sábado, 28 de julio de 2012

Anécdota histórica de los Juegos Olímpicos

Al frente de la expedición hacia Londres se colocó José Moscardó, presidente del Comité Olímpico y célebre en la España franquista por su defensa del Alcázar de Toledo durante la Guerra Civil. Antes de aterrizar en suelo británico, el militar tomó la palabra y animó a los 64 enviados, todos hombres: "Muchachos, ahora que vamos a poner pie en esta tierra de cabrones, gritemos todos bien alto: ¡Arriba España!". 

miércoles, 25 de julio de 2012

Santiago Matamagrebíes. Arturo Pérez Reverte.

Nada mejor que este día para leer este artículo de Arturo Pérez Reverte.



Que sí, hombre. Que sí. Me parece de perlas. A ver por qué diablos se han mosqueado algunos carcamales por el hecho de que el cabildo de la catedral de Santiago de Compostela, con buen criterio y admirable visión de la coyuntura, anuncie la retirada de la belicosa imagen del apóstol Santiago escabechando morisma: una talla de madera policromada del siglo XVIII en la que, con absoluto desprecio hacia la realidad multicultural, el respeto a la totalidad de etnias y la verdadera misión de los ejércitos españoles, que es hacer de oenegés y de Beba la Enfermera poniéndole tiritas a la gente cuando se hace pupa, representa al Hijo del Trueno en actitud neonazi, espada en mano, ejerciendo intolerable violencia racial contra el colectivo magrebí que en el siglo IX se buscaba la vida en Clavijo. Ya era hora, aplaudo, de que alguien pusiera coto a esa provocación. Gesto que estoy seguro responde a causas éticas -al fin la Iglesia Católica ha visto la luz, después de tantos siglos pidiendo leña y cajitas de fósforos- y no a la egoísta preocupación ante la posibilidad de que un peregrino chungo llamado Omar o Ali, por ejemplo, al grito de Alá Ajbar, meta una mochila bomba debajo del botafumeiro y nos fastidie el Jacobeo. Es más. Creo que, al hilo de esa admirable iniciativa, el nombre de Santiago Matamoros que figura en tantos textos seculares y en tanto monumento, debe ser reescrito de forma conveniente. Santiago Matamagrebíes suena menos ofensivo y más socialmente correcto. Porque una cosa es explotar a mis primos por cuatro duros y llamarlos moromierdas por la calle, y otra herir su sensibilidad sensible con iconografía fascista. Ojo.

Por eso, puestos a mejorar el ambiente, estoy dispuesto a ir más lejos. Para radical, yo. Así evitaré cartas como la última, en la que un lector imbécil me llama de derechas porque hace semanas critiqué la eliminación del yugo y las flechas, sin caer en la cuenta, el analfabeto, de que yo no me refería al emblema falangista, sino al Tanto monta, monta tanto de Isabel, reina de Castilla, y Fernando, rey de Catalunya, antes absurdamente llamado rey de Aragón. Pero a lo que iba. Decía que lo de quitar a esa mala bestia asesina del apóstol Santiago dando mandobles debe hacerse no sólo en Compostela, sino en todas partes: el palacio Rajoy, la ciudad, el Camino, etcétera. Y puestos a ello, a fin de mantener las sensibilidades musulmanas en estado razonable, sugiero eliminar también las cadenas que figuran en el escudo de España y en el de Navarra, pues conmemoran otras cadenas aciagas: las que rodeaban la tienda del Miramamolín -Al Nasir para los amigos- aquel año 1212 en que los almohades se llevaron las suyas y las de un bombero en las Navas de Tolosa. En la misma línea sería aconsejable, asimismo, eliminar la granada del escudo español, por razones obvias: ese Boabdil llevado llorando a la frontera entre tricornios de guardias civiles, como el Lute. Y ya puestos a meter mano al escudo, sería bueno revisar las dos siniestras columnas del Plus Ultra, con sus connotaciones de genocidio y limpieza étnica, que a cualquier mejicano o peruano deben de ofenderle un huevo y parte del otro. Sin olvidar un buen trabajo de piqueta en los escudos imperiales del siglo XVI donde campea el águila bicéfala franquista. 

La tarea es vasta, pero necesaria. Esa Rendición de Breda, por ejemplo, donde Velázquez humilló a los holandeses. Ese belicista Miguel de Cervantes, orgulloso de haberse quedado manco matando musulmanes en Lepanto. Esa provocación antisemita de la Semana Santa, donde San Pedro le trincha una oreja al judío Malco en claro antecedente del Holocausto. Y ahora que Chirac nos quiere tanto, también convendría retirar del Prado esos Goya donde salen españoles matando franceses, o los insultan mientras son fusilados. Lo chachi sería crear una comisión de parlamentarios cultos -que nos sobran-, a fin de borrar cualquier detalle de nuestra arquitectura, iconografía, literatura o memoria que pueda herir alguna sensibilidad norteafricana, francesa, británica, italiana, turca, filipina, azteca, inca, flamenca, bizantina, sueva, vándala, alana, goda, romana, cartaginesa, griega o fenicia. A fin de cuentas sólo se trata de revisar treinta siglos de historia. Todo sea por no crispar y no herir. Por Dios. Después podemos besarnos todos en la boca, encender los mecheritos e irnos, juntos y solidarios, a tomar por saco. 

El día que Santiago apareció en un caballo blanco


En la Historia de la Reconquista hay un acontecimiento capital: la batalla de Clavijo, en 844. Fue allí donde el apóstol Santiago se apareció, armado, para ayudar a los cristianos en su lucha contra el islam. Aquella batalla actuó sobre las huestes hispanas como un revulsivo. Entre otras cosas, permitió poner fin al oprobioso tributo de las cien doncellas cristianas que los musulmanes exigían como prenda de paz. Hoy casi todo el mundo está de acuerdo en que la batalla de Clavijo, propiamente dicha, no existió. Pero sabemos que en torno al 850 hubo intensos combates en esa misma zona, y el hecho es que la memoria de Clavijo acompañó a los españoles durante siglos. ¿Qué pasó? ¿Fue todo una invención? No. Vamos a contarlo.
 
Lo que sabemos de Clavijo se lo debemos a un documento del siglo XII, es decir, muy posterior a los hechos. En él, un canónigo de la catedral de Santiago, de nombre Pedro Marcio, dice copiar otro documento del siglo IX donde el rey Ramiro I establece el voto de Santiago, es decir, una serie de donaciones a la sede de Compostela en acción de gracias por aquella batalla. Ese documento de Pedro Marcio ha sido muy discutido por sus errores históricos y cronológicos. En todo caso, en su momento fue tomado por testimonio veraz. Y en las primeras historias de la Reconquista –las de los obispos Lucas de Tuy, el Tudense, y Jiménez de Rada, ambas del siglo XIII-, se otorga a la batalla de Clavijo un valor esencial. ¿Qué pasó allí?
 
Tiempos duros para la cristiandad
 
Coloquémonos en el momento preciso. Estamos a mediados del siglo IX. Los musulmanes han consolidado sobradamente su dominio en España; entre otras razones, por la conversión al islam de buena parte de la vieja elite visigoda. Han quedado fuera de su alcance Galicia, León Asturias, Cantabria y las vascongadas; es aquí, en la cornisa cantábrica, donde los cristianos se organizan. Son territorios pobres; cuando la población crezca, el paso al sur, hacia el valle del Duero, se convertirá en un imperativo general. El interés de los musulmanes por esos territorios norteños es limitado: con el valle del Duero convertido en un desierto, sin nada que sacar de allí, los moros se contentarán con controlar la frontera castigando, eso sí, a las tierras cristianas con ocasionales campañas de saqueo. Las cosas son distintas en el este de la zona cristiana, en la confluencia de La Rioja, Navarra, Castilla y Aragón. En esta área, riquísima, se cruzan rutas comerciales que datan de tiempos de los romanos. Navarra y Aragón están bajo control musulmán; lo que empieza a ser Castilla, ya no.
 
Fijémonos en la España musulmana. Desde hace unos años -desde 822, exactamente- reina allí Abderramán II, un monarca nacido ya en España, en Toledo. La España musulmana se ha visto sometida a fuertes tensiones tribales, entre clanes hostiles, y también a severas convulsiones sociales por la recaudación de impuestos. Pero Abderramán II, un político de gran estilo, ha resuelto esos problemas con una singular mezcla de tacto y violencia. El cuarto emir omeya de Córdoba ha sabido poner en orden las grandes posibilidades del país: Al-Andalus es fuerte y próspera. Incluso en el plano religioso, ha logrado sojuzgar los levantamientos mozárabes. Abderramán II se siente dueño de la península, y con razón.
 
Fijémonos ahora en la España cristiana: hambre y guerra. En Asturias reina Ramiro I, un hombre con temperamento de cruzado. El reinado de Ramiro I, muy breve (842-850), transcurre entre guerras ora contra los árabes, ora contra los normandos. Este Ramiro I, cuyo estandarte es una cruz roja en fondo blanco, es el que crea la primera orden de Caballeros de Santiago, y también el que levanta las iglesias de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo. A partir de él, la corona será hereditaria, ya no electiva. La España cristiana vive bajo la amenaza permanente del poder musulmán. Esa amenaza se hace particularmente viva en una zona concreta: entre Álava, La Rioja y La Bureba de Burgos, en el este del reino, donde la presión musulmana es más fuerte. Esa será el escenario de nuestra historia.
 
De las cien doncellas a Santiago
 
Dejemos que ahora hable la leyenda. En aquel tiempo, los poderosos moros habían impuesto a los cristianos un tributo vergonzoso: la entrega anual de cien doncellas. A cambio, los musulmanes no atacarían a los reyes que accedieran al pacto. Este tributo se remontaría al año 738, cuando Mauregato lo aceptó. Desde entonces, sucesivos reyes cristianos habían peleado para abolirlo. Así lo contó, mucho después, Alfonso X el Sabio:
 
“Así como cuenta la Historia, fue que los moros supieron que había muerto el rey don Alfonso el Casto, que era rey muy esforzado y fuerte y aventurado en batallas, y mucho los había quebrantado con lides y correrías. Y supieron los moros que en su lugar reinaba el rey don Ramiro, y pensaron que éste les tendría miedo, porque era el poder de los moros muy grande en España, y que, teniéndoles miedo, les daría lo que los moros pidiesen para que no hubiera guerra y le dejasen en paz. Y así los moros pidieron a Ramiro que cada año les diese cincuenta doncellas de las más hidalgas para casarlas, y otras cincuenta del pueblo para solaz y deleite de los moros. Y que estas cien doncellas fueran todas vírgenes.”
 
Pero Ramiro I, contra lo que los moros pensaban, no estaba dispuesto a aceptar semejante oprobio. De manera que el rey asturiano, con su estandarte de la cruz, convocó a los caballeros cristianos, se puso él mismo al frente y marchó en busca de los musulmanes allá donde más crítica era la amenaza: en la Rioja. Los moros, que andaban entonces enredados en las frecuentes querellas de la Navarra musulmana, disponían de un gran ejército. Y dicen las crónicas que a la cabeza del ejército moro se hallaba nada menos que el propio emir, Abderramán II.
 
Cuando los cristianos llegaron a la altura de Nájera y Albelda, se toparon con una sorpresa atroz: un innumerable ejército moro, compuesto tanto por tropas peninsulares como por levas de Marruecos. Los cristianos se batieron con bravura, pero la superioridad mora era manifiesta. Acosados por todas partes, los caballeros se vieron forzados a refugiarse en el castillo de Clavijo, en Monte Laturce. Era el 23 de mayo de 844. Hay que imaginarse a las huestes cristianas, ya muy mermadas, recluidas al caer la noche, al borde de la desesperanza. Pero fue entones cuando, en el duermevela de la derrota, el rey Ramiro tuvo una visión. Dejemos que él mismo nos lo cuente, según el citado documento de Pedro Marcio:
 
Y estando yo durmiendo, se dignó aparecérseme, en figura corporal, el bienaventurado Santiago, protector de los españoles; y como yo, admirado de lo que veía, le preguntase ¿quién era?, me aseguró ser el bienaventurado apóstol de Dios, Santiago. Poseído yo entonces de mayor asombro, que en modo extraordinario me produjeron tales palabras, el bienaventurado apóstol me dijo:
 
“¿Acaso no sabías que mi Señor Jesucristo, distribuyendo las otras provincias del mundo a mis hermanos, los otros apóstoles, confió por suerte a mi tutela toda España y la puso bajo mi protección? (...) Buen ánimo y ten valor, pues yo he de venir en tu ayuda y mañana, con el poder de Dios, vencerás a toda esa gran muchedumbre de enemigos por quienes te ves cercado. Sin embargo, muchos de los tuyos destinados al descanso eterno recibirán la corona del martirio en el momento de vuestra lucha por el nombre de Cristo. Y para que no haya lugar a duda, tanto vosotros como los sarracenos, me veréis sin cesar vestido de blanco, sobre un caballo blanco, llevando en la mano un estandarte blanco. Por tanto, al punto de rayar el alba, recibido el sacramento de la penitencia con la confesión de los pecados, celebradas las Misas y recibida la Comunión del Cuerpo y la Sangre del Señor, no temáis acometer a los escuadrones de los sarracenos, invocando el nombre de Dios y el mío, teniendo por cierto que ellos caerán al filo de la espada”.
 
Dicho todo esto, desapareció de mi presencia la agradable visión del apóstol de Dios."
 
Ramiro –sigue diciendo la leyenda- se apresuró a contar su visión a todos: caballeros, obispos, menestrales. Al alba, las tropas cristianas, seguras de su victoria, acometieron a los sarracenos. Allí gritaron por primera vez unos españoles aquello de “¡Santiago!”. Y en el fragor del combate, en efecto, apareció el gran jinete blanco, estandarte blanco en caballo blanco, como un rayo de luz, para inclinar la victoria del lado de los cruzados. El día 25 de mayo, en la ciudad de Calahorra, el rey dicta en acción de gracias el voto de Santiago, que comprometía a todos los cristianos de la península a peregrinar a Santiago de Compostela portando ofrendas al apóstol.
 
¿Ocurrió esto así? Hace siglos que se cree que no. Las fuentes cronísticas oficiales de la época, tanto asturleonesas como musulmanas, no hacen referencia alguna a Clavijo; es como si esa batalla no hubiera existido jamás. Todas las menciones son muy posteriores. Ahora bien, la crónica Najerense habla de las campañas de Ramiro contra los árabes. Por su parte, las crónicas musulmanas de la época de Abderramán II hablan de campañas moras contra Álava. Y quizá lo más importante: unas y otras coinciden en señalar fuertes combates en el área riojana que nos interesa. Más concretamente, las fuentes asturleonesas cuentan que Ordoño I, el hijo de Ramiro I, cercó la ciudad de Albelda y estableció su base en el Monte Laturce, es decir, el mismo lugar donde la leyenda sitúa la batalla de Clavijo. Y los hallazgos arqueológicos no dejan lugar a dudas: en Albelda se combatió, y mucho.
 
En Albelda hubo, en efecto, una batalla o, más precisamente, dos: una en 852 y otra en 859. El contexto de ambas fue aquella lucha, a la que ya nos hemos referido, por el control de las vías de comunicación en el este de la España cristiana. Pero el rey cristiano de aquellas batallas no era Ramiro, sino su hijo Ordoño, y el jefe moro no era Abderramán II, sino Musa II, de los Banu Qasi, la poderosa familia hispanogoda conversa al islam. La primera batalla la ganaron los musulmanes, exactamente como, según la leyenda de Clavijo, le ocurrió a Ramiro I cuando apareció por la Rioja. Pero la segunda la ganaron los cristianos, también como le ocurrió a Ramiro. Lo que la leyenda condensa en veinticuatro horas de Ramiro I, pudo ser en realidad un lapso de siete años en la ofensiva reconquistadora de su hijo Ordoño.
 
La polémica entre los historiadores prosigue. Pero lo cierto es que, tras aquella segunda batalla de Albelda, el poder cristiano en el área se reforzó, y los musulmanes vieron frustrado su intento de consolidar una plaza fuerte en La Rioja. Ordoño, inmediatamente, procedió a amparar la repoblación masiva del área, designio que permaneció vivo en los años posteriores, y que terminaría asentando de manera definitiva la cruz en aquellas tierras. E igualmente cierto es que Santiago, a partir de entonces, siempre fue invocado por los españoles en apuros. Federico García Lorca lo escribió en unos versos muy hermosos. Dicen así:
 
"Dice un hombre que ha visto a Santiago
en tropel con doscientos guerreros;
iban todos cubiertos de luces,
con guirnaldas de verdes luceros,
y el caballo que monta Santiago
era un astro de brillos intensos.
Dice el hombre que cuenta la historia
que en la noche dormida se oyeron
tremolar plateado de alas
que en sus ondas llevóse el silencio.
¿Qué sería que el río paróse?
Eran ángeles los caballeros.
¡Niños chicos, cantad en el prado.
horadando con risas al viento!"
 
¿Historia o leyenda? Leyenda, sin duda, pero leyenda que muy pronto se hizo historia. Y que desde entonces forma parte entrañable de la conciencia histórica española.

lunes, 16 de julio de 2012

La batalla de las Navas de Tolosa: España junta, sola y vencedora

Julio de 1212. Un grueso ejército cristiano desciende desde la Mancha hacia los pasos de Despeñaperros. Una cruzada está en marcha en España.


Pero al otro lado, al sur de la sierra, se acumula un ejército musulmán todavía mayor. El caudillo almohade, el comendador de los creyentes, el Miramamolín, quiere librar una batalla decisiva.

El jefe musulmán ha llegado antes que los cristianos. Puede cruzar la sierra y dar la batalla en los llanos manchegos. Sin embargo, el califa Al Nasir -el Miramamolín- recuerda los problemas de abastecimiento que sufrieron los ejércitos de su padre en los días de Alarcos: no es fácil dar de comer y beber a más de cien mil hombres muy lejos de las propias bases logísticas. Así que el Miramamolín no cruza las montañas, sino que dispone a sus tropas en torno a Despeñaperros: ahí, desde lo alto, aguardará a unas tropas cristianas que previsiblemente llegarán exhaustas.

Cuando los cristianos llegaron a las montañas, descubrieron que los pasos de Despeñaperros -que entonces se llamaba el Muradal- estabantomados por los moros. La situación era endiablada: para dar batalla al ejército moro había que atravesar un desfiladero -el de la Losa- atiborrado de enemigos. Alfonso VIII teme un nuevo Alarcos. Pero entonces ocurre algo providencial: un pastor aparece en el campamento de las avanzadillas cristianas, bajo el mando de Lope de Haro, hijo del señor de Vizcaya, y les revela que existe un paso desguarnecido. Es el desfiladero que hoy se conoce como Puerto del Rey y Salto del Fraile. A través de él, los cristianos franquean Despeñaperros y llegan al otro lado, frente al ejército del Miramamolín.
Todo está ya dispuesto para la batalla; probablemente, la más numerosa librada hasta entonces en tierras españolas. Hoy se calcula que por parte almohade combatieron más de 100.000 hombres, y del lado cristiano unos 70.000. Podemos quedarnos con una estampa: la de casi todos los reyes de España (el de Castilla, el de Aragón y el de Navarra), con sus ejércitos y, además, con caballeros de León y de Portugal, y con las milicias de las ciudades.
Es ya toda España la que está ahí, junta, por encima de las querellas entre reyes y patricios. España no solo está junta, sino que además está sola: casi todos los cruzados europeos que habían venido a echar una mano han abandonado el campo, porque no soportaban ni el despiadado calor del verano manchego ni las severas reglas impuestas por el rey de Castilla contra el saqueo. Y es esa España junta y sola la que derrota al mayor ejército musulmán que había aparecido hasta entonces en Europa. Eso fue la batalla de las Navas de Tolosa. Era el 16 de julio de 1212. Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, contó sus primeros compases:
“Alrededor de la medianoche del día siguiente estalló el grito de júbilo y de la confesión en las tiendas cristianas, y la voz del pregonero ordenó que todos se aprestaran para el combate del Señor. Y así, celebrados los misterios de la Pasión del Señor, hecha confesión, recibidos los sacramentos y tomadas las armas, salieron a la batalla campal. Y desplegadas las líneas tal como se había convenido con antelación, entre los príncipes castellanos Diego López con los suyos mandó la vanguardia; el conde Gonzalo Núñez de Lara con los freires del Temple, del Hospital, de Uclés y de Calatrava, el núcleo central; su flanco lo mandaron Rodrigo Díaz de los Cameros y su hermanoÁlvaro Díaz, y Juan González y otros nobles con ellos; en la retaguardia, el noble rey Alfonso y junto a él, el arzobispo Rodrigo de Toledo. (…) En cada una de estas columnas se hallaban las milicias de las ciudades, tal y como se había dispuesto. El valeroso rey Pedro de Aragón desplegó su ejército en otras tantas líneas; García Romero mandó la vanguardia; la segunda línea, Jimeno Cornel y Aznar Pardo; en la última, él mismo, con otros nobles de su reino. El rey Sancho de Navarra, notable por la gran fama de su valentía, marchaba con los suyos a la derecha del noble rey, y en su columna se encontraban las milicias de las ciudades de Segovia, Ávila y Medina. Desplegadas así las líneas, alzadas las manos al cielo, puesta la mirada en Dios, dispuestos los corazones al martirio, desplegados los estandartes de la fe e invocando el nombre del Señor, llegaron todos como un solo hombre al punto decisivo del combate”.



Cuando uno repasa hoy los movimientos de la batalla, tiene la impresión de estar ante una partida de ajedrez. El Miramamolín juega sus piezas: una tropa más numerosa, sin caballería pesada, pero con formaciones muy ágiles que atacan a la caballería cristiana por los flancos y, sobre todo, conarqueros letales que desorganizan a la vanguardia enemiga. Alfonso VIII tampoco es manco: la caballería cristiana despliega refuerzos en los flancos para protegerla de ataques, los infantes combaten mezclados con los caballeros para que el ataque enemigo no desorganice a las gentes de a pie.
Son las tácticas que tanto los musulmanes como los cristianos han ido perfeccionando en Tierra Santa, en las batallas de las cruzadas, y que unos y otros conocen ya a la perfección. Para la historia militar, la batalla de las Navas de Tolosa es un ejemplo de libro. Para nosotros, y por decirlo en dos palabras, la cosa consistía en lo siguiente: los españoles tenían que procurar alcanzar en masa compacta de caballería las líneas centrales enemigas, para aplastar al moro; los moros, por su parte, iban a intentar por todos los medios destrozar el ataque cristiano, dividiendo su fuerza, desorganizándola y, acto seguido, aniquilándola. Como en Alarcos.
Enterrados hasta las rodillas


Las tres alas del ejército cristiano cabalgaron contra el enemigo. La caballería española arrasó sin contemplaciones las primeras líneas de la fuerza mora, compuestas sobre todo por voluntarios que habían acudido a morir en la yihad, en la guerra santa. Pronto llegaron al pie de las lomas donde se hallaba la fuerza central del Miramamolín. Pero ese era el momento que el hábil moro esperaba: con la caballería cristiana cansada por la cabalgata y, ahora, combatiendo cuesta arriba, Al Nasir ordena la carga de su mejor fuerza, los veteranos almohades, que se lanzan pendiente abajo, chocan con los cristianos, los clavan en el terreno y empiezan a desorganizar sus líneas. Era el movimiento previsto por el Miramamolín: con los cristianos inmovilizados, ahora todo sería tan sencillo como aniquilarlos a fuerza de flechas y piedras.

El primer movimiento cristiano parece haber fracasado. Alfonso VIII, el rey de Castilla, ve banderas en retirada. Le vuelve el recuerdo de Alarcos y cree que esa enseña que se retira es la de Diego López de Haro y sus vizcaínos. Pero no. Con el rey, en el puesto de mando, están el arzobispo de Toledo y un concejal de Medina del Campo que le sacan del error: esa enseña que huye no es la de López de Haro, sino la de las milicias de Madrid. El centro del ataque castellano se mantiene a pie firme. Eso sí, los de López de Haro atraviesan una difícil situación: rodeados de enemigos, pueden convertirse en blanco de los arqueros moros. Entonces Alfonso VIII decide intervenir personalmente para dirigir la última carga. Son célebres sus palabras al arzobispo de Toledo, Jiménez de Rada: “Arzobispo, vos y yo aquí muramos”.
Ese era el movimiento que Alfonso VIII se tenía guardado: una nueva masa compacta de caballería, salpicada de infantes y con el propio rey al frente, arrolla la línea de combate, disgrega la resistencia mora y se planta ante la última línea de defensa del Miramamolín, el palenque. Aquí se encuentran con algo que hoy nos sorprenderá, pero que ellos ya conocían: una gruesa empalizada fuertemente amarrada con cadenas y protegida por una línea de guerreros enterrados hasta las rodillas. Eran los imesebelen o ‘desposados’. No se trataba de esclavos, como dicen muchas fuentes, sino de voluntarios fanáticos que habían jurado dar su vida en defensa del islam y que se hacían enterrar así, para evitar la tentación de huir y asegurarse el sacrificio luchando hasta la muerte. Murieron, claro.


‘Te Deum laudamus’



Todo el éxito de la táctica mora dependía de que la fuerza cristiana que llegara al palenque no fuera muy numerosa y, por tanto, no pudiera perforar la defensa. Para eso deberían haber bastado las reservas de veteranos almohades movilizadas por el Miramamolín. Pero Alfonso VIII había calculado muy bien los tiempos: ordenó su última carga cuando a los moros les quedaba ya muy poca fuerza por movilizar, de manera que las tropas cristianas que llegaron hasta el palenque, protegido por la empalizada y aquellos imesebelen, fueron muy numerosas. Los cristianos perforaron las defensas. La tradición dice que fue Sancho VII de Navarra el primero en romper aquellas cadenas, y aquí respetaremos la tradición. Una vez dentro, los moros ya no tenían nada que hacer: los arqueros y los honderos no tenían espacio físico para usar sus armas, y nada podía oponerse entonces a una carga de caballería pesada. La escabechina debió de ser terrible. El Miramamolín, derrotado, huyó a toda prisa a lomos de lo primero que encontró: un burro. El arzobispo de Toledo y los demás clérigos presentes en el campo de batalla entonaron el Te Deum laudamus.
La batalla de las Navas de Tolosa fue fundamental en la historia de España y de Europa. Cualquier intento musulmán por recuperar el terreno perdido quedaba definitivamente desarbolado. Los pasos de Castilla hacia Andalucía quedaban en manos cristianas. Las querellas entre los reyes cristianos se resolvieron en la euforia del triunfo. Vencidos los almohades, Europa neutralizaba el peligro musulmán en Occidente. Por eso 1212 es una fecha decisiva en la historia de Europa y de España, un hito clave en la gesta nacional española.
Por cierto que no lejos de aquellos campos de Jaén, seiscientos años después, brotará otro de esos hitos: la batalla de Bailén. Pero esa es otra historia.

José Javier Esparza.

domingo, 15 de julio de 2012

Arturo Pérez Reverte comentando la actualidad.


"La Cultura, la Educación, la Sanidad, las clases altas, medias y bajas, expoliadas. Y el disparate administrativo-político-autonómico, ni tocarlo.
A ver si lo he entendido, señor presidente... Hasta por morirme debo pagar un 21 %... A ver si lo entiendo. Insisto.
Alemania tiene 80 millones de fulanos y 150.000 políticos. España, 47 millones y 445.000 políticos. Sin contar asesores, cómplices y colegas. O en Alemania faltan políticos, o aquí sobran. Si en Alemania faltan, apenas tengo nada que decir. Si en España sobran, tengo algunas preguntas. Señor presidente.
¿Para qué sirven 390 senadores (con la brillantez media y la eficacia política media de un Iñaki Anasagasti, por ejemplo)? Subpregunta: si un concejal de Villacantos del Botijo, por ejemplo, necesita contratar a 15 asesores... ¿Para qué puñetas sirve ese concejal, aparte de para dar de comer a numerosos compadres y parientes?
¿Para qué sirven 1.206 parlamentarios autonómicos y 1.031 diputados provinciales? ¿Sabe usted lo que cobra toda esa gente? ¿Y lo que come? Ese tinglado regional, repartido en diecisiete chiringuitos distintos, duplicados, nos cuesta al año 90.000 millones de euros. Con ahorrar sólo la mitad... Eche usted cuentas, señor presidente. Que yo soy de Letras.
En vista de eso, ¿cómo es posible que el Gobierno de este putiferio de sangüijuelas y sangüijuelos se la endiñe a las familias y no a ellos? Que en vez de sangrar a esa chusma, se le endiñe a la Dependencia, a la Sanidad, a la Educación, a la Cultura, al pequeño comercio? ¿A la gente que de verdad lucha y trabaja, en vez de a esa casta golfa, desvergonzada y manifiestamente incompetente?
A ese negocio autonómico absurdo e insostenible, del que tanta gentuza lleva viviendo holgadamente desde hace más de treinta años. 17 parlamentos, 17 defensores del pueblo, embajadas propias, empresas, instituciones. Negocios casi privados (o sin casi) con dinero público. El único consuelo es que a esa pandilla depredadora la hemos ido votando nosotros. No somos inocentes. Son proyección y criaturas nuestras.
Treinta años engordándolos con nuestra imbecilidad y abulia política. Cuando no con complicidad ciudadana directa: Valencia, Andalucía... Con unos tribunales de Justicia cuando no politizados o venales, a menudo lentos y abúlicos. El golfo, impune. Y el ciudadano, indefenso. Esos políticos de todo signo (hasta sindicalistas, rediós) puestos en cajas de ahorros para favorecer a partidos y amiguetes. Impunes, todos.
Me creeré a un presidente de Gobierno, sea del color que sea, cuando confiese públicamente que este Estado-disparate es insostenible. Cuando alguien diga, señor presidente, mirándonos a los ojos, "voy a luchar por un gran pacto de Estado con la oposición"; "me voy a cargar esta barbaridad, racionalizándola, reduciéndola, controlándola, adecuándola a lo real y necesario"; "voy a desmontarles el negocio a todos los que pueda. Y a los que no pueda, a limitárselo al máximo. A lo imprescindible"; "aquí hay dos autonomías históricas que tendrán algo más de cuartelillo, dentro de un orden. Y el resto, a mamarla a Parla".
"Y el que quiera entrar en política para servir al pueblo, que se lo pague de su bolsillo".
Pero dudo que haga eso, señor presidente. Es tan prisionero de su propia chusma político-autonómica como el PSOE lo es de la suya. Ese toque de jacobinismo es ya imposible. Tiene gracia. No paran de hablar de soberanía respecto a Europa quienes son incapaces de ejercerla en su propio país. Sobre sus políticos. Dicho en corto, señor presidente: no hay cojones. Seguirán pagándolo los mismos, cada vez más, y seguirán disfrutándolo los de siempre. El negocio autonómico beneficia a demasiada gente.
Usted, señor presidente, como la oposición si gobernara, como cualquiera que lo haga en España, seguirá yendo a lo fácil. A cargar a una población triturada, con cinco millones de parados, lo que no se atreven a cargar sobre sus desvergonzados socios y compadres. Seguirá haciéndonos aun más pobres, menos sanos, menos educados. Hasta el ocio para olvidarlo y la cultura para soportarlo serán imposibles.
Así que cuando lo pienso, a veces se me va la olla y me veo deseando una intervención exterior. Que le vayan a frau Merkel con derechos históricos, defensores del pueblo, inmersiones lingüísticas, embajadas y golferías autonómicas. De tanto reírse, le dará un ataque de hipo. De hippen, o como se diga allí.
Lo escribía el poeta Cavafis en Esperando a los bárbaros. Quizá los bárbaros traigan una solución, después de todo. Para esto, que nos invadan los bárbaros de una puta vez. Que todo se vaya al carajo y el Sentido Común reconozca a los suyos. Si quedan.
Recristo. Qué a gusto me he quedado esta tarde, señor presidente. Lola acaba de abrir el bar. Esta noche me emborracho. Como Gardel en el tango. Fiera venganza la del tiempo. Parece un título de Lope de Vega. Un tango adecuado para este pasaje".

    miércoles, 11 de julio de 2012

    LAS AUTONOSUYAS. LOS REINOS ESPAÑOLES DE TAIFAS

    Basada en la novela de Fernando Vizcaíno Casas.

    El sentido Católico en la Literatura Española. Angel Valbuena Prat

    Una de las más grandes adquisiciones para el alma española del siglo XX es la conciencia de su catolicidad. En todo el panorama ideológico se acusa el nuevo sentido de la valorización de la cultura católica. Así como el siglo XIX, esencialmente confucionista, simpatizante con toda escisión, individualismo o anarquía, tuvo una evidente atracción por las formas protestantes de religiosidad, la nueva centuria, tendiente a la organización, a un nuevo clasicismo, a la jerarquía y a la unión, se caracteriza profundamente por la revalorización del pensamiento y el arte católico. En el siglo pasado la obsesión por lo desgajado se halla hasta en las actitudes a la defensiva. Gran parte de la cultura de la Iglesia se empleaba en polémicas y refutaciones. El enemigo acechaba en todas partes, pero aparte de lo explicable del espíritu de defensa, había un resultado de esas preferencias por lo discorde o lo individual. Pero, afortunadamente, nuestro siglo se caracteriza por un esplendor de apoteosis católico. Por lo que respecta a España, superada la interesantísima, pero paradójica y derrotista, generación del 98, la literatura nueva tiende -como la ideología- a empaparse afirmativamente en la catolicidad. Como en toda la buena tradición hispana, nación y religiosidad, catolicismo e imperio se unen en estrecho haz de unidad.

    El presente libro, aunque se estructura en orden histórico, es más bien un ensayo extenso que una obra de erudición. Las líneas generales de cada época literaria  se ordenan en torno a la unidad esencial que el sentido católico da a toda nuestra cultura. La literatura española, como todas las formas de nuestro espíritu no es simplemente una actividad que se desarrolla paralelamente a una confesión o que es el producto de escritores creyentes. Su sentido católico es esencial a su propia esencia, y una gran parte de sus géneros y obras fundamentales se basa en el dogma, en la liturgia, en la doctrina. La religiosidad hispana es una de las notas privativas  de su cultura y, en ella, del mundo de las letras. Por otra parte, comenzando en los ingenuos titubeos de la lírica medieval, conforme los siglos avanzan, la calidad literaria  y el acento religioso aumentan paralelamente hasta culmina en los siglos de oro, en la era de los místicos y ascetas, del drama sacro y la lírica devota, junto a la música de los motetes y la escultura y pintura arribadas a su magnitud suprema. Del mismo modo, la decadencia de las letras coincide con las oleadas de descatolización, hasta llegar, por la vía del desaliento y la angustia, a recobrarse España y religión, catolicismo y patria, unidad de cultura y unidad de fe, en lo momentos decisivos que culminan en la reconstrucción nacional del momento presente.

    El presente libro trata de ser sencillamente una aportación a esta labor de todos los españoles conscientes.

    Ángel Valbuena Prat.

    No es bueno que Dios esté solo: Pío Moa

    Una buena entrevista a Pío Moa.