miércoles, 16 de noviembre de 2011

Respuesta de Pío Moa a César vidal (III)


César Vidal ha suscitado un tema sugestivo, el de la educación. Me interesa especialmente, porque mi tesis, expuesta en  Nueva historia de España, consiste en que la decadencia española procede de la caída de la educación (enseñanza, más bien). Una caída que solo se recupera de forma importante bajo el franquismo –época de catolicismo mucho más intenso que la época anterior o posterior--, cuando el analfabetismo quedó reducido a la marginalidad, las universidades empezaron a masificarse (con lo bueno y lo malo de ello), y el conjunto de la economía se acercó a la de los países ricos, con tal ímpetu que se esperaba superase en un plazo no muy largo la renta per capita de Inglaterra e Italia. Por desgracia,  la mediocridad política posterior ha hecho que retrocedamos cualitativamente en numerosos índices comparativos. Pero observo que la estricta fe protestante del señor Vidal  le lleva a distorsionar la cuestión y a tratarla de forma un tanto metafísica y ahistórica, como vimos ya en relación con el trabajo y la banca. Expondré mi punto de vista en dos partes: la concepción general y la realidad de España.
   Creo que hay que felicitar a don César por haber superado las feroces condenas y amenazas contra los hebreos vertidas por sus maestros Lutero y Calvino. Sin embargo da la impresión de haberse pasado a un excesivo y acrítico fervor hacia lo judío, quizá no del todo recomendable. Así, opina que el consejo de Moisés a Josué de atenerse a la Torá y que él interpreta como el comienzo de la alfabetización, “alteró la marcha de la historia de manera espectacular”. Quizá alteró la historia de los judíos, pero me parece que de nadie más, máxime teniendo en cuenta el exclusivismo hebreo como pueblo elegido. Por otra parte no solo los judíos tuvieron cultura escrita. Por las mismas épocas, la cultura griega superaba de modo absoluto a la hebrea. Y tampoco prueba el consejo mosaico que los judíos, en general, supieran leer y escribir. En apoyo de su tesis, dice don César que nadie se extrañó de que  Jesús, hijo de un carpintero, supiera leer y explicar el Libro. Sí hubo cierta extrañeza, y no conviene generalizar en exceso un caso particular. En la segunda parte de este examen crítico le expondré otro ejemplo al respecto.
   El entusiasmo del señor Vidal se vuelve chocante cuando elogia como un gran avance judío, antes de la destrucción de Jerusalén por los romanos, “haber depositado la guía espiritual no en los sacerdotes, sino en los sabios”. Francamente, la guía de aquellos sabios no demostró ser muy fructífera para su pueblo, a la vista de los catastróficos resultados. Aparte de que los propios sabios debían de estar muy divididos, pues sus seguidores organizaron sectas que se odiaban entre sí, llegando a extremos de vesania en sus luchas internas. ¡Quizá practicaban cierto libre examen de los textos! Además, y sobre todo, aquellos sabios condenaron a Jesús, que por algo reclutó a sus apóstoles entre gente humilde y no entre los “sabios”. Estos hechos bien conocidos no parecen preocupar al señor Vidal, pero yo creo que debieran hacerlo, sobre todo si él se proclama cristiano.
   Algo semejante cabe decir sobre las normas de higiene que, según cree el señor Vidal, libraban a los judíos de las plagas que afectaban a los cristianos católicos. Quien consulte las normas de la Biblia verá que a menudo resultan dudosamente higiénicas y de carácter un tanto obsesivo. Y la idea de que se libraban de las plagas comunes a los cristianos no sé en qué la fundamenta, realmente. 
   Las tesis del señor Vidal parten de una lectura peculiar de la Biblia. Peculiar pero tan legítima como cualquier otra, de acuerdo con la tesis protestante del “libre examen”, que el autor explica así:Resulta curioso observar la manera machacona en que algunos persisten en considerar el libre examen de la Biblia como una conducta malvada. En realidad, no pasaba de ser la afirmación de un derecho fundamental, el de acercarse al texto sagrado y poderlo leer en la propia lengua y no en un latín que era desconocido para la mayoría. Por otro lado –y volviendo con ello a una línea ya existente en el judaísmo– el pastor en el protestantismo dejó de ser un sacerdote para convertirse en el sabio que conoce las Escrituras al igual que sucedía desde hacía siglos con los rabinos.
   Estudios recientes han demostrado que el libre examen se practicaba ya antes de Lutero con bastante normalidad. Y no creo que nadie hable de “conducta malvada”, sino, en cualquier caso, peligrosa. Porque un escollo de la Biblia es que en ella se encuentran justificaciones para cosas muy dispares y hasta contrarias, incluso justificaciones del genocidio. Ya he dicho que es un libro misterioso y difícil de interpretar,  problema que no puede resolverse recogiendo algún versículo que satisfaga una tesis preconcebida. Lutero encontró en su concepción del libre examen un modo de subvertir a la Iglesia Católica, pero en cuanto lo consiguió – parcialmente--, dejó claro que el examen realmente “libre” era el suyo, como ya indiqué en otro capítulo del debate (todos iguales y libres, pero algunos, los “sabios”, más iguales y libres que los demás). Es decir, si la Iglesia Católica no fue destruida, aunque sí dañada, en cambio el libre examen estaba rompiendo el protestantiscmo en decenas de grupos o sectas a menudo enfrentadas entre sí, y que podían dar lugar a choques tan sangrientos como la guerra de los campesinos. Por otra parte, de acuerdo con la tesis, la interpretación católica de la Biblia era tan libre y tan válida como todas las que se les ocurrieran a los protestantes. Y de hecho fue la más seguida por los cristianos.
   Don César trata de convencernos de que el catolicismo se oponía a la educación y la lectura porque  no fomentaba la lectura de la Biblia en lengua vernácula. Lo segundo es cierto en parte, pero aún es más cierto que el catolicismo fue desde la caída del Imperio romano de Occidente el bastión de la cultura y la enseñanza, del Trivium y del Quadrivium,  de la formación de bibliotecas, de las universidades, de las traducciones de los clásicos griegos y latinos, de la exposición de las leyes en las lenguas corrientes,  etc. etc. El señor Vidal no puede olvidar estos hechos tan decisivos que todo el mundo conoce. Es cierto que todo ese enorme esfuerzo cultural no se hacía para leer la Biblia, o no solo para leerla, pero sí para promocionar todo tipo de saberes, literarios, técnicos y científicos. A veces da la impresión de que don César habla de la Biblia como los musulmanes del Corán.  
   Sugiere también el señor Vidal que el catolicismo tiene mucho de pagano, por haber adoptado ritos o tradiciones de ese origen. El argumento tendría valor si ello hubiera dado lugar  a una especie de sincretismo, pero lo que ha hecho la Iglesia ha sido transformar y adaptar esas tradiciones a la doctrina cristiana, cosa diferente. Y ello no debe extrañarnos demasiado, porque el catolicismo nace rompiendo con el judaísmo en muchas cosas, entre ellas el concepto de pueblo elegido, para universalizar la doctrina y la posibilidad de salvación. Ya he expuesto la hipótesis de que el protestantismo recoge la idea de pueblo elegido, aunque sin el carácter racial y nacional que le aplicaban los judíos: para los protestantes sería el pueblo de los justos, elegidos por la gracia de Dios sin diferencia de naciones. Idea que puede haber tenido una derivación “científica” en el nazismo, en la que el pueblo ario resultaría el elegido por la selección natural darviniana. Es una cuestión creo que muy interesante y que solo propongo desde aquí.
   No menos chocante su acusación al catolicismo de admitir santos analfabetos. La santidad, obviamente, nunca dependió para la Iglesia católica del grado de alfabetización, ni siquiera del conocimiento de las Escrituras (como tampoco para Cristo cuando escogió a sus apóstoles). Basta constatar los actos nada santos de miles de personas ilustradas y conocedoras de la Biblia para comprenderlo.  
   En la próxima entrega abordaré el problema en relación con España.

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