domingo, 26 de mayo de 2013

Un samurái de Occidente: Dominique Venner

Hay quien dice que, en ocasiones, el gesto es lo único que queda. Si es así, el de Dominique Venner, que eligió quitarse la vida el pasado martes en la Catedral de Nôtre-Dame de Paris, fue el aldabonazo a una trayectoria vital marcada por Europa.


La llama de Esparta que ardía en él no eligió el templo parisino por casualidad para apagarse. El historiador que era Dominique Venner lo expresó en su carta de despedida: Notre-Dame enlazaba con la propia identidad de Europa con un hilo que corría desde el antiguo lugar de cultos paganos a una de las más bellas catedrales del Viejo Continente.
Ahora, fallecido, es cuando aflora una mayor preocupación por el gesto, el de su propia muerte, en sus escritos y reflexiones de los últimos meses: el valor de lo simbólico. Quienes le conocían coinciden en el mismo juicio: permaneció fiel a sí mismo hasta el final. ¿Murió como protesta por la legalización de los matrimonios homosexuales? Pese a su crítica a los mismos, sería reduccionista quedarse en ello. Lo ha explicado su editor, Pierre-Guillaume de Roux: la preocupación de Venner iba más allá.
La batalla de París


Su desvelo era la decadencia de una Europa desarraigada, masoquista consigo misma y a la que consignaba una fecha de inicio de su caída en picado: el asesinato del archiduque Francisco Fernando y su esposa en Sarajevo el 28 de junio de 1914. Los disparos de Gavrilo Princip generaron unos mecanismos que acabaron en la primera guerra civil europea, de la que el Viejo Continente nunca más se recuperaría.
Combatiente durante dos años en Argelia tras haber pasado por la Escuela Militar de Rouffach, Venner llegó a la conclusión de que la batalla no se ganaría en el djebel, sino en París. Fueron años de militancia activa y dura, años en los que la traumática descolonización marcaría a toda una generación que fluctuaría en el nacionalismo. Sin el contexto de la época, con el conflicto argelino y el Mundo bipolar, no se comprenderían algunas actitudes. Su defensa de la permanencia europea en Argelia a todo coste le llevó a conocer las celdas de la Santé. No fueron buenos momentos para quienes se integraron en las redes clandestinas de apoyo a la Organisation Armée Secrète (OAS).
Hoy día es fácil calificar con trazo grueso aquello pero ¿quién recuerda que uno de los primeros grupos civiles contra el FLN en Argel estaba compuesto por conductores de trolebús sindicados y con ideas de izquierda? ¿Se puede olvidar que uno de sus activistas, Jean-Claude Pérez, contó entre sus hombres con excombatientes de las Brigadas Internacionales y republicanos exiliados o descendientes de éstos? Sin olvidar que hoy día nadie discute a Jean-Paul Sartre pese a haber prologado a aquél apóstol del racismo, Frantz Fanon, con su frase de “matar a un europeo es matar dos pájaros de un tiro: suprimir a la vez a un opresor y a un oprimido”.
Fueron años complejos donde los barbouzes –los siniestros parapoliciales encargados de la represión– del presidente De Gaulle eran asimilados con la Gestapo y la OAS, dirigida por militares que había combatido contra los alemanes en la Segunda Guerra Mundial o padecido sus campos de concentración, hacía un guiño con sus siglas a una de las agrupaciones de la Resistencia francesa, la Armée Secrète. Una Resistencia, por cierto, que como señaló Venner en una de sus obras más polémicas, comenzó de la mano de la derecha germanófoba, y no de un PCF rendido a los encantos del Pacto Ribbentrop-Molotov.
Legión Extranjera

Para Venner el final de su aventura política terminó a finales de los años sesenta del pasado siglo. Sin él sería difícil entender la eclosión de la escuela de pensamiento denominada Nueva Derecha. Pero lo suyo, desde entonces, fue la escritura y la reflexión. Su obra sobre la guerra civil rusa fue coronada por la Academia Francesa y su pasión por la caza le llevó a compartir amistad con François de Grossouvre, consejero de François Miterrand, que más tarde se suicidaría en su despacho del Palacio del Elíseo. El calado de su obra y ensayos históricos le ganó el respeto de historiadores tan reputados como François-Georges Dreyfuss o uno de los mayores expertos en Napoleón, Jean Tulard, que no dudaron en colaborar en La Nouvelle Revue d’Histoire que fundó en 2002.
No resulta tan curioso, sin embargo, que fuese un admirador crítico de Ernst Jünger, con el que mantuvo relación. Como él, siendo adolescente intentó alistarse en la Legión Extranjera francesa, viendo su decisión frustrada por su padre. Ambos compartieron, en conflictos muy diferentes, su experiencia guerrera -de la que jamás renegaron-, un interés intelectual y una evolución de la política al ensayo.
“Nosotros, camaradas, podemos mostrar nuestras heridas”, le escribió el propio Jünger tras la lectura de sus Memorias, Le Coeur rebelle. El “corazón rebelde” de Venner nunca ocultó su admiración por el anciano, al que definió como un “arquetipo europeo, desaparecido de forma provisional, por el que quizá subsista una secreta nostalgia”, aunando al escritor con el joven oficial de tropas de asalto de la Primera Guerra Mundial
“Por su vida, el antiguo soldado ofrece el modelo de una nobleza de comportamiento de la cual todo joven europeo podría servirse como referencia en el futuro. También ha trazado en su obra las pistas de lo que será un futuro en ruptura con lo que nos fue impuesto por el siglo de 1914”, escribió Venner sobre el alemán en uno de sus ensayos. Era la mejor definición de sí mismo, apóstol estoico de la “plus longue memoire” y apasionado de El caballero, la muerte y el diablo de Alberto Durero.
Breviario para insumisos


Pocas horas después de su muerte el editor Pierre-Guillaume de Roux confirmaba que Dominique Venner había dejado una obra póstuma con visos de testamento vital que aparecerá en junio con un título definitorio, ‘Samurái de Occidente. Breviario para insumisos’, que recuerda al gesto de Yukio Mishima, al del joven Alain Escoffier pegándose fuego ante la oficina de Aeroflot en París para protestar contra la dictadura soviética o al de otro escritor, Henry de Montherlant, apasionado del mundo clásico romano que, al quedarse ciego, se quitó la vida.
“Habiendo inventado un personaje lleno de valentía y resplandor, terminó por tomarlo para sí y lo ajustó hasta el final”, escribió de él el estadounidense Julien Green. El valor del gesto y de ser fiel a sí mismo. 
Manuel Ortega

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