domingo, 11 de marzo de 2012

Crítica de Pío Moa a Joseph Pérez (V)

Joseph Pérez, ¿Cómo empezó la Reconquista?
Al-Andalus nunca coincidió con toda la Península Ibérica, bien porque los invasores decidieron retirarse de algunas zonas aisladas e inhóspitas, bien porque encontraron en la población una resistencia más fuerte que en otras partes.  Esto es lo que ocurrió en las montañas de Asturias y los altos valles de los Pirineos, regiones marginales que los romanos habían ocupado de forma tardía y superficial y en las que fue débil la cristianización. En aquella comarcas, la resistencia a los moros se entiende dentro de aquella tradición de rechazo al extranjero, quienquiera que sea, por parte de hombres reacios a todo poder procedente del exterior. Es posible que se unieran a la población local algunos nobles visigodos, cuyo jefe pudiera haber sido Don Pelayo. A este se le atribuye la victoria de Covadonga de la que se sabe poca cosa, ni siquiera la fecha exacta. Del mismo modo,  los altos valles del Pirineo ofrecieron una oposición tenaz. En toda aquella zona, de oeste a este, empezó la que, andando el tiempo, acabó llamándose Reconquista.
  (…) Los hombres que, a partir del siglo VIII, iniciaron una lucha que iba a ser multisecular contra Al-Andalus se vieron a sí mismos como cristianos; no querían ser moros. Así se los consideraba desde fuera, desde más allá de los Pirineos. Dos centurias después  –en el siglo X—se les va a llamar y se van a llamar a sí mismos españoles, usando un vocablo que, por cierto, no es castellano, sino que  vendría del latín hispaniolu(m). A los que antes eran hispanos, los extranjeros empiezan a llamarles españoles. En el año 1100, en los territorios que quedaban fuera de Al-Andalus, vivían gallegos, leoneses, castellanos, aragoneses, catalanes, etc.; estos, poco a poco, fueron adquiriendo el hábito de llamarse españoles, palabra que no tarda en generalizarse.
La idea que se transmite, de forma algo confusa, es la de que no existe un esencial lazo de  cultura desde Roma y político desde el reino de Toledo, sino que la invasión árabe rompe decisivamente esa continuidad, la idea de Reconquista fue un concepto tardío, como el mismo nombre de españoles, la resistencia de Asturias y los montes pirenaicos entra en el mismo nivel que la opuesta a Roma y a los godos, y que los nuevos reinos son solo “cristianos”, y aparte de eso, los cristianos son solo gallegos,  no “habituándose” a llamarse “españoles” hasta el siglo X, en que se extiende la denominación, quizá desde Cataluña (la cual no existía entonces como tal). Y sugiere que la temprana retirada de los musulmanes de algunas zonas se debería simplemente al carácter inhóspito de ellas. De esta manera, siguiendo a Américo Castro, España va haciéndose a trompicones en esa época sin relación fundamental con Roma y con Toledo. Es difícil entender esta manía, cuando lo más evidente con respecto a la nación española es la continuidad cultural y una esencial continuidad política, aunque quebrada durante unos pocos años. Verdaderamente, las ideas de Castro combinadas con las marxistas pedestres al estilo del embrollo de Barbero y Vigil, no son una buena orientación.
La especulación sobre la palabra “españoles” y sus orígenes, tan cara a Américo Castro, simplemente carece de relevancia. Fuera cual fuere su origen, es una derivación del latín hispanus, que es como se llamaban antes los españoles. Suponer alguna clase de ruptura, es como pretender que hay una ruptura entre el español actual y el castellano de tiempos del Cid  porque este nos resulta difícil de entender hoy. En cuanto a la autoconsideración como cristianos por oposición al Islam, está clara su gran importancia, pero no lo está menos que también contaba la consideración de hispanos. Reinos cristianos había muchos por toda Europa, y la denominación de “cristianos” haría imposible distinguir a unos de otros. Y no bastaría para diferenciar a los que iban formándose en España con la idea explícita de recobrar el país. Tampoco tiene excesiva importancia cuándo apareció –por escrito— el término Reconquista. El hecho es que, por todo lo que sabemos, fue un proceso intencional desde muy pronto, y probablemente  desde el primer momento.  Cierto que hay cierta oscuridad sobre el origen mismo de la Reconquista, pero lo que se sabe basta, creo, para volver muy  improbables especulaciones como las que recoge Pérez. Hubo una resistencia que empezó en una parte de Asturias y que se extendió  casi inmediatamente hacia el oeste, hacia el este y hacia el sur, y que los árabes no pudieron impedir, pese a sus mucha mayor fuerza material y a sus constantes ofensivas. Por imperativo de las circunstancias,  la Reconquista empezó en una de las zonas menos romanizada y menos cristianizadas, pero, por lo que revela la evolución de los acontecimientos, lo bastante romanizada y cristianizada como para servir de base a la lucha por recobrar la perdida España.
De Nueva historia de España:
Parece que en las montañas del norte se habían refugiado algunos nobles godos y romanos, entre ellos Pelayo (…) La región, aún débilmente dominada por los mahometanos, había sido rebelde a los godos, pero debió de haber acuerdo entre los refugiados y grupos astures opuestos al Islam (…) El fondo real de los viejos relatos admite poca duda: en Covadonga saltó la chispa de una rebelión muy distinta de las viejas y oscuras revueltas tribales de montañeses, y de ella salió un reino independiente en la cercana Cangas de Onís, que pronto se amplió a Galicia, Cantabria y Vasconia. Este reino tomaría, inmediatamente o muy pronto, carácter cristiano y político como recobro de la España perdida contra los “moros”. La victoria de Pelayo, en una región débilmente romanizada y cristianizada, hubo de contar con una masa local que llegó a compartir el proyecto político y religioso de la Reconquista, pese a su antigua oposición a los godos.
  (…)  Las crónicas árabes conocidas, muy posteriores a las cristianas, desdeñan la acción y la explican como una derrota rebelde incompleta: “La situación de los musulmanes se hizo penosa, y al cabo despreciaron [a los de Pelayo] diciendo: “Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?” Pero, admite melancólicamente el Ajbar Machmua, aquel desprecio les saldría caro, pues los insurgentes “se convertirían en un grave problema”. Pelayo expulsó el poder árabe de gran parte de Asturias con su ciudad más importante, la portuaria Gijón; y se atrajo la colaboración de grupos cántabros, vascones y gallegos. El nuevo reino también atrajo a numerosos cristianos que vivían bajo poder árabe (…) Pronto el foco de Asturias se había convertido en un peligro lo bastante grave para que los mahometanos abandonasen sus empresas ultrapirenaicas y concentraran sus energías dentro de la península, lo cual salvó a Francia y al resto de Europa de nuevas embestidas (después de la derrota de Poitiers)
     Es realmente muy forzada la hipótesis de que habría habido un corte entre el reino de Toledo y los comienzos de la Reconquista, pero, especulando sobre la escasez de la documentación que ha quedado de la época, a diversos historiadores les gusta jugar con tal improbable idea,  de tal modo que España y los españoles empezarían en el siglo X o algo por el estilo. Todos los datos y la lógica, excepto el deseo, según parece ardiente, de negar la continuidad de España, militan contra semejante hipótesis.     

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