jueves, 8 de diciembre de 2011

Respuesta de Pío Moa a César Vidal (VII)


Por qué yerra César Vidal


  La verdad es que no logro entender por qué César Vidal persiste en desacreditarse intelectualmente y perjudicar otros trabajos suyos más valiosos con esta serie de artículos disparatados, en los que revuelve topicazos, se despreocupa de las realidades históricas y sus cambios, saca conclusiones arbitrarias de la literatura y de las anécdotas, y muestra hacia algunos países una admiración tan beata como desprecio injustificado por el suyo. Todo para sostener que el protestantismo constituye un cúmulo de bienes sin mezcla de mal alguno y el catolicismo, en especial el español, lo contrario. El problema es que incide en tópicos extendidos desde hace mucho tiempo, basados en la ignorancia sobre Europa, cuando no sobre nuestra propia cultura e historia, en la propaganda protestante de la Leyenda Negra y similares. Tópicos que debieran estar superados hace ya mucho tiempo, pero que persisten, como el de la lucha de clases del que sigue viviendo el PSOE, adheridos a la mentalidad común como la yedra que ahoga al árbol.

   Y no es que las denuncias de don César no tengan una base de verdad. Por supuesto, la tienen. Pero los defectos y vicios que él señala son universales y no es cierto que  sean exclusivos de España o que aquí se den de forma especialmente grave o que no haya, aquí y en todas partes, abundantes aspectos positivos que los compensan. Ni es cierto que sean una constante, pues cambian con la historia y los países.

   Por mostrar las carencias del método de don César, expondré unas experiencias particulares. Cuando tenía 17 años fui  haciendo autostop a Inglaterra donde trabajé en la recogida del lúpulo, de las patatas y en una fábrica. Sentía gran admiración por aquel país  y desdén hacia nuestras malas costumbres. Allí el lechero dejaba la leche a la puerta de las casas y nadie la hurtaba. ¡Qué pasaría en España…! Lo primero que me llamó la atención, ya en la descreída París, fueron anuncios en algunos lugares recomendando atención a los carteristas. ¡Caramba! ¿Tantos carteristas había en Francia? En Inglaterra no me sorprendieron menos los anuncios advirtiendo de robos en casas y la abundancia de medidas de seguridad. ¿Tanto robaban allí? No podía creerlo. En mi ingenuidad no me importaba sacar el dinero del bolsillo  a la vista de cualquiera, ¿cómo iba un inglés a pensar siquiera en…? Pero me robaron dos veces,  una mientras dormía en un albergue, aunque había allí muchos alemanes y franceses y no puedo saber sus autores. La segunda vez fue en mi taquilla, y tuve la casi seguridad de que se trató de dos ingleses, aunque no pude probarlo ante una policía que apenas se tomó interés (tendría más cosas que hacer).

Recuerdo que incluso en poblaciones pequeñas, al anochecer no había casi nadie por las calles, salvo grupos de jovenzuelos de los que convenía apartarse, ya que si pasabas a su lado te golpeaban o empujaban porque sí, valientes en grupo. Las muy escasas mujeres que transitaban a esas horas –no muy avanzadas--, andaban deprisa, y varias veces, al acercarme para preguntarles una dirección, me miraban con miedo, pese a mi aspecto poco intimidante, y aceleraban el paso. Aquello me dejaba perplejo. ¿Sería posible que en España hubiera cosas mejores que en Inglaterra?  No podía ser. Pero hasta las doce de la noche y más, aquí podía verse a mujeres circulando libremente y sin temor, y no cabía esperar que grupos de gamberros la emprendiera a empujones y zancadillas con los viandantes aislados. ¡Ah, y las peleas tumultuarias entre mods y rockers, o las escenas de histeria femenina ante los cantantes…! ¡Coño, esas cosas no pasaban en España, donde las peleas de bandas se limitaban a las "batallas" a pedradas de la infancia, y las chicas parecían más sensatas!

   Yo sabía que Inglaterra era un gran país de lectores, en contraste con España: solo había que ver la tirada enorme de sus periódicos. Pero al fijarme en  esa prensa de gran tirada, comprobé que se trataba panfletuchos ínfimos, sensacionalistas, de un lenguaje torpe e insidioso, centrados en crímenes, escándalos sexuales y miserias varias. También gran parte de los libros a la venta compartían tan curiosas virtudes. ¡Rediez! Mi admiración por aquel anglicano-puritano país descendió bastantes grados. ¿Es que tanto crimen y miseria sexual había, o la masa de la población inglesa no tenía otras preocupaciones?
  
Y me llamó la atención, asimismo, el contraste entre el talante más animado de los españoles, por ejemplo en el metro de Madrid, y el indiferente y a menudo tristón que pude obervar en el metro de París o el de Londres. No parecía muy feliz aquella gente. Es una observación subjetiva, desde luego, pero que también han hecho bastantes otros, incluidos extranjeros. 
  
También tenía el prejuicio de que los ingleses no mentían. Hasta que uno me propuso cambiar por un día mis excelentes botas españolas, para probarlas,  por un calzado suyo bastante inferior. Llegado un momento, el honrado chico desapareció con mis botas y no me fue posible encontrarlo. He presenciado otras mentiras e hipocresías de ese estilo.
    
    Por supuesto, tuve experiencias mucho más positivas, y aun aquellas me parecieron interesantes en mi afán de conocer el mundo. Pero a menudo las malas anécdotas nos causan mayor impresión, y de acuerdo con ellas y siguiendo al señor Vidal, podría concluir que los ingleses son rateros, embusteros, obsesos sexuales, abusones, violentos y agresivos hacia las mujeres. Y si fuera católico al modo como él es protestante, atribuiría tan lamentables rasgos a su mezcla de anglicanismo y puritanismo, después de haber aplastado con tremenda brutalidad a los católicos en el siglo XVI. Pero creo que hay métodos de análisis de las sociedades algo más objetivos.

   Tiene razón, don César, desde luego, cuando  señala que aquí  la mentira rampante de los políticos apenas es castigada. Pero su visión  al respecto de los países protestantes resulta demasiado beatífica. Aquí y en todas partes la política es en buena medida el arte de mentir o de provocar falsas sugerencias a la opinión pública, un arte rebuscado e hipócrita. Creer que en Suecia o en Usa o Inglaterra no mienten es de una ingenuidad infantil. Y no me refiero solo a la instrumentación por la prensa de “gran tirada”, sino también a la seria. La manera en que la BBC, por ejemplo, miente sobre España, y aun más lo hacía en la época de Franco, es tradicional. Estoy dispuesto a admitir que nuestra clase política tiene mucho de chusma, sin por eso compartir la actitud reverente de don César hacia la de los protestantes. Y atribuirlo al catolicismo, cuando la inmensa mayoría de los políticos y periodistas se declaran irreligiosos y admiran casi tanto como don César a los países protestantes, resulta cómico. “La calumnia y la mentira, de Dios provocan la ira”, nos enseñaban en épocas más católicas.  

   En fin, estoy publicando algunos artículos sobre la salud social de España por comparación con otros países, y está claro que la mayoría de los protestantes nos superan en delincuencia, abortos, crisis matrimonial y familiar, etc.  Le conviene a don César explorar más esas estadísticas en lugar de repetir lugares comunes y tratar de convertir en  verdad absoluta su particular interpretación de la Biblia.

   ¿Y qué decir de la literatura? Ahí la distorsión y la caricatura alcanzan altas cimas. Don César cree que el género picaresco es solo español y define a  la España católica. ¿Pero es que este señor no ve el cine ni lee la literatura inglesa y useña? El crimen, el terror, el fraude, la pornografía y la golfería constituyen, cada uno de ellos, un género con abundantísima producción literaria y cinematográfica. Si uno siguiera el método de don César  concluiría impepinablemente que esas sociedades están moralmente estragadas sin remedio.      
   
   Un inciso sobre el respeto a la propiedad ajena y  la Desamortización, que recuerda algunas conductas protestantes. No olvidemos que el protestantismo se impuso expropiando violentamente tierras  y bienes que no pertenecían a sus señores, y en Irlanda el poder inglés se basó en el robo puro y simple de las tierras de los irlandeses. Cosas que nunca ocurrieron en España, al menos con tal violencia y con tan terribles efectos. La Desamortización no fue una expropiación ordenada e indemnizada, no fue liberal, por tanto, sino un simple expolio estatista por la fuerza, aunque con menos violencia que los protestantes. Y llenó el país de mendigos, lumpen  y bandoleros, aparte de provocar destrucciones sin cuento en el patrimonio histórico y artístico nacional –una tradición de nuestros “progresistas”, por lo demás--. Algo de ello he expuesto en Nueva historia de España. Lamenta don César que posteriormente, como compensación y en distintas épocas,  el Estado haya ayudado a mantener el clero. Pero olvida, poco cristianamente, que la Iglesia ha sido durante mucho tiempo, y aún hoy, el único seguro de los pobres, huérfanos y enfermos para no caer en total abandono y morir de miseria. Y ello a un coste muy inferior al que suele emplear el estado en obras de ese género.

   Y pese a su aversión a la mentira, me temo que don César cae un poco en ella, como se muestra en esta crítica. Una lástima, y créanme que lo siento:  http://infocatolica.com/blog/espadadedoblefilo.php/1112071018-cesar-vidal-y-el-prejuicio-an#more14678

http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado/

No hay comentarios:

Publicar un comentario