martes, 13 de marzo de 2012

Raquel de Vicente García de la Huerta

(Zafra, España, 1734-Madrid, 1787) Dramaturgo español. Bajo la protección del duque de Alba, ingresó en la Academia Española y en la de San Fernando, pero fue encarcelado en Orán debido a los sarcasmos que dirigió contra el conde de Aranda. Más tarde fue desterrado a Granada y sufrió siete nuevos años de presidio, tras lo cual se trasladó a Madrid, donde pasó estrecheces económicas. Su primera y más destacada obra, Raquel, estrenada en Barcelona en 1775, está considerada como la mejor muestra del teatro neoclásico español. Publicó también Agamenón vengado, adaptación de la Electra de Sófocles, y tradujo a Voltaire. Editor de una poco acertada antología del teatro español en 16 volúmenes (Teatro español, 1785-1786), se le reprochó su supuesta falta de formación intelectual. A pesar de su escasa obra poética, parte de la crítica considera a García de la Huerta un destacado precursor del romanticismo español, debido a la fuerza de carácter que imprimió a sus personajes, algo alejados ya de la normativa clasicista.


En el año 1778 se sitúa el estreno en Madrid de Raquel. Su composición puede ser anterior, quizá en 1776, y se representó durante el exilio del autor en Orán. Es la primera de las tragedias salidas de la pluma de Vicente García de la Huerta. Aparece en el momento de consolidación de la tragedia neoclásica española como género. Es una de las obras que contribuye decisivamente a esa consolidación. En la capital de España, Raquel obtuvo un éxito absoluto, se escenificó en el Teatro del Príncipe durante cinco días. Fue un texto de gran aceptación, como lo prueba el hecho de que poco antes de imprimirse ya circulasen muchas copias manuscritas de ella.

La obra relata los amores del rey Alfonso VIII con una judía de Toledo, Raquel, famosa por su hermosura y por su ambición de poder, que provocan el desorden político y, consiguientemente, el disgusto y malestar de todos por la pérdida de autoridad del monarca. Asistimos a la sublevación popular ante el catastrófico estado en que se ve sumido el reino. Los nobles y el pueblo se unen en contra de Raquel y en defensa de su soberano. El final se resuelve con la muerte de la hermosa judía durante la ausencia del rey a manos de su consejero Rubén, consejero que es ajusticiado por el monarca cuando se produce su regreso a la corte.
Se escenifica en Raquel una historia que había tenido ya amplio tratamiento en el teatro español precedente desde Lope de Vega, en su obra Las paces de los reyes y judía de Toledo, de 1617. El asunto fue retomado por Antonio Mira de Amescua en su obra La desgraciada Raquel (1625); por Juan Bautista Diamante en La judía de Toledo, publicada en 1667 (según algunos críticos, esta obra no es sino la pieza de Mira de Amescua, cambiada de título, que sufre unas correcciones debidas a la censura y que fue indebidamente atribuida en la impresión a un autor incorrecto); por Pedro Francisco Lanini Sagrado en El rey don Alfonso el Bueno (1675), y en La batalla de las Navas y rey don Alfonso el Bueno (1675). Vicente García de la Huerta toma en particular consideración el texto atribuido a Juan Bautista Diamante, muy representado en la última parte del siglo XVII y durante todo el XVIII, especialmente en su primera mitad, y el poema de Luis Ulloa de Pereira titulado Raquel, para componer su propia creación. Otorga un carácter político a su tragedia, al ponerla en relación con los sucesos acaecidos en marzo de 1766, con el motín de Esquilache. 
Los principios básicos defendidos en las poéticas y preceptivas neoclásicas son escrupulosamente respetados. Así, la norma de las unidades, lugar, tiempo y acción.

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