sábado, 23 de febrero de 2019

Quiero ser hispanista inglés en España. Pedro Fernández Barbadillo.

El símbolo de la seguridad económica para los hijos era en las clases humildes el estanco y en las clases medias la notaría. Hoy, con muchas notarías que apenas cubren los gastos de funcionamiento y estancos que bajan la persiana, esa seguridad ha sido tan arrasada como los centros comerciales por Amazon.
Yo, que tuve que escuchar lo de la notaría, tengo claro que la mejor profesión en España para asegurarse el bienestar y una jubilación de oro es la de hispanista británico. Si pudiera, me llevaría a mis hijos a Inglaterra o Irlanda, les cambiaría el apellido, les matricularía en una universidad y les devolvería a España hablando ese inglés tan vocalizado y con teorías sobre lo español cuanto más absurdas mejor. Por ejemplo, que los españoles copiaron la paella de los vikingos o que el amante más fogoso de Isabel II fue un periodista escocés, dada la tradicional impotencia de los celtíberos, relatada por todas las viajeras europeas. A partir de ese momento, el jamón de bellota entraría en casa y saldría el pastel de riñones, cuyo solo nombre me hace estremecerme de repugnancia.

El pionero, Ian Gibson

El primer angloparlante que descubrió que en España, exhibiendo el pasaporte, se podía vivir como un marqués de los folletines decimonónicos fue el irlandés Ian Gibson. Su obsesión por Federico García Lorca hizo que más de uno reconociera que había acabado del poeta andaluz "hasta los mismísimos machados". Gibson encontró en Lorca un pozo de petróleo que le sirvió para dar conferencias, vender libros, recibir premios, dirigir excavaciones y ser concejal. Después de malgastar dinero público en diversas búsquedas de los restos de Lorca, parece que ha encontrado otro muerto español al que exprimir: Antonio Machado. Por lo menos éste tiene la tumba señalada.
Atraídos por el éxito de Gibson, acudieron numerosos hijos de la Gran Bretaña, encabezados por Paul Preston. No entiendo cómo éste odia tanto a Franco, cuando gracias al general gallego se ha hecho rico. Sólo le falta que el reino de España le nombre embajador en la corte de San Jaime. Si un historiador español tratase la historia británica con las mismas parcialidad y la mendacidad con que Preston trata la nuestra, no encontraría editorial que le publicase. Ni en la Península ni en la Isla.
Reconozcámoslo: la culpa es nuestra. Somos demasiado amables con los guiris. No sé si por la herencia católica (compárese la simpatía de los irlandeses y los austriacos con la hosquedad de los ingleses y los berlineses), por el sol, o por las campañas oficiales de aprecio a los turistas. A cualquier jeta que venga a contarnos cuánto nos quiere, le ponemos piso.

A Rhodes le asombra que haya blancos

Uno de los últimos recibidos, el pianista James Rhodes, no sólo se permite decir a las Cortes Generales qué leyes tienen que aprobar, sino que se siente como un viajero descubriendo una tribu desconocida en un valle de Asia Central. Se sorprendió de que el 90% de los asistentes a la manifestación del 10 de febrero pasado en la plaza de Colón de Madrid fuera ¡blanco! Señor Rhodes, por fortuna Madrid no es como Londres, en cuanto a los precios, el clima, la comida, los apuñalamientos y la diversidad racial. Casi la totalidad de los españoles y los residentes es de piel blanca y en España, por ahora, el triste espectáculo de las mujeres completamente veladas se limita a los comercios de lujo y a Marbella. ¿Se habrá dado cuenta Rhodes de que la misma proporción de blancos aparece en los mítines y los grupos parlamentarios de Podemos?
Gracias a las novelas de Agatha Christie y al cine histórico, millones de españoles creen que Inglaterra es una inmensa campiña verde en la que unas entrañables solteronas resuelven los asesinatos cometidos por mayordomos en las mansiones de los aristócratas. Un efecto similar de alucinamiento han creado los relatos de Ernest Hemingway sobre la guerra civil española en los periodistas. ¡Cuántos corresponsales bajan del avión esperando una guerra que poder contar en sus crónicas, mientras celebran fiestas y detienen al fascismo! El más enardecido de ellos es el londinense John Carlin, lo que constituye todo un mérito a su edad y debido a la cantidad de competidores que hay.

Periodistas que quieren una guerra civil que radiar

El Times publicó hace poco un reportaje titulado "Los fantasmas de la guerra civil persiguen a España en la locura catalana". Como decía un amigo que les conocía, "los ingleses aman el desorden en casa ajena". Para este reportaje, se contó con la aportación de John Carlin, despedido de El País por excederse en su propaganda a favor del separatismo de la banda del 3% y acogido por el conde de Godó en La Vanguardia. El periodista resumió su análisis así: "La extrema derecha está capitalizando la reacción secesionista en una nación que nunca ha aceptado la democracia ni la pérdida del Imperio".
Esta memez se pronuncia y se escribe para lectores de un país dividido por el Brexit, que se enfrentó a un referéndum de secesión en Escocia, que mantiene la colonia de Gibraltar, que libró la guerra de las Malvinas y que, además, perdió su imperio hace menos tiempo que España. Para mayor inri, Carlin profirió una serie de insultos sobre sus compatriotas cuando le decepcionaron al votar a favor de la salida de su país de la Unión Europea. Dijo que el lío era culpa de "los malditos viejos". Poco antes del referéndum propuso que se prohibiese votar "a los mayores de 55 años, demasiados de los cuales ven el mundo a través del prisma de la nostalgia imperial". Carlin, pues, tiene un par de titulares y los coloca siempre que tiene ocasión. En su país natal solo recurren a él para ejercer el deporte de burlarse del español moreno, pero en España, nación generosa con el extranjero y áspera con el compatriota, se le deja columna periodística y micrófono.
A mí, del Brexit me preocupa nos traiga más hispanistas. Porque no creo que haya ni cátedras universitarias ni whisky JB para todos. Y estos inmigrantes tampoco son de los que vienen a pagarnos las pensiones.
libertaddigital.com

jueves, 21 de febrero de 2019

Nunca hubo genocidio español en América. José Javier Esparza.

El 12 de octubre de 2005, la agencia oficial argentina Télam emitía un texto donde aseguraba que “con la llegada de los conquistadores se inició un exterminio que arrasó con 90 millones de pobladores de la región y quebró el desarrollo cultural de este lado del Atlántico. […] El mayor genocidio de la historia”.
¿En qué se basa esta acusación? Se basa en datos que proceden de la propia época. Uno, muy concreto, son los censos de población india realizados por los españoles en el siglo XVI, que reflejan una reducción brutal del número de nativos. Por ejemplo, los taínos de Santo Domingo pasaron de 1.100.000 en 1492 a apenas 10.000 en 1517. Es decir, en un cuarto de siglo había prácticamente desaparecido la población precolombina de Santo Domingo y las Antillas. ¡Un millón noventa mil muertos en sólo veinticinco años! Esas cifras se extrapolaron después al resto del continente. Sorprende que un número exiguo de españoles fuera capaz de matar a tanta gente en tan poco tiempo, pero, al fin y al cabo, hay un testimonio de la época que lo afirma con toda claridad: el del dominico Fray Bartolomé de las Casas, que contrapone la mansedumbre de los indios a la crueldad de los españoles. Los españoles, en una generación, han matado a más de quince millones de indios, dice fray Bartolomé. Unas líneas más adelante, en ese mismo texto, el buen dominico multiplica esa cifra por dos. Irrefutable, ¿no? Pues no.
El genocidio imposible
Primero, las cifras del genocidio son imposibles: ¿Noventa millones de muertos en un siglo y pico a manos de sólo 200.000 españoles, que más no fueron los que pasaron a América? Eso cuadra mal. ¿Un millón de muertos en poco más de veinte años, en un solo sitio, las Antillas, y en el siglo XVI, a base de ballesta y arcabuz? Es impracticable, sobre todo si tenemos en cuenta que, al mismo tiempo, los Reyes Católicos habían dado órdenes muy estrictas de tratar bien a los indígenas. Por otro lado, ¿quién hizo el censo? ¿Son fiables esas cifras? Respecto a Las Casas, ¿por qué denuncia tantos crímenes y, sin embargo, nunca dice dónde ni cuándo se produjeron, como tampoco da el nombre del criminal? ¿Y por qué da unas cifras y después, a medida que se va calentando, va subiendo el número de muertos sin temor a la contradicción?
Y además, si esto pasó en América, ¿por qué no pasó en Filipinas, donde no hay noticia de genocidio alguno (no, al menos, hasta el que perpetraron los norteamericanos a principios del siglo XX)? Aún peor: Las Casas logró su objetivo y en 1547 la Corona prohibió el sistema de encomiendas, que según fray Bartolomé era la causa de las muertes, pero los indios siguieron muriendo. No sólo eso, sino que por dos veces se le autorizó a construir una especie de “república de indios”, que era lo que él reclamaba, y las dos veces sus asentamientos fueron atacados por los propios indios. ¿Por qué? ¿Qué pasa aquí? Nada encaja. Vamos a explicar lo que pasó de verdad. 
Si esto pasó en América, ¿por qué no pasó en Filipinas, donde no hay noticia de genocidio alguno?
Primero, el asunto de la población. Directamente: los censos de la época no valen. Eso lo ha demostrado una norteamericana, Lynne Guitar, de la Universidad de Vanderbilt, que fue a Santo Domingo a estudiar la historia de los taínos y se quedó allí: hoy es profesora del Colegio Americano en Santo Domingo. Y la profesora Guitar descubrió que los censos no es que no sean fiables, sino, más aún, que son inútiles: cuando un indio se convertía al cristianismo y vivía como un español, o más aún si se mestizaba, dejaba de ser censado como indio y era inscrito como español. Y si luego venía otro funcionario con distinto criterio, entonces volvía a ser inscrito como indio, y así hay casos de ingenios de azúcar donde los indios pasan de ser unos pocos cientos a ser 5.000 en sólo dos años, y después la cifra decrece radicalmente para, de repente, volver a aumentar. Para colmo, los encomenderos –los españoles que regentaban tierras y explotaciones– mentían en sus censos, porque preferían trabajar con negros, a los que podían esclavizar, que con indios, cuya esclavitud estaba prohibida por la Corona, de manera que sistemáticamente ocultaban las cifras reales. Es decir que las cifras censales de los indios en América, en el siglo XVI, son papel mojado.
¿Cuántos indios había realmente en América? Según los cálculos de Rosemblat, que siguen siendo los más serios, la población total de la América indígena no pasaba de los 13 millones desde el Canadá hasta la Tierra del Fuego. Le recuerdo a usted la nota de la agencia oficial argentina Télam citada al comienzo: “un genocidio de 90 millones de indios”. Jamás hubo tantos. ¿Mentía entonces fray Bartolomé al hablar de aquel exterminio? Quizá no a conciencia. Las Casas vio graves casos de crueldad. Y vio también muertos, muchos muertos. Era fácil conectar una cosa con otra. Pero hoy sabemos que la gran mayoría de aquellos muertos, que sin duda se contaron por cientos de miles, fueron causados por los virus, algo que ningún español del siglo XVI podía conocer.
La guerra de los virus
También sobre esto hay estudios incontestables. Desde muy pronto se pensó en la viruela; se cree que la introdujo en América un esclavo negro de Pánfilo de Narvaéz, hacia 1520, y se sabe que hizo estragos en Tenochtitlán. Cuando Pizarro llegó al Perú, encontró que la población estaba diezmada por la viruela mucho antes de que ningún español hubiera asomado por allí la nariz: el virus había viajado por selvas y cordilleras a través de los animales. Estudios posteriores, como el del doctor Francisco Guerra, señalan sobre todo a la gripe porcina, la llamada “influenza suina”, como causante de la mortandad indígena a principios del XVI. El hecho es que los indígenas americanos, que habían vivido siempre aislados del resto del mundo, recibieron de repente y en muy pocos años el impacto combinado de todos los agentes patógenos difundidos por los buques europeos, sus cargamentos, sus animales, sus pasajeros. Un investigador de la Universidad de Nueva York, Dean Snow, precisa que la gran mortandad no tuvo lugar en el siglo XVI, sino después, cuando empezaron a llegar niños, es decir: tosferina, escarlatina, paperas, sarampión; fue letal. Del mismo modo que los primeros establecimientos españoles en América fueron diezmados por las fiebres, así también los indios, en gigantescas proporciones, fueron diezmados por los virus. Virus que sus cuerpos desconocían y que no pudieron resistir. ¿Recordamos algún caso más reciente? Entre los años 1918 y 1919, la llamada “gripe española” causó la muerte de más de treinta millones de personas en todo el mundo. Lo de América no fue inusual.
Los estudios de los últimos treinta años son prácticamente unánimes: hubo ciertamente altas cifras de mortandad entre las poblaciones amerindias, pero las cifras se reparten por igual entre los indios aliados de los españoles y entre sus enemigos, y aún más, las cifras de mortandad entre los propios españoles son, proporcionalmente, más elevadas aún que las de los nativos. Es decir que la mortandad es cierta, pero no el genocidio.
Hoy ningún investigador serio discute que la causa principal de la mortandad entre nativos y entre españoles fueron los virus: los indígenas cayeron a mansalva bajo el efecto de enfermedades que los españoles llevaron consigo y que en aquel mundo eran desconocidas, mientras que los españoles quedaban aniquilados por enfermedades tropicales –malaria, dengue, leishmaniasis, tripanosomiasis, etc.– que no sabían cómo tratar. Ya hemos citado el caso del Perú: cuando llega Pizarro, la población del Imperio inca lleva varios años soportando los efectos de una dura epidemia de viruela mucho antes de que ningún español hubiera asomado por allí el morrión. Otro dato: cuando Hernando de Soto se encuentra con la misteriosa Dama de Cofitachequi, en la actual Carolina del Sur, lo que halla a su alrededor es un poblado convertido en necrópolis por el efecto de las enfermedades. La llegada a las Indias de los primeros niños europeos, con su carga de varicelas, sarampiones, paperas y demás, fue más letal que cualquier ejército. Mientras tanto, las expediciones de Bobadilla, Ovando y Pedrarias, por ejemplo, contabilizaban hasta un 50 por ciento de bajas mortales apenas dos meses después de haber desembarcado, los de Pizarro caían fulminados por infecciones, etc. Los avances de la medicina en el último medio siglo han permitido explicar numerosos episodios de este género. Es asombroso que aún hoy tantos historiadores sigan renuentes a introducir el factor médico en sus narraciones de la Conquista.
De manera que hubo, sí, una mortalidad mayúscula de indios en América, pero no fue un genocidio. Un genocidio requiere que haya voluntad de exterminio. Eso no pasó en la América española. Pasará después en la América anglosajona, que sí ejecutó proyectos de exterminio deliberado de la población indígena. Esa misma América anglosajona que ahora maldice a Colón y los españoles.
La verdad de la Conquista
La conquista española de América –la cruzada del océano– fue propiamente una conquista, es decir, una operación de dominio, de poder, y en su crónica surgen inevitablemente los mismos episodios de violencia, depredación y guerra que en cualquier otra conquista de cuantas la Historia conoce. Pero, al mismo tiempo, fue una empresa guiada por un innegable espíritu de misión en el sentido religioso del término: se trataba de convertir a la Cruz a pueblos que vivían al margen de ella, y por eso
Cosas insólitas como la prohibición de la esclavitud, la protección de los indígenas, el mestizaje o la multiplicación de catedrales, universidades, hospitales...
en la aventura aparecen elementos tan insólitos como la prohibición de la esclavitud, la protección legal de los indígenas, el mestizaje o la multiplicación de catedrales, universidades y hospitales a lo largo de todo el territorio conquistado. El resultado de todo eso fue un mundo nuevo: un mundo que ya no era el de las culturas amerindias, pero que tampoco era propiamente una España
ultramarina, porque la América hispana muy pronto tuvo su singular personalidad. El antecedente más parecido que se le puede encontrar a este magno proceso es la construcción del Imperio romano: del mismo modo que Roma creó en Europa un mundo sobre la base de su lengua, sus legiones y su derecho, así España creó en América un mundo sobre la base de su religión, su idioma y su ley.
Enfrente estaban los indios, por supuesto. Pero también sobre este particular hay que hacer infinitas matizaciones y revisar numerosos tópicos. Los excesos románticos de la literatura indigenista nos han vendido la imagen del pérfido depredador español que llega a las Indias para explotar al buen indio, que dormitaba tranquilamente en la puerta de su bohío. Es una imagen ridícula. Primero y ante todo: los indios son tan protagonistas de la Conquista como los propios españoles. Colón jamás habría podido instalarse en La Española sin la aquiescencia de una buena parte de los taínos. Cortés jamás habría conquistado México sin los tlaxcaltecas y otros pueblos aliados, como Pizarro jamás habría conquistado el Perú sin los tallanes, los huancas y los chachapoyas, entre otros muchos. Segundo y no menos fundamental: taínos, tlaxcaltecas, tallanes y demás pueblos aliados de los conquistadores se unieron a los españoles porque estaban siendo salvajemente explotados por los caribes, los aztecas y los incas, respectivamente. Ésa era la realidad.
La estampa del indio que dormitaba feliz a la puerta de su bohío es estrictamente falsa. Las comunidades amerindias, prácticamente sin excepción, eran sociedades muy conflictivas, muy violentas, donde unos pueblos aniquilaban a otros sin la menor contemplación, donde la esclavitud era una institución absolutamente convencional, donde las mujeres –en términos generales­– eran usadas como objeto de cambio y donde los sacrificios humanos formaban parte de la vida cotidiana. Todo esto no fue un invento de los cronistas para legitimar la hegemonía española; todos los hallazgos arqueológicos lo confirman. Por eso los pueblos más débiles, los que sufrían la violencia de los más fuertes, se unieron a los españoles de muy buen grado: aquellos sujetos barbudos envueltos en hierro eran su única salvación. La Conquista no se sustancia, pues, en un simple esquema “europeos contra indios”. La realidad fue muchísimo más compleja. Y así como hubo algunas poblaciones indígenas enteramente aniquiladas, hubo otras –de hecho, la mayoría– que abrieron las puertas a la Conquista y contribuyeron a la radical transformación del continente. Las cosas fueron así. Nunca hubo un genocidio español en América.
elmanifiesto.com

La 'memoria histórica' contra los Franco.

La 'memoria histórica' es mentira, como son mentira los eslóganes nacidos de sus propagandistas de que España es el país del mundo con más desaparecidos después de Camboya; que el franquismo robó 300.000 niños a sus padres; que La Pasionariano amenazó de muerte a Calvo Sotelo en las Cortes; o que en el bando nacional no hubo catalanes ni vascos.
Como los hechos y los documentos no sostienen las afirmaciones de la izquierda, ésta tiene que inventar mentiras, cuanto más enormes mejor, e imponerlas por medio de multas a los disidentes, programas en las televisiones públicas y asignaturas en las aulas. Una de estas mentiras ha sido desmontada por una juez en un litigio en el que los denunciados eran los nietos de Franco.
El Juzgado de Primera Instancia nº 41 de Madrid dictó el 8 de febrero una sentencia sobre la demanda civil presentada por el Ayuntamiento de Santiago de Compostela, que reclamaba a los Franco dos estatuas de los profetas Abraham e Isaac del siglo XII atribuidas al Maestro Mateo, de las que, supuestamente, se había apoderado la esposa del ‘caudillo’ en los años 50.
Aparte de indicar que por el tiempo transcurrido incluso desde la instauración del actual régimen democrático, los Franco han adquirido la propiedad de las estatuas reclamadas por usucapión (es decir, por una posesión prolongada en el tiempo y sin oposición del propietario legal), la juez entró en una cuestión prejudicial sobre a quién pertenecían las estatuas, y aquí es donde la ‘memoria histórica’ recibe el vapuleo.

Un alcalde obediente a Carmen Polo

Según el relato (y subrayo esta palabra), en 1948 el conde de Ximonde vendió tres estatuas del Maestro Mateo al Ayuntamiento de Santiago por 60.000 pesetas con la condición de que permaneciesen indefinidamente en el patrimonio municipal, negocio jurídico que se registró en escritura pública ante notario. En julio de 1954, durante una visita de Franco y su esposa; Carmen Polo, al Ayuntamiento de Santiago, ésta, se encaprichó de dos de las estatuas y manifestó al alcalde su deseo de poseerlas "a lo cual el alcalde accedió a los pocos días, haciéndole entrega de las mismas por las vías de hecho sin formalidad administrativa alguna". El alcalde, violando la legislación vigente, despojó de unos bienes al patrimonio municipal y mandó las estatuas al Pazo de Meirás.
La juez subraya que en este procedimiento el Ayuntamiento no ha presentado más documentación que la escritura notarial de 1948:
"Nada se aporta al Juzgado de lo que pudo o no haber acaecido tras el 4 de junio de 1948, lo que deja sin prueba el extremo que resulta esencial para esta juzgadora: la entrega efectiva de las estatuas al Ayuntamiento tras la adquisición y la decisión municipal sobre su emplazamiento para dar inicio a su condición de bienes de uso o servicio público".
También reprocha al Ayuntamiento que haya "dejado sin prueba" actos como el pago de la cantidad pactada, la recepción efectiva de las estatuas ni el debate en el pleno municipal de la condición resolutoria impuesta por el conde de Ximonde.

El engaño de los testimonios orales

Ante la falta de documentos oficiales, el perito aportado por el Ayuntamiento tuvo que "acudir a presunciones no explicadas y a noticias de testigos de referencia no identificados con los que dice haber hablado, todo lo cual determina la nula eficacia probatoria del propio informe".
Este perito, un historiador, recurrió al método habitual en los 'memorialistas' para cubrir la falta de documentos: recoger testimonios orales, es decir, chismes, rumores y cotilleos, en muchos casos de gente sin identificar o ya fallecida. Así lo describe la juez:
"el perito habló supuestamente con los testigos de referencia 31 años antes de la fecha de elaboración de su informe, lo que priva de verosimilitud a la pretensión de acreditar la presunta ubicación de las estatuas, resultando sorprendente que se solicite de este Juzgado la credibilidad probatoria de un dictamen cuyo objeto fue estudiado por su autor 31 años antes de ser elaborado, y causando todavía una extrañeza mayor que el perito de la actora pueda recordar en 2017, lo que le manifestaron 31 años antes unas personas de determinada edad acerca de la ubicación presunta de las estatuas, cuando ni siquiera en aquel momento podía conocer o intuir que le iba a ser encargada la presente pericia en una acción reivindicatoria".
Por tanto, concluye la juez, la verosimilitud del contenido del informe "es nula". ¡Por fin alguien se atreve a decir en público que estos testimonios orales, de cuya recopilación vive mucha gente en la universidad, no pasan de ser… cuentos de viejas!
La puntilla la da la juez cuando afirma que el Ayuntamiento no identifica las estatuas propiedad de los Franco (éstos afirman que sus mayores las compraron a un particular en los años 50, cuando ellos eran niños) como adscritas al Pórtico de la Gloria.
En consecuencia, el juzgado reprocha al Ayuntamiento que se mueva "en el mundo de las hipótesis indemostrables que llevan a la demandante a elaborar una tesis basada en el deseo del alcalde de agradar al, entonces, Jefe del Estado".

La responsabilidad personal de los políticos

Después de que el juicio quedase visto para sentencia, el alcalde de izquierdas de Santiago, Martiño Noriega, comentó: "Creeré en la justicia cuando esta haga justicia". Es decir, para este señor, que es médico, la justicia solo es justicia cuando falla a su favor. Lo mismo que podría decir cualquier paisano de boina enroscada cuando el juzgado le ordena cegar el pozo que ha excavado ilegalmente. ¿Es que para Noriega los tumores cancerígenos desaparecen si se niega su existencia? El alcalde ya anunció antes del juicio que estaba dispuesto a llevar la reclamación hasta el Tribunal Supremo. Como no paga él los abogados…
Ningún funcionario ni político responderá por el dinero que están haciendo gastar a los ciudadanos de Santiago y a la familia Franco en un pleito sin pies ni cabeza, que es, más bien, una venganza.
La verdadera revolución pendiente en España se limita a hacer responsables a los funcionarios y los políticos de sus actos, pero no a las Administraciones que dirigen, sino a ellos mismos, con su patrimonio. Ya veríamos cómo dejaban de hacer tonterías con nuestro dinero. Porque hoy son los Franco, pero mañana puede ser usted, que se niega a tirar a la basura la estrella de alférez provisional de su abuelo.
libertaddigital.com

Filmografía.

De aquí a la Eternidad 1953 de Fred Zinnemann
De espaldas a la Puerta 1959 de José María Forqué
Deliverance Defensa 1972 de John Boorman
Depredador 1987 de John Mac Tiernan
Desafío en la Ciudad Muerta 1958 de John Sturges
Deseos Humanos 1954 de Fritz Lang
Días sin Huella 1945 de Billy Wilder
Diez Negritos 1945 de René Clair
Diez Negritos 1965 de George Pollock
Doce Hombres sin Piedad 1957 de Sidney Lumet
Doctor Jekyll: el Hombre y el Monstruo 1931 de Rouben Mamoulian
Doctor Quatermass el Experimento 1955 de Val Guest
Doctor Quatermass el Enemigo Exterior 1957 de Val Guest
Doctor Quatermass la Excavación 1967 de Roy Ward Baker

Don Erre que Erre 1970 de José Luis Sáenz de Heredia
Dos Cabalgan Juntos 1961 de John Ford
Dos Mujeres 1960 de Vittorio de Sica
Duelo en la Alta Sierra 1962 de Sam Peckinpah
Dumbo 1941 de Disney
Edgar Poe y el Cuervo 1967 de Narciso Ibáñez Serrador
El Alamo 1960 de John Wayne
El Americano Impasible 2002 de Phillip Noyce
El Angel Azul 1930 de Josef von Sternberg
El Asesinato de Trotsky 1972 de Joseph Losey 
El Asesino Poeta 1947 de Douglas Sirk

sábado, 9 de febrero de 2019

La primera vuelta al mundo. José Luis Comellas.

Si hay un historiador que resalte por encima no solo de la media, sino de la mayoría es José Luis Comellas. Doctor en historia y autor de diversos títulos dedicados no solo a la historia, sino a temas tan varipintos como los cambios climáticos o historia de la música. Se puede decir que el profesor Comellas es un sabio. Además de su magisterio en historia es un perfecto conocedor de la Astronomía.

El libro que nos ocupa es sencillamente magistral. Solamente con citar los nombres de Magallanes, Elcano, Carlos V, Enrique el Navegante, Urdaneta, Legazpi, etc, deberia ser suficiente para animar a cualquier lector culto a embarcarse en esta maravillosa lectura.

Comellas es un autor ecuánime, cita todas las fuentes imprescindibles para dar al lector una comprensión general del tema que está tratando. No sólo se basa en las fuentes originales como la narración de Pifagatetta, sino que incluye las obras más modernas, desde la no siempre recomendable biografía de Magallanes escrita por Stefan Zweig, hasta estudios modernos como "The Spanish Lake" por el profesor australiano Oskar Spate. Además de esto, Comellas nos inunda con datos geográficos, así como climáticos, corrientes marinas, nos explica el fenómeno del niño, la simpleza de pensar que no se sabía la esfericidad de la tierra, etc... Simplemente maravilloso.


Aparte de los datos estrictamente cientifícos, Comellas nos ilustra con datos históricos que hacen la lectura muy amena. Desde la anécdota de Enrique el Navegante, que nunca se subió a una embarcación, porque se mareaba, hasta el dato de que el Mantón de Manila, tan madrileño, tan español, es de origen chino, no filipino, así como los farolillos que adornan nuestras ferias.

Es un libro altamente recomendable, como todos los suyos.

jueves, 7 de febrero de 2019

Filmografía.

Broken City 2007 de Allen Hughes

Burton y Speke las Montañas de la Luna 1989 de Bob Rafelson

Calabuch 1956 de Luis García Berlanga

Calle Mayor 1956 de Juan Antonio Bardem

Camino de la Horca 1951 de Raoul Walsh

Caravana de Mujeres 1951 de William Wellman

Cayo Largo 1948 de John Huston

Centauros del Desierto 1956 de John Ford

Chantaje en Broadway 1957 de Alexander Mackendrick

Chicago Años Treinta 1958 de Nicholas Ray

Ciudad muy Caliente 1984 de Richard Benjamin

Ciudad Sombría o Dark City 1950 de William Dieterle

Cometieron dos Errores 1968 de Ted Post

Como ella sola 1942 de John Huston

Con él llegó el Escándalo 1960 de Vincente Minnelli

Con la Muerte en los Talones 1959 de Alfred Hitchcock

Condenados de Ultratumba 1972 de Freddie Francis

Conocer a Joe Black 1998 de Martin Brest

Conspiración de Silencio 1955 de John Sturges

Contrato en Marsella 1974 de Robert Parrish

Corazón de Angel 1987 de Alan Parker

Correo Diplomático 1952 de Henry Hathaway

Cuentos de la Luna Pálida 1953 de Kenji Mizoguchi

Cyrano de Bergerac 1950 de Michael Gordon

Danko 1988 de Walter Hill