viernes, 28 de diciembre de 2012

Poetas con pistolas por Kiko Méndez-Monasterio

Mientras el primero aportaba versos al ‘Cara al sol’, el segundo componía odas a Stalin. Toda su obra está salpicada por las circunstancias y su posicionamiento político.


Para Agustín de Foxá los versos de Rafael Alberti, de Cernuda, de Miguel Hernández, es decir de casi todo el 27, “son poemas de laboratorio, sin fuerza ni hermosura, equívocos, cobardes, llorones”. Por eso declina la invitación de Luis Buñuel para asistir al estreno de la Edad de Oro, esa tarde prefirió acudir a un mitin de José Antonio. Con esa elección, al abismo estético se une la confrontación política.
Desde entonces, las figuras de Foxá y de Alberti están condicionadas por el tiempo fratricida que vivieron. El primero contribuyó con algunos versos al himno falangista –“Cara al sol con la camisa nueva, que tú bordaste en rojo ayer”–; el segundo prefería dedicarle poemas a Stalin –“Padre y maestro y camarada”–.

Agustín de Foxá: mucho más que anécdotas
Para hacerse una imagen adecuada de él, nada mejor que su autorretrato: “Gordo; con mucha niñez aún palpitante en el recuerdo. Poético pero glotón. Con el corazón en el pasado y la cabeza en el futuro. Bastante simpático, abúlico, viajero, desaliñado en el vestir, partidario del amor, taurófilo, madrileño con sangre catalana”.
Nació en Madrid casi con el siglo, en 1903. Además de conde de Foxá y marqués de Armendáriz fue periodista, diplomático, autor teatral, académico y poeta. Sólo escribió una novela, pero es legado suficiente como para considerarlo uno de los mejores prosistas de la pasada centuria. Ahora no tiene el hueco debido en el mausoleo cultural porque nunca le han perdonado su orgullo reaccionario, su cuna aristocrática, su versátil talento y su vinculación con la Falange.
Cincuenta años después de su muerte, además de las polémicas por la necia censura con la que pretenden silenciarle, queda de Foxá su Madrid, de Corte a checa, una novela maestra por la fuerza de su estilo, como La educación sentimental, de Flaubert, pero que además se puede leer como libro de aventuras, como crónica intelectual de la época o incluso, a pesar de ser un enemigo declarado del romanticismo, como continuación de Las memorias de ultratumba de Chautebrieand, por ese guiño melancólico de quienes han conocido la dulzura de vivir del antiguo régimen.
Él contaba que logró salir de aquel Madrid chequista gracias a que se comió, mano a mano con el secretario de un ministro, los últimos cochinillos de la ciudad. Le dieron un puesto como representante de la República en Bucarest, y allí acudió, previo paso por la zona nacional, claro, para ponerse al servicio del gobierno de Burgos.
Llegó la paz aquí y la guerra al resto de Europa, y todavía, prisionero de su ingenio, se metió en líos tan gordos como él mismo llegaría a ser: diplomático en la Italia de Mussolini, fue declarado persona non grata por el Régimen: unos dicen que a causa de sus bromas inadecuadas hacia el conde Ciano; otros que por decirle a la embajadora alemana, delante de varios jerarcas fascistas, que el Reich demostraba gran valor al elegir a sus aliados. Y es que, además de su novela, su teatro, sus artículos y sus poemas, a Foxá le sobreviven sus anécdotas, tan innumerables como sus apariciones en sociedad, porque no hay quien le haya conocido y no cuente de él alguna ocurrencia genial. Eso sí, imposibles de contrastar.
Fue en Chile, dando una conferencia en la que afirmaba que en España aún se moría por honor, donde un exaltado le interrumpió diciendo que allí sólo se moría por la democracia. “Ya –contestó rapidísimo el conde–, pero eso es como morir por el sistema métrico decimal”. En España, en una tertulia, algún pelota institucional tuvo la osadía de decir que el Espíritu Santo inspiraba los discursos del Caudillo. “Mañana mismo me hago de Tiro al pichón”, apostilló Foxá.
Tenía de diplomático la carrera y la condición, pero la incontinencia de su vivísimo ingenio creó más de un problema, como cuando en una cena oficial una dama norteamericana se quejaba de que en España se criticaba mucho a los EE UU, pero gustaban mucho más los dólares. “Señora –respondió el conde–, también nos gusta el jamón y no por ello nos revolcamos con los cerdos”.
Renegar no renegó nunca, pero ya instalado en la figura de epicúreo senador romano, miraría con cierta condescendencia su etapa más juvenil: “Todas las revoluciones han tenido como lema una trilogía: libertad, igualdad, fraternidad, fue de la Revolución francesa; en mis años mozos yo me adherí a la trilogía falangista que hablaba de patria, pan y justicia. Ahora, instalado en mi madurez proclamo otra: café, copa y puro”.
Murió en 1959 sin haber pronunciado el discurso de ingreso en la Real Academia. Para la ocasión hubiese servido su mejor poema, Melancolía de Desaparecer: “Y pensar que después de que yo me muera,/aún surgirán mañanas luminosas,/que bajo un cielo azul, la primavera,/indiferente a mi mansión postrera,/encarnará en la seda de las rosas. (...) Y pensar que no puedo en mi egoísmo/llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja,/que he de marchar yo solo hacia el abismo/y que la luna brillará lo mismo/y ya no la veré desde mi caja.”
Rafael Alberti, el ‘caballo rojo’ que corrió al galope del 27
Por Begoña Marín.
Cuenta Pablo Neruda que cuando Rafael Alberti (1902-1999) supo que la nueva revista que iban a publicar se llamaba Caballo Verde se removió de su silla y espetó: “¿Por qué va a ser verde el caballo? Caballo Rojo debería llamarse”. El poeta chileno, en un alarde de diplomacia, respondió: “Hay bastante sitio en el mundo para caballos y poetas de todos los colores del arco iris”. Esta anécdota retrata el temperamento acalorao y la militancia política del poeta gaditano, que encontró una musa en los bigotes de Stalin y sólo regresó a España tras un largo exilio de 38 años porque el Partido Comunista le pidió que se presentara a diputado en las Cortes por Cádiz.
Y aunque no sería justo reducir a este Joselito de la poesía a un par de anécdotas revolucionarias, tampoco entenderíamos su periplo vital sin un rojerío que le llevó a marcharse de su país nada más acabar la Guerra Civil. Junto con su primera mujer, María Teresa León, salió de Monóvar en un pequeño avión para aterrizar en París, donde no permanecerían mucho tiempo. La amenaza alemana les obligó a coger un barco, el Mendoza, para alejarse definitivamente de su patria hasta llegar a Buenos Aires. Allí nacería su hija Aitana y culminaría su ciclo poético con obras como Entre el clavel y la espada, versos muy alejados del vaivén espumoso de Marinero en tierra, su canto al Puerto de Santa María que le vio nacer.
Puede que la nostalgia le empujara a regresar a casa como el niño arrepentido que ha pasado la noche al raso. Alberti dejó Argentina y puso rumbo de nuevo a la costa mediterránea, pero se quedó en el zaguán de entrada, en Italia. No en vano, sus raíces siempre habían estado en la Toscana. Su abuelo fue uno de los bodegueros que desembarcaron en Cádiz para convertir los caldos finos y olorosos en oro puro que exportar. Allí, en Roma, permanecería 17 años, en los que se divirtió siendo el “embajador democrático” de todos los españoles, como recuerda Terenci Moix. En el país de los miguelángeles y los rafaeles se volcó de nuevo en su pasión por la pintura, vocación que nunca había abandonado. Aprendió técnicas de grabado en plomo y dio rienda suelta a sus Liricografías, poemas pintados. Pero un temperamento batallador como el suyo, capaz de no pegar ojo para encontrar los “versos más hirientes” con los que escribir su poema civil Con los zapatos puestos, no es indiferente a la llamada de sus correligionarios. En 1977, tras la muerte de Franco, Alberti vuelve a España para quedarse.
El poeta de raras camisas, cabellos y chaquetas estentóreos que había perdido hasta el acento –el suyo ya era una mezcla de italiano arrabalesco– abría la puerta de su casa como una Dorothy tras haber sobrevivido a los mundos de Oz. Su papel como diputado en Cádiz le aburrió pronto y salió de nuevo al tablao, donde podía taconear sus versos de Poeta en la calle: “Tú todavía, general botijo, / caudillo cantimplora sin pitorro, / liliputiense, hijo de zorra cabezorra y cabezorro. / Di, Francisco, ¿hasta cuándo, / con tus bordados camisones nuevos, / de cara al son y caraculeando, / nos tocarás la yema de los huevos?”.
Pero España había cambiado desde que él se la dejó. Ya no estaba su compañero de excesos en la Residencia de Estudiantes, Federico García Lorca, el único que –según aseguraba– era tan “andaluz y alborotado” como él. Los únicos miembros de la Generación del 27 que no eran profesores comoPedro Salinas o Dámaso Alonso tenían sus intereses junto al mar, con los “bígaros y los calamares”. Alberti no culminó ni cuarto de Bachillerato –le expulsaron por mala conducta, por escribir una carta de amor–. Junto con Lorca formaría una de las parejas de escritores mejor avenidas del panorama literario español, con permiso de Cernuda-Aleixandre y Altolaguirre-Emilo Prados. Incluso dibujó a “su primo” –así le llamaba– bajo un olivo y la aparición de Nuestra Señora del Amor Hermoso.
Llevaban el fervor del folclore andaluz en la sangre. Alberti regresó para contemplar de nuevo ese azul de marea baja que nunca dejó de pintar ni de escribir. Marinero en tierra, su primer poemario, siempre fue su himno, con el que consiguió el Premio Nacional de Literatura. La política y el exilio le traerían otros versos, algunos sangrientos y rojos, como los del caballo de su revista, pero nadie le recordará por ellos. 

lunes, 17 de diciembre de 2012

Locura de amor (película)

Hace tiempo recomendé la película "Locura de amor", pero no la pude incluir para su visionado. Aunque está un poco cambiada respecto a la obra de teatro del grandísimo Manuel Tamayo y Baus (la cual recomiendo también) la película es realmente buena y través de ella podemos aprender un poco más, sobre uno de los periodos históricos más interesantes de nuestra historia.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Maribel y la extraña familia. Miguel Mihura

"En el panorama del teatro español del siglo XX, Miguel Mihura ocupa uno de los lugares reservados a los clásicos de nuestras letras. Escritor intuitivo, que llega al teatro desde la práctica del humor gráfico y literario, ya en su primera creación, Tres sombreros de copa, hace gala de unos recursos que no sólo lo individualizan dentro del total de nuestros autores del teatro humorístico, sino que lo sitúan en línea con los dramaturgos más vanguardistas del entorno europeo. La incomprensión de los medios teatrales hacia la novedad de sus propuestas le hizo derivar a planteamientos más convencionales. No obstante, en obras como Maribel y la extraña familia, Mihura recupera su fuerza inventiva, la originalidad de su humor y su capacidad de sorprendernos con personajes que dejan en el lector una huella tan grata como indeleble."

Miguel Mihura nació en 1905 y falleció en 1977. Empezó a escribir antes de la Guerra Civil, pero comenzó a ser reconocido después de la misma. En la guerra civil luchó a favor del bando nacional y dirigió una revista de propaganda para los soldados, que posteriormente se convertiría en la mítica "Codorniz, de la que fue director."