viernes, 3 de abril de 2015

Zama

            La batalla de Zama se libró el año 202 antes de JC entre el generalísimo cartaginés Aníbal Barca y el general romano Publio Cornelio Escipión.  Aníbal, llamado por el senado de Cartago, había vuelto de Italia el año anterior con 18.000 veteranos, para defender la patria amenazada.  Desembarcó en Leptis Minor en el otoño y estableció su campamento de invierno en Hadrumeto.
            Cuando se rompieron las conversaciones de paz en trámite, debido a dos golpes de mano cartagineses, probablemente provocaciones del partido belicista, Aníbal se desplazó hacia Zama, una localidad situada entre Tagaste y Sica.  Aníbal mandó recado a Escipión diciendo que deseaba una conversación personal.  Escipión acudió a la entrevista hacia el mes de septiembre, sólo después de habérsele juntado su aliado númida Masinisa con 4.000 jinetes y 6.000 infantes.  Hay un relato clásico de la conversación que mantuvieron, pero no puede aceptarse al pie de la letra.  Es seguro, en todo caso, que Aníbal quiso ganar la paz ofreciendo la renuncia cartaginesa a todas sus posesiones fuera de Africa; pero Escipión ya estaba en Africa y no pensaba retirarse de ahí.  La entrevista sólo fue el prólogo de la batalla de Zama.
            Parece que Escipión, contando con los jinetes númidas, disponía de más y mejor caballería que Aníbal; pero éste llevaba fuerzas de infantería ligeramente superiores y unos 80 elefantes africanos.  Escipión colocó la caballería romana de Lelio en su ala izquierda, frente a la cartaginesa, y los númidas de Masinisa en la derecha, frente a sus compatriotas inferiores en número que seguían luchando por Cartago.  Afrontó la embestida de los elefantes abriendo pasillos en su centro, resistió a la infantería cartaginesa y aplastó al enemigo con sus alas.  Los romanos sufrieron menos de 2.000 muertos, los cartagineses muchos más, y unos 20.000 hombres cayeron prisioneros.  Aníbal pudo escapar con muy poca gente y buscó refugio en Hadrumeto.  Al año siguiente se firmó la paz, que supuso muy duras condiciones para Cartago, si bien los romanos no exigieron la entrega de Aníbal.


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