462. Según nuestras cuentas, Tutmosis IV
reinó entre 1481 y 1471, lo cual se acerca más a la cronología bíblica. La hipótesis de Freud, que como ya
sabemos no era egiptólogo, sino psiquiatra, relaciona intuitivamente el Exodo
con la revolución religiosa de Akenatón, que pudo reinar entre 1433 y 1413.
Los egiptólogos sitúan a Akenatón más tarde: Drioton de 1372 a 1354,
Yoyotte de 1364 a 1347, etc.
Sabemos que Akenatón mantuvo correspondencia con Burna-Buriasch II de
Babilonia. La profesora Joan Oates,
de Cambridge, coloca a este rey coseo entre 1359 y 1333, sincronizando con los
egiptólogos. ¡No podía faltar más! Todos ellos van haciendo sus arreglos
cronológicos observándose unos a otros, para no perder el compás. Y como la
cronología egipcia está mejor asentada que la babilonia, sus criterios
predominan. Pero qué confianza
ofrece la datación de Joan Oates, basada en sus propias fuentes asiáticas. Ninguna. No sabemos la duración ni la sucesión exacta de los reyes
coseos, y tampoco está bien trabado el enlace con sus predecesores
paleobabilonios, el más importante de los cuales fue Hammurabi, fechado por
Joan Oates entre 1792 y 1750. Ella
misma no se lo cree del todo, pero traslada sus dudas a una nota a final de
libro, de esas que nadie suele leer, diciendo: “Un contrato escrito en Babilonia y fechado en el 10º año del reinado
de Hammurabi asocia los nombres de éste y de Schamschi-Adad en el juramento. Si
la subida al trono de Hammurabi se sitúa en 1792, entonces Schamschi-Adad debía
seguir vivo en 1782, pero según la lista asiria de reyes esto es imposible.
Estas discrepancias no podemos resolverlas basándonos en los datos actuales...”
[7]. Conclusión: ninguno de
los dos está bien fechado. Si
ahora leemos a Fritz Hommel, un asiriólogo de finales del siglo XIX que disponía
de menos documentación cuneiforme que los actuales, pero que era mucho más
agudo, veremos que sincronizó a Puzur-Asur de Asiria con Burna-Buriasch de
Babilonia en torno a 1440, y probablemente se acercó mejor a la fecha real [8].
Volviendo al tema del
Exodo, por mucho que se fuerce la cronología bíblica, es imposible situarlo
bajo Ramsés II o bajo su hijo Meneptah, de la XIX dinastía, como pretenden
algunos. Meneptah, precisamente,
se alaba de haber vencido al pueblo de Israel en Tierra Santa, no en
Egipto. Esto habría ocurrido hacia
1280, en la época de los Jueces, pero el libro de los Jueces no lo
menciona. El egiptólogo Cerny dice
que, no obstante, la Biblia conserva el recuerdo de este faraón mediante un topónimo,
Fuente de las Aguas de Neptua, que puede leerse Fuente de Meneptah.
Ahora debemos dar un
salto hacia Asia Menor y recordar la fabulosa guerra de Troya. La mitología griega cita un rey de Egipto llamado Pólibo, que habría hospedado a Menelao y
Helena, empujados por los vientos hacia la desembocadura del Nilo cuando volvían
a Grecia. De los residuos de Manetón
consta que éste conocía la leyenda, y que la asoció con Seti II, hijo de
Meneptah; pero Julio Africano lo copió mal: “Tuoris,
que Homero llama Pólibo, esposo de Alcandra, y en cuya época fue tomada Troya,
reinó siete años”. Confundió
al rey con la reina. Pólibo y
Alcandra son Seti II y su esposa Tuosra, leída Tuoris. El profesor Cerny afirma que luego ocupó
el trono un niño, hijo de Seti II pero no de Tuosra, el cual murió bastante
joven, y la dinastía concluyó con el reinado de la misma Tuosra. Todo ello pudo suceder, según Cerny,
entre los años 1214 y 1294, o quizá mejor entre 1260 y 1235. ¿Coincide este período con la guerra de
Troya? Suele escribirse que Troya
cayó en 1184, fecha sacada de una fuente clásica; pero Movers, voz discrepante
en la segunda mitad del siglo XIX, corrigió este dato llevándolo hasta 1208. Otros se han inclinado incluso por
fechas todavía más antiguas, acercándose a la nuestra [9].
El incendio de
Hatusas, seguido de la difusión de la siderurgia entre los Pueblos del Mar,
habría ocurrido en 1230 o poco después.
Gurney dice que el último rey hitita, Supiluliuma II, fue entronizado
hacia 1205 y que reinó algunos años, hasta ocurrir el desastre. Repasando la Biblia, vemos que en la
segunda parte de la época de los Jueces, el pueblo de Israel fue dominado por
los filisteos, que llegaron con armas de hierro [10]. Debido precisamente a la dominación
filistea, la tierra de Canaán se llamó Palestina. La Biblia no aclara cuándo irrumpieron los filisteos,
pareciendo inferirse de su lectura que fue hacia 1200. En cualquier caso, fue después de la
victoria de Ramsés III sobre los Pueblos del Mar, que obligó a los filisteos
sobrevivientes a instalarse en la franja de Gaza. Los textos egipcios la colocan en el 8º año de Ramsés III,
hacia 1223 pensamos, aunque los egiptólogos dan fechas comprendidas entre 1190
y 1162.
Finalmente, existe el
dato de que el faraón Sesonk, llamado Sesak en la Biblia, venció al rey Roboam,
hijo de Salomón. La cronología bíblica
fecha a Roboam entre 971 y 954, y la invasión egipcia corresponde al 5º año,
luego sería 966. Los especialistas
en historia bíblica lo han retrasado algo, para acomodarse a los egiptólogos,
que fechan el reinado de Sesonk entre 950 y 929, o un poco más tarde.
[1] La evolución rotatoria lunar dura menos que
la evolución de sus fases, como han calculado los astrónomos modernos, pero no
influye para nada en los calendarios lunares.
[2] En
singular sería sería Misr, como todavía dicen los árabes, o Musur, como se lee
en los textos cuneiformes de Asiria.
Uno de los reyes asirios que invadieron Egipto se tituló en lengua acadia
“Sar Musuri ua Paturuschi ua Kuschi”,
o sea, rey de Egipto, del Alto Egipto y de Etiopía.
[4] No obstante, debemos recordar que el
egiptólogo herético André Pochan situaba la XII dinastía entre los años 3320 y
3160.
[5] La
entronización de Ramsés III se fecha por Drioton en 1190, por Cerny en 1182 y
por Rowton en 1170.
[6] Quizá no las doce tribus de Israel, sino sólo
la tribu de Leví y alguna otra.
Pero esto es imposible saberlo.
[8] No perdemos de vista que hubo dos Burna-Buriasch, y
que el segundo fue contemporáneo de Asur-ubalit, pero también pudo serlo de
Puzur-Asur; porque entre Asur-ubalit y Puzur-Asur sólo hay otro rey asirio.
[9] Por ejemplo, John Deyme de Villedieu dice que fue
hacia 1240, y aunque sólo se trata de un divulgador aficionado, recogemos su
opinión a beneficio de inventario.
[10] Según la Biblia, llegaron
desde la tierra de Kaptor, que algunos leen como Capadocia y otros la
consideran una variante de Keftiú, nombre egipcio de Creta.
jueves, 19 de abril de 2012
Nuevo Rumbo
Breve anuncio para comentar que el blog se amplia para cualquier tema histórico, no sólo español sino de cualquier cultura y civilización. El primer artículo de esas características, escrito por un colaborador, se publicará en breve.
Saludos.
Saludos.
domingo, 15 de abril de 2012
El sable y el granadero
Un buen artículo de Arturo Pérez Reverte, de esos que le hace a uno sentirse orgulloso de ser español.
Hoy toca vieja batallita. Con ésta, además, saldo una deuda. O lo intento. Iba en tren cuando un joven me abordó con mucha educación. Traía en la mano un objeto largo y estrecho en una funda de paño. Soy teniente de Infantería de Marina, dijo, y voy a incorporarme a un destino. También soy lector suyo desde que empecé a leer. Por eso, como éste es mi sable de oficial, quiero que lo tenga usted. Pasado mi estupor, y tras la natural resistencia a permitir que se desprendiera del sable, insistió y no hubo otra. Bajé del tren con su regalo bajo el brazo, que ahora está en mi casa, en compañía de dos docenas de sables y espadas vinculados a la historia de España de los cuatro últimos siglos. Agradecido, envié al joven un libro también un par de veces centenario, y con el acuse de recibo llegó una petición: que dedicase un artículo al granadero Martín Álvarez, infante de Marina español en el combate naval de San Vicente. Y aquí me tienen. Cumpliendo con el sable.
El 14 de febrero de 1797, una escuadra española mandada por un cobarde incompetente, el almirante Córdoba, fue derrotada por otra inglesa cerca del cabo San Vicente. A los ingleses los mandaba el almirante Jervis, que tenía menos barcos pero tripulaciones mejor adiestradas y con más ganas de pelea. Además, la escuadra española estaba mal dispuesta, mientras que los británicos conservaban la línea. De manera que nos dieron las suyas y las del pulpo. Sólo siete navíos españoles entraron en combate, y perdimos cuatro. Dos de ellos, el San José y el San Nicolás, tomados al abordaje por el Captain, con el comodoro Nelson dirigiendo el ataque. El resto de barcos españoles se dio a la fuga sin socorrer a los compañeros apresados; y si no perdimos también al Santísima Trinidad, que con Córdoba a bordo arrió bandera, fue porque el brigadier Cayetano Valdés, un duro e inteligente marino que ocho años más tarde se batiría con mucha decencia en Trafalgar, fue al rescate con su navío Pelayo, y dijo al Trinidad que o izaba la bandera de nuevo y seguía combatiendo, o lo cañoneaba.
Cayetano Valdés no fue el único español decente ese día. Y como no son precisamente los ingleses quienes mejor hablan en sus memorias de los sucios spaniards -que pasan las batallas tocando la guitarra y oliendo a ajo-, tiene aún más valor que los datos que siguen provengan de la relación de un marino llamado sir John Butler. Durante el abordaje británico delSan Nicolás, el comandante don Tomás Geraldino sitúa en la toldilla, donde ondea la bandera, a un infante de marina con orden de que nadie la arríe y rinda el navío. La misión ha recaído sobre un granadero extremeño de 31 años que se llama Martín Álvarez Galán. Y a esas alturas del combate, con el navío inundado de ingleses, el comandante muerto y los oficiales rindiéndose, el granadero sigue en su puesto, sable en mano, defendiendo las drizas de la enseña porque nadie le ha dicho que se quite de ahí. Así que cuando el trozo de abordaje inglés llega a la toldilla, y el sargento mayor de marines William Morris pretende arriar la bandera, Martín Álvarez, que anda flojo de idiomas para explicarse hablando -ni siquiera sabe leer ni escribir-, le pega un sablazo al tal Morris que lo clava en un mamparo, con tal fuerza que no logra liberar el sable; así que agarra un fusil como maza, mata a golpes a un segundo oficial inglés y deja heridos a otros dos rubios antes de que lo frían a tiros. Y es ahí donde el comodoro Nelson, que ha presenciado la escena -siempre odió a los franceses, pero respetó a los españoles cuando eran caballerosos o valientes-, se porta como un hidalgo: cuando están recogiendo a los muertos para arrojarlos al mar con una bala de cañón como lastre, ordena que a Martín Álvarez lo envuelvan en la bandera que con tanto valor defendió. Y surge la sorpresa: el granadero no está muerto, sino malherido. Y lo evacuan a un hospital portugués, donde salva la vida.
Martín Álvarez volvió al mar y murió cuatro años después, tras un accidente que degeneró en tuberculosis. Se ahorró, quizás, repetir su hazaña en Trafalgar. Pero tuvo la satisfacción de ser ascendido a cabo y premiado con una pensión vitalicia de cuatro escudos mensuales. Lo que nunca supo es que, por decreto real, siempre habría un buque en la Armada española que llevaría su nombre, ni que en Gibraltar quedaría un cañón con la placa: «Hurra por el Captain, hurra por el San Nicolás, hurra por Martín Álvarez». Tampoco supo que en el Museo Naval de Londres se conservaría hasta hoy, con veneración y respeto, el sable con el que, bajo la bandera del navío vencido pero no rendido, un humilde infante de marina español clavó en un mamparo al sargento mayor William Morris.
Hoy toca vieja batallita. Con ésta, además, saldo una deuda. O lo intento. Iba en tren cuando un joven me abordó con mucha educación. Traía en la mano un objeto largo y estrecho en una funda de paño. Soy teniente de Infantería de Marina, dijo, y voy a incorporarme a un destino. También soy lector suyo desde que empecé a leer. Por eso, como éste es mi sable de oficial, quiero que lo tenga usted. Pasado mi estupor, y tras la natural resistencia a permitir que se desprendiera del sable, insistió y no hubo otra. Bajé del tren con su regalo bajo el brazo, que ahora está en mi casa, en compañía de dos docenas de sables y espadas vinculados a la historia de España de los cuatro últimos siglos. Agradecido, envié al joven un libro también un par de veces centenario, y con el acuse de recibo llegó una petición: que dedicase un artículo al granadero Martín Álvarez, infante de Marina español en el combate naval de San Vicente. Y aquí me tienen. Cumpliendo con el sable.
El 14 de febrero de 1797, una escuadra española mandada por un cobarde incompetente, el almirante Córdoba, fue derrotada por otra inglesa cerca del cabo San Vicente. A los ingleses los mandaba el almirante Jervis, que tenía menos barcos pero tripulaciones mejor adiestradas y con más ganas de pelea. Además, la escuadra española estaba mal dispuesta, mientras que los británicos conservaban la línea. De manera que nos dieron las suyas y las del pulpo. Sólo siete navíos españoles entraron en combate, y perdimos cuatro. Dos de ellos, el San José y el San Nicolás, tomados al abordaje por el Captain, con el comodoro Nelson dirigiendo el ataque. El resto de barcos españoles se dio a la fuga sin socorrer a los compañeros apresados; y si no perdimos también al Santísima Trinidad, que con Córdoba a bordo arrió bandera, fue porque el brigadier Cayetano Valdés, un duro e inteligente marino que ocho años más tarde se batiría con mucha decencia en Trafalgar, fue al rescate con su navío Pelayo, y dijo al Trinidad que o izaba la bandera de nuevo y seguía combatiendo, o lo cañoneaba.
Cayetano Valdés no fue el único español decente ese día. Y como no son precisamente los ingleses quienes mejor hablan en sus memorias de los sucios spaniards -que pasan las batallas tocando la guitarra y oliendo a ajo-, tiene aún más valor que los datos que siguen provengan de la relación de un marino llamado sir John Butler. Durante el abordaje británico delSan Nicolás, el comandante don Tomás Geraldino sitúa en la toldilla, donde ondea la bandera, a un infante de marina con orden de que nadie la arríe y rinda el navío. La misión ha recaído sobre un granadero extremeño de 31 años que se llama Martín Álvarez Galán. Y a esas alturas del combate, con el navío inundado de ingleses, el comandante muerto y los oficiales rindiéndose, el granadero sigue en su puesto, sable en mano, defendiendo las drizas de la enseña porque nadie le ha dicho que se quite de ahí. Así que cuando el trozo de abordaje inglés llega a la toldilla, y el sargento mayor de marines William Morris pretende arriar la bandera, Martín Álvarez, que anda flojo de idiomas para explicarse hablando -ni siquiera sabe leer ni escribir-, le pega un sablazo al tal Morris que lo clava en un mamparo, con tal fuerza que no logra liberar el sable; así que agarra un fusil como maza, mata a golpes a un segundo oficial inglés y deja heridos a otros dos rubios antes de que lo frían a tiros. Y es ahí donde el comodoro Nelson, que ha presenciado la escena -siempre odió a los franceses, pero respetó a los españoles cuando eran caballerosos o valientes-, se porta como un hidalgo: cuando están recogiendo a los muertos para arrojarlos al mar con una bala de cañón como lastre, ordena que a Martín Álvarez lo envuelvan en la bandera que con tanto valor defendió. Y surge la sorpresa: el granadero no está muerto, sino malherido. Y lo evacuan a un hospital portugués, donde salva la vida.
Martín Álvarez volvió al mar y murió cuatro años después, tras un accidente que degeneró en tuberculosis. Se ahorró, quizás, repetir su hazaña en Trafalgar. Pero tuvo la satisfacción de ser ascendido a cabo y premiado con una pensión vitalicia de cuatro escudos mensuales. Lo que nunca supo es que, por decreto real, siempre habría un buque en la Armada española que llevaría su nombre, ni que en Gibraltar quedaría un cañón con la placa: «Hurra por el Captain, hurra por el San Nicolás, hurra por Martín Álvarez». Tampoco supo que en el Museo Naval de Londres se conservaría hasta hoy, con veneración y respeto, el sable con el que, bajo la bandera del navío vencido pero no rendido, un humilde infante de marina español clavó en un mamparo al sargento mayor William Morris.
sábado, 7 de abril de 2012
viernes, 6 de abril de 2012
Semana Santa, o lamentaciones de Don Francisco de Quevedo
Si te alegra, Señor, el ruido ronco
de este recibimiento que miramos,
advierte que te dan todos los ramos,
por darte el viernes más desnudo el tronco.
de este recibimiento que miramos,
advierte que te dan todos los ramos,
por darte el viernes más desnudo el tronco.
¿A dónde vas, Cordero, entre las fieras,
pues ya conoces su intención villana?
Todos, enfermos, te dirán "¡Hosanna!"
Y no quieren sanar, sino que mueras.
pues ya conoces su intención villana?
Todos, enfermos, te dirán "¡Hosanna!"
Y no quieren sanar, sino que mueras.
Hoy te reciben con los ramos bellos
(aplauso sospechoso, si se advierte),
pero otra noche, para darte muerte,
te irán con armas a buscar en ellos.
(aplauso sospechoso, si se advierte),
pero otra noche, para darte muerte,
te irán con armas a buscar en ellos.
Y porque la malicia más se arguya
de nación a su propio rey tirana,
hoy te ofrecen sus capas, y mañana
suertes verás echar sobre la tuya.
de nación a su propio rey tirana,
hoy te ofrecen sus capas, y mañana
suertes verás echar sobre la tuya.
Si vas en tus discípulos fiado,
como de tu inocencia defendido,
del postrero de todos vas vendido,
y del primero, cerca de negado.
como de tu inocencia defendido,
del postrero de todos vas vendido,
y del primero, cerca de negado.
Mal en los huertos tu piedad pagamos:
tu paz con las olivas se atropella,
pues son tu muerte, y fue la causa de ella
la primer fruta y los primeros ramos.
tu paz con las olivas se atropella,
pues son tu muerte, y fue la causa de ella
la primer fruta y los primeros ramos.
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