jueves, 3 de enero de 2013

La marcha Radetzky

Custoza, una remota y humilde pedanía en los confines occidentales del Véneto, escribió con letras de oro su nombre en la Historia durante la Guerra de Independencia italiana. Allí, en los verdes prados salteados por bosquecillos que la rodean, tuvieron lugar dos celebradas batallas entre austriacos e italianos.


El emperador se impuso a los rebeldes transalpinos en ambas ocasiones. En la primera, acaecida en 1848, la victoria llegó gracias al ojo clínico de Josef Radetzky von Radetz un mariscal austriaco de origen checo, veterano de las Guerras Napoleónicas, y que tenía por aquel entonces más de 80 años. 
La gesta de Radetzky se hizo famosa por todo el imperio. A su regreso a Viena la multitud se congregó a la entrada de la ciudad para recibir al Ejército vencedor acaudillado por el mariscal a caballo. Los triunfadores de Custoza venían cantando desde los pasos alpinos una tonadilla muy popular y pegadiza llamada Alter Tanz aus Wien (“Vieja danza de Viena”). Confundido entre la enfervorecida muchedumbre se encontraba Johann Strauss, el músico de moda en la Corte del emperador Fernando I.
Y fue el propio emperador el que encargó a Strauss que compusiese una marcha militar en honor a los héroes de Custoza y en especial a su general. Strauss se puso a ello y en pocos meses la tuvo lista para su estreno. No olvidó incluir en la melodía principal partes de la tonada que los soldados cantaban a todas horas. La incorporación de un motivo tan castrense hizo furor en los cuarteles, que pronto convirtieron la marcha en su más querida seña de identidad musical.
De eso se apercibió el propio Strauss el mismo día de su estreno frente a un nutrido grupo de oficiales austriacos. Conforme empezó la orquesta a sonar, los militares, todos de alta graduación, empezaron a zapatear el suelo con sus botas marcando el ritmo. Radetzky tuvo tiempo de saborear el éxito militar y el musical. No así Strauss, que moriría un año más tarde, víctima de la escarlatina que le había contagiado uno de sus hijos bastardos.
Viena en ruinas
La marcha Radetzky sobrevivió a su creador, a su inspirador, al emperador que hizo el encargo y al propio imperio. Cuando en noviembre de 1918 el último de los emperadores de Austria-Hungría presentó su renuncia, la Radetzky era ya la marcha militar más famosa y tarareada del mundo. El Ejército chileno, por ejemplo, la convirtió en himno de su academia en fecha tan temprana como 1896. Años después otra unidad militar, el Regimiento de Dragones de la Reina de Inglaterra la adoptó como marcha propia.
Tras la desmembración del imperio, la flamante Viena de los Habsburgo quedó reducida a un montón de altisonantes títulos nobiliarios sin utilidad alguna, a un ramillete de palacios neoclásicos repartidos por toda la ciudad y a las partituras de Strauss. La Orquesta Filarmónica de Viena supo rápidamente sacar gran partido de lo último. A partir de 1939, a instancias de su director Clemens Krauss, empezó a organizar un concierto el día de Año Nuevo. Al principio esta curiosa iniciativa –un concierto matinal y con un programa no precisamente para entendidos– pasó desapercibida más allá del círculo de aficionados de la capital.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial Viena se encontraba en ruinas y partida en cuatro zonas de ocupación como Berlín. Un siglo después, la Viena alegre y confiada de Strauss, Fernando I y Radetzky había muerto víctima de los bombardeos, el hambre y las enfermedades. Los músicos austriacos de la época ya no componían marchas, sino inaudibles empanadas dodecafónicas, acordes, por lo demás, a la devastación que lo envolvía todo.
Pero Krauss no lo veía tan negro. Se empeñó en seguir celebrando el concierto, dándole incluso un carácter más festivo. Fue en aquel momento cuando se incluyeron los dos temas que más hicieron por su fama internacional: el vals El Danubio azul y, a modo de grand finale, la Marcha Radetzky. El director de la Filarmónica estaba en lo cierto. En aquellos momentos de postración y muerte la gente necesitaba esperanzas y alegría. Y no sólo los austriacos. En los años 50 el concierto comenzó a retransmitirse en directo por varias estaciones de radio europeas, luego llegó la televisión y más tarde la industria discográfica. Había nacido una nueva tradición navideña cuyo villancico principal es, sí, exactamente, la Marcha Radetzky.
Fernando Díaz Villanueva

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