martes, 6 de agosto de 2013

Los árabes inventaron la brújula.

Falso. La brújula no la inventaron los árabes, sino los chinos, aunque luego les convirtió en grandes navegantes en las rutas del Indico.


Tópico de tópicos: los árabes inventaron la brújula en la Edad Media y gracias a ellos aprendimos a navegar. Idea muy extendida y que una gran parte del público dará por buena. Y que, por cierto, no ayuda a entender por qué, si esto fue así, los países musulmanes ocupan un lugar secundario en la historia posterior de la náutica. Y es que, en realidad, la brújula no la inventaron los árabes: la conocieron, sí, y la utilizaron, y los árabes tuvieron también grandes navegantes como Ahmad ibn Majid, y trazaron importantes rutas en el Índico, y escribieron su propia epopeya, como ha reflejado Jordi Esteva en Los árabes del mar. Pero no inventaron la brújula.
La civilización musulmana medieval fue una construcción muy heterogénea, con grandes diferencias de uno a otro lado del inmenso mundo islámico, y que combinó aspectos de elaboradísimo refinamiento con otros de notable barbarie. Por eso es más correcto hablar, en estos casos, de cultura árabe que de musulmanes en general. Y en materia científica, el genio árabe no consistió tanto en la creación como en la compilación y la aplicación práctica.
Vayamos ahora a la cuestión de la brújula, esa aguja magnetizada que, situada sobre un plano, permite conocer la posición del polo norte magnético y, por tanto, de todos los puntos cardinales. Hemos de viajar a un tiempo en el que la navegación era peligrosísima. En el Mediterráneo era común que los barcos sólo pudieran hacer un viaje largo al año, entre abril y octubre, porque en otoño e invierno era excesivamente arriesgado navegar. Y si eso era así en el Mediterráneo, podemos imaginar la dificultad de navegar en el Atlántico, donde las corrientes y los vientos eran ingobernables. Las trayectorias habituales de los barcos apenas se separaban de la costa; si uno se adentraba en el océano era por accidente, como les pasó a los vikingos cuando llegaron a Islandia y a Terranova.
Intuición y pericia


Navegar en esta época requiere grandes dosis de intuición y pericia. Es francamente difícil orientarse en la mar. La latitud se mide de forma rudimentaria y con un altísimo grado de error. Los instrumentos de este tiempo (el astrolabio griego, la ballestilla de cruceta europea, el kamal indio y árabe) permiten definir la trayectoria en función de los astros, pero el navegante ha de tener en cuenta el margen de error, y por eso es tan importante la intuición del marinero. En cuanto a la longitud, es simplemente imposible averiguarla con precisión, y lo seguiría siendo hasta la invención del sextante en el siglo XVIII.
La brújula facilitó las cosas. ¿Quién la inventó? Las primeras brújulas conocidas son de origen chino; se mencionan por primera vez en libros del siglo XI y consta su uso a principios del siglo XII. En Europa la brújula aparece a finales de ese mismo siglo XII, en el De Naturis Rerum de Neckam, donde se habla ya de su uso entre marineros. En el mundo árabe surge después, a principios del siglo XIII, y se llamó al-konbas, evidente importación lingüística del término germánico kompass. Por cierto: mientras que la brújula china apuntaba al sur en un cuadro de 24 divisiones, la europea apuntaba al norte en un cuadro de 16 divisiones. Era un artefacto curioso, aquella primera brújula: una aguja magnetizada flotando dentro de un tazón de agua.
¿Espera usted que digamos aquí el nombre del inventor? Abandone toda esperanza. Nadie sabe quién fue el primero. Los conocimientos de este tipo, en general, surgen en un lugar, se comunican enseguida a los lugares vecinos, donde a su vez reciben modificaciones y perfeccionamientos, y atraviesan por diversos cambios antes de que su uso se generalice. Así pasó con toda la ciencia náutica en general en la edad media. Lo que sí sabemos es quién fue el primero en comprobar, gracias a la brújula, la declinación magnética, es decir, la diferencia en el polo norte magnético y el geográfico: fue Cristóbal Colón en su primer viaje a las Indias, y el susto que se llevó al constatar aquello debió de ser de aúpa. 
José Javier Esparza.

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