lunes, 31 de octubre de 2011

Réplica de Pío Moa a César Vidal.


Uno de mis primeros pensamientos después de leer el artículo de César Vidal ha sido cuanto tiempo tardaría Pío Moa en contestar, y la respuesta ha sido rápida y la réplica de Moa, ha sido bastante contundente. Tengo que reconocer que me inclino mucho más a su lado que al de Vidal, y aunque he leído libros de los dos, La Nueva Historia de España de Moa, es bastante superior a los ensayos de César Vidal. Como en la entrada anterior, voy a dejar que cada uno saque sus propias conclusiones.

Los debates, si son llevados con rigor, constituyen un signo de salud intelectual, y nada muestra mejor la anemia  cultural española que la ausencia de ellos. La extendida aversión al debate en España revela también aversión a la verdad, o a su búsqueda.  Dado que este es un periódico liberal, uno de los poquísimos, por no decir el único, que en España admite debates de algún calado, tendré mucho gusto en comentar los artículos de César Vidal planteados bajo el título “Las razones de una diferencia”. En realidad ya están comentados en mi Nueva historia de España, pero no sobra volver sobre ello.
    
La tesis de Vidal es que la diferencia de España afecta igualmente a las naciones católicas con respecto a las protestantes, las cuales él ve como más o menos modélicas; y  consiste en la actitud ante el trabajo: “Esa mentalidad deriva de un hecho tan esencial como la opción religiosa que cristaliza en España de manera innegable en un período que va de la Expulsión de los judíos en1492 a los primeros autos de fe con quemas de protestantes ya en el siglo siguiente (…) Intentaré mostrar cómo el hecho de que España –como Italia, como Portugal, como Irlanda, como Grecia...– quedara fuera del cambio de mentalidad que significó la Reforma protestante tuvo enormes consecuencias que trascendieron del fenómeno religioso y modelaron la sociedad, la economía y la política.

(…) La Reforma del siglo XVI significó un deseo decidido, ferviente y entusiasta de regresar a la cosmovisión de la Biblia, una cosmovisión diferente de la que presentaba el catolicismo romano que, al menos desde el siglo IV, había ido sumando otros elementos procedentes del derecho romano, la filosofía griega y las culturas germánicas. La Reforma –como el Renacimiento– intentó pasar por alto la Edad Media y regresar a lo que consideraba una pureza primigenia corrompida desde hacía siglos. Como en el caso del Renacimiento, lo que logró no fue un regreso imposible a la Edad Antigua sino algo distinto, pero con un enorme poder de atracción y de sugestión. De entrada, su visión del trabajo, a la que me referiré en esta entrega, no pudo verse más alterada”.
  
 En dos palabras, el catolicismo suponía el desdén hacia el trabajo, y el protestantismo (o el judaísmo) lo contrario. Para mantener su teoría, César Vidal debería empezar explicando cómo España se mantuvo durante un siglo y cuarto como primera potencia europea. ¿Pudo hacerlo un país donde no se trabajaba y que había expulsado a las únicas minorías laboriosas, judíos y moriscos según la disparatada teoría de Américo Castro, y cortado la infiltración protestante? Tenemos estampas, y buenos restos, de las muy bellas, a menudo espléndidas ciudades españolas de la época: ¿se construyeron solas, sin trabajo? Y las flotas que descubrieron el mundo y por primera vez en la historia comunicaron y establecieron lazos comerciales entre todos los continentes, ¿fueron creadas y dirigidas  por enemigos del trabajo, por vagos? Las universidades, tan pobladas para la época, ¿no fueron el producto de un trabajo ímprobo? Los hidalgos que conquistaron América, que construían barcos en plena selva, proyectaban y alzaban fuertes y ciudades  y vías de comunicación, llevaban imprentas y fundaban centros de enseñanza, o los misioneros que cristianizaban a los indígenas, ¿sólo eran aficionados al dolce far niente? Etc. etc. El más elemental sentido común indica que  España alcanzó su supremacía mediante un inmenso trabajo físico, técnico e intelectual, como no pudo ser de otro modo, y en contra de tópicos tan arraigados como falsos. Creo que el señor Vidal incurre a veces en un vicio muy frecuente en cierta historiografía: exponer aspectos particulares, anecdóticos e incluso excepcionales, como pruebas de una tesis general; así cuando compara a Velázquez y a Rembrandt o cuando otros creen que el hidalgo del Lazarillo describe a toda una capa social. El historiador debe huir de tópicos y generalizaciones abusivas.  Y en cuanto a los prejuicios de las clases altas contra el trabajo físico, fueron comunes en toda Europa, católica y protestante. En todas partes ha habido minorías reacias al trabajo físico.

 Después vino la decadencia española (que también llegó a Holanda, a Francia, Alemania o Inglaterra, dicho sea de paso); pero aun en el siglo XVIII España prosiguió su expansión ultramarina, racionalizó gran parte de su aparato estatal, construyó flotas muy respetables, etc. Contra un tópico habitual, en España siempre se ha trabajado mucho, con más o menos acierto o rendimiento, esa es otra cuestión. Todavía suele considerarse que a principios del siglo XIX la renta per capita española equivalía a la francesa, pues fue a lo largo del XIX cuando España quedó casi estancada mientras Inglaterra, Francia, Alemania o Italia (del norte)  prosperaban con rapidez.

   El espejismo del desprecio español por el trabajo viene de una idea errónea sobre la Revolución industrial, que introduce nuevas formas de producción en gran escala y de la que España, como es sabido, quedó al margen y muy retrasada. ¿Se debió ello a ser católica? No parece fundada tal idea, porque dicha revolución no surgió en “los países protestantes”, sino en uno,  Inglaterra, que era casualmente el menos protestante, el más semejante en religión al catolicismo. Y aquella revolución fue imitada en primer lugar por la católica Bélgica, mientras que la calvinista Holanda quedó retrasada mucho tiempo. Por no hablar de los países escandinavos, tan típicamente protestantes  y que no empezaron a levantar cabeza hasta bien avanzado el siglo XIX. También la católica Francia se incorporó bastante a la revolución industrial, y lo mismo el norte de Italia bajo el suave yugo, también católico, de Austria. En cuanto a Alemania, desarrolló una gran industria en Renania, mayoritariamente católica, mientras que la protestante Prusia se mantuvo largo tiempo agraria y con formas feudales. Si  César Vidal prestara atención a estos hechos se percataría de que el catolicismo tuvo muy poco que ver con el asunto y que, por lo que respecta a España, conviene buscar las causas de su decadencia por distintas vías.

   Creo que comete otro error el señor Vidal al incluir a Grecia entre los países no afectos al ideal protestante del trabajo porque, de religión ortodoxa  e históricamente sometida al dominio turco, nada tuvo que ver en ello. Tampoco tiene mucha razón, creo yo, al incluir a Irlanda o Portugal. Este último país ha estado siempre muy cerca de Inglaterra, casi una semicolonia, lo que no parece haberle contagiado especial prosperidad. En cuanto a Irlanda, ha soportado siglos de férreo (y sangriento) dominio de los “trabajadores” ingleses y protestantes escoceses, que tras robar literalmente la tierra la convirtieron en un país de pobres y la llevaron al auténtico genocidio de la Gran Hambruna, como he explicado en este blog. Echar la culpa de todo ello a un catolicismo poco amigo del trabajo suena algo sarcástico.

   Parece que el señor Vidal señala a los citados países católicos (PIIGS) en función de la actualidad y no de la historia, lo que tampoco me parece acertado. Las alternativas económicas de países católicos y protestantes en la época reciente son muy variables y con grandes altibajos. España creció económicamente, durante quince años, con mayor rapidez que cualquier país protestante (¿sería entonces más aficionada al trabajo?), Italia superó en renta per cápita a Inglaterra durante un tiempo, y Francia durante más tiempo. Hoy, los países señalados por el señor Vidal están en crisis, pero también lo están, aunque más atenuadamente, Inglaterra, Francia o Alemania. Y, ya que de trabajo se trata, cabría preguntar si Alemania  ha trabajado bien al prestar dinero un tanto a tontas y a locas. El negocio bancario, como cualquier otro, puede quebrar si se hace de forma inadecuada. Y no olvidemos que la matriz de la crisis actual se encuentra en un país mayoritariamente protestante, es decir, Usa.

  En fin, el tema real creo que es el de la decadencia de España. Si esta obedeció al catolicismo, ¿a qué se debió su extraordinario auge previo? Por lo demás, la línea histórica española  es muy distinta de la de Italia o Portugal, y totalmente de la de Grecia o Irlanda.  Por tanto, me parece fuera de lugar esa generalización. Sin ir más allá ahora, he apuntado en Nueva historia de España  que la clave de la decadencia se encuentra en el declive y acartonamiento de la enseñanza, en particular la superior, desde principios del siglo XVII, cuando en el XVI España descollaba en ella. La civilización exige y se apoya en una enseñanza cada vez más extendida y compleja, cosa que no han entendido muchos tratadistas, que atribuyen el éxito español a una especie de acometividad militar ciega, y su declive a la pérdida de los valores militares, a que los reyes no reinasen sino que descansasen en validos corruptos (tales reyes eran, entonces, más ineptos que los validos), o a mitos sobre las virtudes salvíficas de los comuneros, etc. Ahora se publica en LD la serie de las mejores universidades del mundo: la prevalencia de las useñas explica el poderío de Usa mucho mejor que las disquisiciones habituales sobre el poder militar, económico, etc. ; ninguno de esos poderes se sostendría con una enseñanza mediocre. También se percibe la enorme ventaja cultural de Inglaterra sobre España, a la cual puede permitirse ultrajar y burlarse de ella con una colonia, pese a la tendencia hispana a la bravuconería de salón. 

   Una observación incidental: sostiene el señor Vidal que la Reforma del siglo XVI significó un deseo decidido, ferviente y entusiasta de regresar a la cosmovisión de la Biblia. Esto parece contradictorio con el libre examen, es decir, con la idea de que cada cual podía interpretar la Biblia a su modo, hacerse una cosmovisión propia, como llegó a lamentar el propio Lutero: de pronto cualquier pelanas se erigía en intérprete privilegiado de las Escrituras, por encima de él mismo y de San Pablo… Consecuencia lógica, por otra parte.  Pero hay algo de verdad en el retorno a la cosmovisión bíblica. El protestantismo supone que Dios ha elegido desde el principio de los tiempos a quienes pensaba salvar, otorgándoles la gracia al margen de sus obras: ello tiene relación, a mi juicio, con la noción del “pueblo elegido”.  Obsérvese la larga marcha de esa idea: de los elegidos por Dios mediante la gracia se pasó, bajo el nacionalsocialismo,  a los elegidos por  la “selección natural” presuntamente científica. Hace unos días expuse en mi blog  --como hipótesis-- una posible conexión entre esas ideas, al notar cómo fue en las regiones protestantes alemanas donde el nacionalsocialismo alcanzó mayor influencia, y mucha menos en las católicas.

   Por lo que respecta al origen de la cuestión -- una pregunta de Carlos Alberto Montaner  sobre la causa del éxito de la democracia y el capitalismo en Usa y su reiterado fracaso en Latinoamérica--, creo que Tocqueville lo expuso con claridad, aunque sin desarrollarlo, al referirse a México. Este país quiso copiar el sistema useño, pero fue incapaz de importar su espíritu. De hecho, la independencia de los países hispanoamericanos se hizo en gran medida bajo influencia británica y useña, tratando de destruir las raíces hispánicas en un esfuerzo agónico. Esos países se encuentran así flotando en el vacío, no quieren ser lo que son y quieren ser lo que nunca serán. Usa ha construido sobre sus propias raíces y experiencias, Hispanoamérica ha querido romper las suyas (lo de Latinoamérica no puede ser más indicativo); y tampoco podía tomar ejemplo de una España en plena y vergonzosa decadencia. Creo que este puede ser un enfoque productivo de la cuestión.

   Basten estas observaciones, tan expuestas a la crítica como las de César Vidal, para entrar en harina.

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