lunes, 1 de abril de 2013

Bach como metáfora

Sería de justicia poética abrir una causa de beatificación de Juan Sebastián Bach. Hubo algún conato hace años. Según me dicen no existe un obstáculo teológico insalvable para iniciar la causa. Sí podría haber obstáculos curiales o incluso canónicos, salvables con dispensas papales. Benedicto XVI tenía las virtudes necesarias para emprender la difícil labor: amaba la música y creía en la Vía Pulchritudinis de acercamiento a Dios. Pero tal vez le faltaron fuerzas y tiempo para empeño tan revolucionario y tan reaccionario como intentar llevar a los altares a quien acaso sea el artista más sublime y que ha llevado a más gente a postrarse ante los altares. A la Fe. Pero no se le puede pedir a un anciano Pontífice que siempre nade contra corrientes tan fuertes.

No tengo indicios suficientes para suponer que el actual Pontífice sea melómano -aunque ha declarado públicamente su afición a los tangos- ni que considere tan relevante la Vía Pulchritudinis como la ve su predecesor. Es cierto que ha mentado la belleza varias veces en sus recientes declaraciones, pero obras son amores, que no buenas razones. No ha pasado inadvertida en Roma su indiferencia al ars celebrandi en la Misa de Inauguración del 19 de marzo, celebrada sin fuerza ni esplendor, según muchos. Otros recuerdan el poco empeño que puso el Arzobispo de Buenos Aires en cumplir en su archidiócesis el motu proprio de Benedicto XVI Summorum Pontificum, que en 2007 restableció la posibilidad de celebrar sin entorpecimientos la misa tridentina en latín, así como las formas preconciliares de la mayoría de los sacramentos. Veremos ahora cuánto dura en vigor en otros lugares el citado motu proprio. La cuestión está muy ligada a la Vía Pulchritudinis, pues la liturgia católica es parte importante del glorioso patrimonio artístico y cultural de la Cristiandad. Igual de importante que los templos como la Basílica de San Pedro y que el Palacio del Vaticano, donde según acabo de oir por la radio no quiere vivir "al menos por ahora" el Papa Francisco. Sin duda no cree ser simple depositario de un legado secular pero con la grandiosa obligación de custodiarlo. Tal vez se cree propietario con derecho a desamortizar y liquidar.

Volviendo a Bach, tan sólo veo un destello de esperanza. El Obispo de Roma gusta mucho de los gestos ecuménicos, lo que quizá le haga atractiva la posibilidad de beatificar a un luterano. Dios lo quiera; Dios a veces escribe derecho con renglones torcidos.


Sería bueno que ahora, en la Semana Santa, el Santo Padre hallase un rato para escuchar la estremecedora Pasión según San Mateo:
      O una de las más hermosas misas -católica, claro- de Bach, la Misa en Si menor:

      Y también podría leer la opinión de encendido amor y admiración por Bach que expresa el Padre Finbarr Flanagan OFM; acaso le interesaría, tratándose de un franciscano:
http://www.ad2000.com.au/articles/2007/feb2007p13_2449.html
       A lo mejor muchos terminamos comprendiendo que era cierta la frase de Dostoyevski, "la belleza salvará al mundo". Tan verdadera como su reverso: la fealdad perderá al mundo.

marquesdetamaron.blogspot.com.

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